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Martes, 10 de febrero de 2015
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Sam Smith fue el gran ganador en la noche de los Grammy, el domingo en Los Angeles

Un festival de lo correcto y lo esperado

Los premios con los que la industria de la música se palmea la espalda a sí misma tuvieron una velada en la que muy pocos artistas se salieron de la norma. Actuaron AC/DC, Madonna, Beyoncé, Rihanna con Paul McCartney y Kanye West, y Tony Bennett con Lady Gaga.

Por Joaquín Vismara
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La ceremonia comenzó con AC/DC, en lo que fue una reparación de un ninguneo histórico a la banda.

Los Grammy son a la música lo que los Oscar al cine: un evento autocelebratorio por parte de una industria que, aun cuando reparte estatuillas a artistas, no hace más que festejarse a sí misma. Quien más trofeos acumule en la noche hará tronar las cajas registradoras al día siguiente, en una rutina que lleva años y pocas sorpresas. Lo ocurrido el domingo en el Staples Center en Los Angeles no fue la excepción: con seis nominaciones a cuestas, el cantante británico Sam Smith recogió cuatro estatuillas (en las categorías Artista Nuevo, Canción, Grabación y Album de Pop Vocal) gracias a su debut In the Lonely Hour, que sonó hasta el hartazgo a ambas márgenes del Atlántico Norte. Un festival de lo correcto y lo esperado, salvo contadas excepciones.

Como toda premiación de facturación masiva, en el último tiempo los Grammy se han encargado de tratar de enmendar las críticas que recibieron por algunas omisiones históricas. Así fue como la ceremonia del domingo (que en la Argentina emitió TNT) comenzó con un show en vivo de AC/DC. En lo que fue su debut en los premios, el grupo australiano desgranó sendas versiones del reciente “Rock or Bust” y su clásico “Highway to Hell”. El gesto fue noble, pero las interpretaciones sonaron a media máquina, lejos de la altura de su propio legado. A lo largo de la noche, este gesto tendría continuidad en la entrega de varios premios honorarios a la trayectoria, destinados a los Bee Gees, George Harrison, Martin Vendier y al matrimonio de Barry Mann y Cynthia Weil.

A pesar de contar con ochenta y una categorías, la mayoría de las estatuillas se entregaron fuera de cámara. Al momento del comienzo de la transmisión televisiva, gran parte de los premios ya se habían entregado, dejando para las casi cuatro horas de ceremonia poco más de una docena de ternas. El énfasis del evento estuvo en las interpretaciones en vivo, que las hubo y en gran cantidad, en lo que pareció una metáfora de la actualidad de la industria: el panorama muestra que las ventas de discos disminuyen cada vez más, y los artistas engruesan sus ganancias con shows y giras.

La saga de performances comenzó con la baladista Ariana Grande, y siguió con Miranda Lambert, la actual reina del country, quizás el género con más consumidores fieles en la industria musical estadounidense. Todo este despliegue escénico contrastó con la participación de Kanye West. Con el tablado casi en penumbras, el rapero estadounidense interpretó “Only One”, la canción dedicada a su hija que grabó junto a Paul McCartney, en una austeridad sólo interrumpida por su conjunto deportivo de terciopelo bordó. El intimismo de esta interpretación se quebrantó a los pocos minutos, cuando Miley Cyrus y Nicki Minaj oficiaron de presentadoras de Madonna. Envuelta en un traje rojo, la Reina del Pop adelantó su flamante Rebel Heart con la canción “Living for Love”, con una coreografía dominada por bailarines caracterizados como faunos. La cantante terminó su set elevándose hacia el techo con un arnés, en una muestra más de que el bajo perfil no fue, es ni será lo suyo.

Finalizado este bloque de presentaciones, la nómina de Mejor Album Pop Vocal volvió a poner a los premios como eje de la noche. Con su segunda estatuilla en mano (ya había recogido la de Mejor Artista Nuevo), Sam Smith dio el primero de los discursos motivacionales de la noche: “Durante años hice todo lo posible para poder vender mis canciones. Quise bajar de peso y hacer música horrible. No fue hasta que fui yo mismo que esto pasó”. A los pocos minutos, el maestro de ceremonias LL Cool J siguió esta misma línea de autoayuda, con la mirada clavada en el lente de la cámara: “Los sueños no tienen fecha de vencimiento. Crean en ustedes mismos”. El único que marcó la diferencia fue Prince, encargado de presentar al ganador por Album del Año, en la que Beck salió airoso frente a todos los pronósticos posibles (ver recuadro). “Discos... ¿se acuerdan de ellos? Como los libros y la vida de las personas negras, todavía nos importan los discos”, dijo en lo que pareció un tiro por elevación dirigido a la industria misma.

Con el foco puesto de nuevo en los shows en vivo, Ed Sheeran dio el puntapié para lo que en los últimos años se volvió una costumbre para los Grammy: las colaboraciones en escena. El músico británico compartió “Thinking Out Loud” junto a John Mayer y al pianista Herbie Hancock. Su interpretación sirvió como aperitivo a la presentación de Jeff Lynne, en la que el creador de Electric Light Orchestra realizó un medley con algunas de las canciones de su grupo (“Evil Woman”, “Mr. Blue Sky”), mientras McCartney se ponía de pie para cantar desde la platea, sin poder ocultar su admiración por su colega y amigo. Después de la ovación recibida por Lynne, a Gwen Stefani y Adam Levine les tocó continuar con la gala sin muchas expectativas. La ex No Doubt y el cantante de Maroon 5 interpretaron “My Heart is Open” ante una audiencia que los recibió con tibieza, como si el contraste entre un segmento y otro hubiera sido muy difícil de asimilar.

Como queriendo sacarle la carga excesivamente positiva de su último hit, Pharrell Williams decidió reinventar en vivo el tema “Happy”. El artista, que será uno de los platos fuertes de la edición local de Lollapalooza, eliminó todo atisbo de alegría de la canción y la llevó a un terreno más oscuro, coronado por las orquestaciones sombrías de Hans Zimmer (responsable de musicalizar la trilogía de Batman de Christopher Nolan) y la intervención del pianista chino Lang Lang. Disfrazado como un botones de hotel, Williams y su troupe de bailarines incluyeron en su rutina un gesto muy sutil. Durante unos segundos, todos se quedaron quietos con las manos en alto, en una alusión a los incidentes de represión policial vividos en Ferguson en agosto del año pasado.

Cuando promediaba la velada, la fiesta fue interrumpida por un video grabado por el presidente norteamericano Barack Obama, con un discurso en el que instó a los artistas a difundir mensajes en contra de la violencia doméstica. “Los artistas tienen un poder único para cambiar las mentes y las actitudes, para hacernos pensar y hablar acerca de lo que nos importa”, cerró. Su misiva se coronó con una sobria interpretación de “By the Grace of God”, a cargo de Katy Perry, pero toda la escena no dejó de ser más que una triste ironía. Entre los presentes en la sala se encontraba el músico Chris Brown, acusado por su ex novia Rihanna por violencia y maltratos. No sería la única paradoja de la noche: en un contexto que busca celebrar la creatividad artística, Sam Smith, el artista más premiado de la jornada, viene de perder un juicio por plagio con Tom Petty, ya que su hit “Stay With Me” comparte demasiadas semejanzas con “I Won’t Back Down”, del músico norteamericano.

La unión de fuerzas continuó en un nuevo bloque, en lo que pareció una competencia de nombres con peso. Primero, Tony Bennett y Lady Gaga llevaron al escenario su inesperada alianza con “Cheek to Cheek”, con una sobriedad notable que eliminó los sesenta años de diferencia que separan al crooner de la excéntrica cantante pop. El rapero Usher les siguió con una versión de “If It’s Magic” como adelanto de un tributo que se realizará esta semana a Stevie Wonder, y que contó con la participación sorpresiva del homenajeado cerca del final. Después de otra muestra de actualidad country de la mano del músico Eric Church, se dio sobre el escenario el cruce más esperado de la noche. Rihanna, Kanye West y Paul McCartney interpretaron por primera vez en vivo la canción “FourFiveSeconds”, aunque una impericia técnica hizo que el micrófono del ex Beatle jamás se escuchase y el público tuviera que conformarse con lo audaz de su gesto al salir de terreno seguro.

En el último tramo, Sam Smith volvió a ser protagonista, esta vez por su interpretación en vivo del hit “Stay With Me” con la ayuda de Mary J Blige. A pocos meses de cumplir 23 años, Smith se perfila como un prodigio que en su primera noche en los Grammy cosechó lo que varios de sus referentes juntaron en toda su carrera. Sin solución de continuidad, quien le siguió en el escenario fue el colombiano Juanes, que interpretó la canción “Juntos”, uno de los pocos latinos en pasar por estos premios sin ceder ante las presiones idiomáticas. Acto seguido, se vivió uno de los momentos más inexplicables de la noche: la cantante australiana Sia interpretó su hit “Chandelier” de una manera excesivamente atípica (aunque acorde con sus videos), de espaldas al público y con la actriz Kristeen Wiig encarnando a la cantante en el escenario.

Beck, el ganador inesperado de la noche, tuvo su momento de gloria cerca del final. Junto con Chris Martin, de Coldplay, el músico estadounidense tocó “Heart Is a Drum”, un remanso folk que contrastó con la pirotecnia visual y sonora que apareció como una constante durante la entrega. En ese mismo clima intimista, el segmento in memoriam homenajeó a los músicos fallecidos durante el último año. En un video en el que aparecieron las figuras de Joe Cocker, Pete Seeger, Tommy Ramone y Robin Williams, tuvo su merecido reconocimiento Gustavo Cerati. Así como en el 2012 la academia reconoció a Luis Alberto Spinetta como “pionero del rock argentino”, el líder de Soda Stereo apareció en pantalla con el título de “leyenda del rock latino”.

El último tramo abandonó el clima festivo en pos de una solemnidad abrupta e inesperada. Primero, Beyoncé interpretó el clásico gospel “Precious Lord, Take My Hand” en un clima parsimonioso que desembocó en la última colaboración de la noche, cuando John Legend y el rapero Common interpretaron “Glory”, la canción que ambos grabaron para el film Selma. Así, el evento que empezó con una invitación a la autopista al infierno, pero cuatro horas más tarde culminó con una súplica religiosa. Aliñada, correcta, como le gusta a la industria.

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