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Martes, 6 de enero de 2015
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/CULTURA > Hernán Brienza, Alejandro Guyot y Edgardo González hicieron Cielos de Sangre, Vidalas de amor

“Estas canciones se cantaban en las pulperías”

El historiador y los dos músicos de 34 Puñaladas concibieron juntos un álbum que viste con músicas al tono vidas, trascendencias y muertes de caudillos y personajes del siglo XIX. “Tiene una mirada, un posicionamiento, pero no una lógica misional”, aclaran.

Por Cristian Vitale
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“Pensamos en un disco-libro, en un relato novelado acompañado de músicas”, explican Brienza, Guyot y González.

Dos músicos y un historiador, de los que divulgan: Alejandro Guyot y Edgardo González, voz y guitarra de 34 Puñaladas, y Hernán Brienza. Confluencia de tipos inquietos y un resultado que fusiona las diversas naturalezas de los tres: un disco que tiene mucho de libro. Que se llama Cielos de Sangre, Vidalas de amor. Y que viste con músicas al tono vidas, trascendencias y muertes de caudillos y personajes del siglo XIX. “Por una serie de cuestiones nos terminamos haciendo amigos y, cuando se empezó a barajar la idea de hacer algo juntos, Brienza puso la pelota en nuestra cancha: ‘¿Por qué no hacen un disco con los cielitos, valses y vidalas que me acompañaron con la escritura de El loco Dorrego?’. Así estuvimos dos años, hasta que resolvimos”, introduce Guyot, el crooner tanguero, acerca del minuto cero de un disco que, dicho fue, cruza música e historia.

El álbum intenta un relato estético del pasado argentino con base inicial en el fusilamiento de Manuel Dorrego (narrado por Brienza y musicalizado por el tándem Guyot-González), y sigue, bajo la misma alquimia, en relatos y músicas relacionadas con el Chacho Peñaloza (“Llanto por el Chacho”, de Benarós-Falú), con el amor entre mujeres unitarias y hombres federales (“Tirana unitaria”, de Blomberg-Maciel), o con José Artigas, a través de la pieza que le compusieron al protector de los pueblos libres Carlos Bonavita y Alfredo Zitarrosa. “Para nosotros fue muy valioso poder envasar en un disco músicas que andaban cantándose en las pulperías”, enmarca González, acerca del trabajo que también incluye una versión de un incunable que cantaba Gardel (“Federación”) interpretado por Dolores Solá, y coreada por Acho Estol, la mitad de 34 Puñaladas, y el mismísimo Brienza. “Cuando Hernán vino con la idea de grabar esos temas le dijimos que sí, pero le cantamos retruco... Ibamos a hacerlo si él relataba unos textos”, se ríe Guyot. “Sí, porque pensamos en un disco-libro, en un relato novelado acompañado de músicas y, bueno, todo fue decantando en función de lo que finalmente quedó”, agrega González.

–¿La obra tiene un fin misional?

Hernán Brienza: –No. Creo que tiene una mirada ideológica, pero no un fin misional. Más bien diría que en algunos casos es contradictorio. Hay una crítica al principal mazorquero de Rosas, Cuitiño, escrita por Borges; hay, sí, un discurso de la presidenta de la Nación sobre Vuelta de Obligado, que uno podría decir, bueno, es lo más jugado en términos ideológicos. Pero me parece que no es un disco que apueste a evangelizar algo, sino que apuesta un poco a divertirse con la tradición nacional y popular. Incluso las interpretaciones de Alejandro y Eduardo tampoco son sobreactuadas.

–No son solemnes, al menos. Eso está claro.

H. B.: –Son sobrias, más que solemnes. Y yo tampoco quise entonar nada, sino leer con la poca voz que tengo, para no darle una intencionalidad que el disco no merece. Obviamente tiene una mirada, un posicionamiento, pero no una lógica misional.

Edgardo González: –Está parado claramente en un lugar, y a la vez atravesado por algunas contradicciones.

–La ambigüedad como disparador...

Alejandro Guyot: –De hecho, muchas de las canciones de Blomberg y Maciel se mueven en ese filo que exponen las contiendas políticas y las del amor, el campo de batalla tanto político como amoroso, ¿no? Porque en las canciones se cruzan unitarios y federales en lo político, y también unitarias y federales, que se unen en amores imposibles de sostener en el tiempo como el valsecito “Tirana unitaria”. El tipo le está diciendo a ella: “tirana unitaria, tu cinta celeste, até en mi guitarra, de buen federal”... Y esto, a la vez, tiene resonancias con el presente histórico... te hace reflexionar que en el país no hay una grieta, como se pretende azuzar, sino que hay ciertas tensiones con otros matices.

La obra conceptual del trío, claro, cuenta con antecedentes. Con referencias históricas que se le presentan –en mayor o menor medida– como marco. Desde la formidable El Chacho, vida y muerte de un caudillo, con letras de León Benarós, músicas de Adolfo Abalos, Eduardo Falú, Ramón Navarro, Carlos Vincent y Carlos Di Fulvio, y voz de Jorge Cafrune, hasta la solemne, pomposa y bastante anodina Los Caudillos, de Félix Luna y Ariel Ramírez. Desde el lúcido repertorio Blomberg-Maciel, que el gran Ignacio Corsini grabó hacia fines de la década del ’20 del siglo pasado, y que el dúo Guyot-González aprovecha por cuatro (“La china de la mazorca”, “La mazorquera de Monserrat”, “Tirana unitaria” y “Los jazmines de San Ignacio”), hasta el Romance por la muerte de Juan Lavalle, de Eduardo Falú y Ernesto Sabato. Desde el repertorio rosista de Roberto Rimoldi Fraga hasta la más reciente Pasiones en la historia argentina, de Pacho O’Donnell y Antonio Tarragó Ros. Todas ellas, con mayor o menor intensidad, atravesadas por ese plus emocional, de batalla, que generan las resignificaciones históricas contadas con música. “Me resultó muy interesante pasar del texto escrito a escucharlos a ellos. En uno de los cielitos por la muerte de Dorrego me parece que hay un espacio donde se yuxtaponen todos los géneros, y ahí se produce algo mágico. Un momento de mucho maridaje, de mezcla de géneros, que va de la lógica de la historia a la emoción, sí”, acuerda Brienza.

–Química y pasión, o química de pasiones...

A. G.: –O una vuelta de tuerca a los textos leídos por Hernán, que son de él, y a documentos de época como el de Artigas, el poema de Borges (“Cuitiño”) o el discurso de Cristina. Por eso, hacer un disco solo con canciones no hubiese tenido sentido, para mí.

E. G.: –Además, la manera en que lo grabamos, a través del tiempo y con mucha dispersión, también hizo que fuera distinto el proceso de grabación... Hay como otra cosa. Cuando empezamos a ensayarlo, empezó a pasar una cosa emocional que por ahí no estuvo durante la grabación.

–¿Quién sugirió el título y por qué?

A. G.: –Yo lo sugerí, porque está incluido en una canción del repertorio federal de Blomberg y Maciel, y me pareció que contenía esa contradicción que se plantea entre el amor y el odio, el amor y la guerra que, como decía antes, por momentos se transforma en un escenario de amor. El título resume esa mezcla de amor y de sangre que sale de cantarle a la historia de una patria que se hizo de eso.

–Con Dorrego como punto de partida.

E. G.: –Brienza dice que los fusilados de la historia argentina, desde Dorrego, que fue el primero, hasta los desaparecidos del ’76, estuvieron todos del mismo lado.

H. B.: –Es que en el asesinato de Dorrego hay una matriz que se repite a lo largo de la historia argentina, que es la conjunción entre el partido unitario y el liberalismo conservador. Podría haber habido muchos liberalismos en la Argentina, como el progresista de Colombia o de México, e incluso de Uruguay. En cambio, el liberalismo en Argentina es conservador, y en el siglo XX ha sido pretoriano, por lo tanto los golpes de Estado son hijos de esa entente que fusiló a Dorrego. Los crímenes que se cometieron después están de alguna manera inspirados en su fusilamiento. Pienso en los de Martiniano Chilavert o Jerónimo Costa, que era un general antimitrista; pienso en los fusilamientos de Valle y Tanco tras el derrocamiento de Perón, en los muertos de la Patagonia, en los desaparecidos... En fin, siempre los sectores populares pusieron los muertos en la Argentina. Y que son los que representaba Dorrego.

–El padre de los pobres.

–O el descamisado, palabras que siempre vuelven a resignificarse en la Argentina. El disco tiene un poco ese espíritu, aun cuando no sea obvio en su expresión.

–Brienza, si tuviera que elegir un caudillo en una especie de plebiscito de la historia argentina, ¿a quién elegiría?

H. B.: –Soy dorreguista. Me parece uno de los personajes más interesantes de aquella época, porque era federal pero doctrinario. Era un hombre que venía del Iluminismo, pero era popular; era nacional pero liberal, en la acepción más jacobina del término. Para mí, él está en el cruce de diagonales que después se separan en la historia argentina, entre en nacionalismo popular y una matriz liberal que se torna conservadora y se desprende de lo nacional. Dorrego, en cambio, mantiene esas dos líneas que resultan en un nacionalismo progresista que intenta poner en marcha una Constitución liberal y federal. Me parece algo rico, amplio.

–¿Y Felipe Varela?

H. B.: –También, con esa gran proclama a los pueblos americanos, cuando intenta enfrentar a Mitre y a la guerra del Paraguay. Pero Dorrego es el hombre político de Bolívar en el Río de la Plata, y tiene una mirada americanista importante que lo hace muy actual. No en vano Hugo Chávez toma su personaje, que además es un mártir absoluto.

–De los más impolutos, tal vez, aunque no quiere decir que lo sea del todo.

H. B.: –No, claro. Comete errores. Es zonzo en algunas cosas y loco en otras. Pero una de las cosas que más me llamó la atención del período en que gobernó fue el control de precios para los productos que consumía el pueblo (leche, carne, vestimenta) para evitar la especulación de los comerciantes con los pobres. Y una ley de medios...

–¿¡Una ley de medios!?

H. B.: –Sí, sale una ley que intenta multar a los que mienten. A las calumnias e injurias. Obviamente, la ley fue desaprobada. Y otro planteo fue el desendeudamiento público. El viene del empréstito Baring Brothers, entonces toma préstamos de los estancieros nacionales para cancelar deuda pública en libras esterlinas y no depender del Banco Nacional, que está en manos de los ingleses. Y finalmente el tema de la integración territorial... El cree que la Banda Oriental es parte de las Provincias Unidas y no renuncia a que se la entreguen a los ingleses o a los brasileños. Es un hombre que piensa en la integración americana.

–¿Pensaron la obra como material pedagógico?

A. G.: –Puede pensarse como tal. Incluso, muchos profesores de historia me empezaron a preguntar dónde se conseguía el disco, porque les pareció interesante trabajarlo con alumnos. ¿Cómo aprende uno de historia? A ver, un ciudadano común no se va a poner a leer un libro de la academia, tal vez lea una novela histórica, o por medio de canciones también es interesante. De hecho, éstas eran vidalitas y cielitos que se cantaban en las pulperías.

–¿Esto queda acá, en el siglo XIX, o proyectan algo más cercano en el tiempo?

H. B.: –Ya los conminé a hacer un segundo disco con canciones del siglo XX, por supuesto.

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