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Lunes, 5 de septiembre de 2005
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“EL REY KANDAULES”, OPERA DE ALEXANDER VON ZEMLINSKY

Los exhibicionismos y el poder

Por D. F.
La historia de la ópera –tal vez como todas las historias– muestra al mismo tiempo la cristalización de un modelo y su paulatina ruptura. Mientras crecía el concepto de melodrama, también se desarrollaban las múltiples rupturas de ese concepto con las que, no obstante, la ópera se convertiría en el espectáculo multimediático más exitoso durante por lo menos dos siglos. La historia de la ópera es, también varias historias a la vez. Está, por un lado, el entretenimiento espectacular, el lucimiento de prodigios –vocales y escénicos– que constituiría el núcleo central de lo que más adelante se llamaría bel canto. Y también está lo que algunos artistas hicieron, experimentando con el género. Las obras de Alexander von Zemlinsky, compositor olvidado por razones más políticas que estéticas y de quien se acaba de estrenar una ópera por primera vez en la Argentina, pertenecen a este segundo grupo.
Medir un libreto como el de El rey Kandaules –dejada inconclusa en 1936– con los patrones de valor a los que precisamente se opone sería, por lo tanto, un error. Hay una idea de teatralidad tradicional a la que esta ópera se resiste y otra idea, mucho más emparentada con el simbolismo, con la que busca encontrar una nueva forma de drama musical, que no ceda a las imposiciones del mercado y del espectáculo frívolo. Un rey, aparentemente magnánimo, es víctima, sin embargo, de su exhibicionismo y un pescador, inicialmente pobre y puro de espíritu, mata una vez sólo para demostrar poder frente a la mujer, y llega al trono después de otro asesinato, para convertirse inmediatamente, en sojuzgador de la supuesta mujer amada –y como insinúa Marcelo Lombardero con el águila que proyecta sobre la escena, en el final de su excelente puesta– de todo un pueblo. Zemlinsky se basó, literalmente, en André Gide pero la exigencia de una escena de desnudo le valió una suerte de doble exilio. Judío y adscripto por los estetas nazis a lo que ellos llamaron “música degenerada” (entartete musik) debió huir a Estados Unidos en 1938. Pero los norteamericanos no lo trataron mucho mejor. Jamás programarían una obra con tal grado de impudicia, le dijeron. Y Zemlinsky necesitó tan sólo cuatro años para morir y ser olvidado por completo.
La propuesta de Lombardero contrasta la crudeza de la marcación escénica con la belleza visual de la escenografía planteada por Daniela Taiana, de líneas puras, que se vale de letras –el alfabeto, la ley– y elementos mínimos a los que se agrega la contundencia expresiva de algunas imágenes proyectadas, como la de la cabeza en perspectiva. La régie resuelve con plasticidad las escenas de invisibilidad, cuando el pescador usa el anillo mágico regalado por el rey para que espíe a su mujer y, sobre todo, otorga un justificativo teatral potente para el primer asesinato, cuando uno de los cortesanos manosea y deja al descubierto los pechos de la esposa del pescador –un desnudo que nada tiene de esteticista, en tanto la actriz elegida se aleja explícitmente del modelo corriente de belleza sociado a delgadez y juventud–. La escena del segundo asesinato también está cargada de un sentido teatral que, tanto la eficaz iluminación de Traferri como el sobrio y sugerente vestuario de Gutman, colaboran con sostener durante toda la ópera. Neuhold dirigió con precisión la Orquesta Estable, que sonó homogénea y concentrada, con altos rendimientos individuales en las maderas, logrando una absoluta fluidez en el relato musical y un extraordinario detalle en la soberbia orquestación de Zemlinsky. Nina Warren, que ya había compuesto una buena walkyria en la puesta estrenada este año en el Colón, logró una Nyssia convincente, sólida en lo vocal y de buena presencia escénica. Varios de los cantantes argentinos convocados para papeles menores –Bengolea, Casinelli, Garay– tuvieron excelentes actuaciones, a diferencia del casi inaudible Aysev, al que se le encomendó el papel protagónico, y el apenas correcto Edelmann, en un Gyges cabal ensu manejo de la escena pero anodino en lo vocal, lo que, no obstante, no atenta contra un espectáculo de gran nivel.


8-EL REY KANDAULES
Opera de Alexander von Zemlinsky, basado en la obra del mismo nombre de André Gide.
Dirección musical: Günter Neuhold.
Régie: Marcelo Lombardero.
Escenografía: Daniela Taiana.
Vestuario: Luciana Gutman.
Dirección del coro: Salvatore Caputo.
Diseño de luces: Roberto Traferri.
Elenco: Hakan Aysev, Peter Edelman, Nina Warren, entre otros.
Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón.
Teatro Colón. Viernes 2.
Próximas funciones: Miércoles 7 y viernes 9.

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