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Lunes, 16 de febrero de 2015
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Festival Musica nova Helsinki, más allá de las modas

Banda de sonido de este nuevo siglo

Dirigido por Anssi Karttunen, el encuentro es reflejo de una ciudad con una vida cultural extraordinaria. Numeroso público acudió a cada uno de estos conciertos en los que un concepto general claro cobijó a muchos de los nombres propios de la escena musical contemporánea.

Por Diego Fischerman
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La mezzosoprano Anna-Kristiina Kaappola protagonizó una ópera basada en el poema “El cuervo”, de Poe.

Página/12 En Finlandia

Desde Helsinki

En la ciudad se habla de una primavera adelantada. Apenas unos dos o tres grados bajo cero; poca nieve y casi sin hielo en las calles. Otro termómetro, el del Festival Musica nova Helsinki, mide temperaturas diferentes. En particular la de una ciudad con una vida cultural extraordinaria, capaz de convocar a un numeroso público interesado en cada uno de estos conciertos de música actual –y en muchos casos muy reciente–y hasta de poner en escena una ópera (protagonizada por Anna-Kristiina Kaappola y dirigida magistralmente por Diego Masson) de uno de los compositores más importantes del momento, Toshio Hosokawa, basada en el poema “El cuervo”, de Edgar Allan Poe, mientras en la sala de conciertos del Centro de la Música, la fantástica Sinfónica de la Radio Finlandesa, dirigida por Oliver Knussen, interpreta música de Peter Lieberson, Mark-Antthony Turnage y Reinbert De Leeuw.

Una de las características de este festival es que, si bien se concitan allí muchos de los nombres propios de la escena musical contemporánea (y en este caso la palabra no es una mera designación de género sino una exacta apelación al momento en que las obras fueron compuestas) las diferencias con otros encuentros similares son tan significativas como sus semejanzas. No sólo aparece aquí una saludable independencia de las modas y los “ismos” más en boga sino que, en todos los casos, prima una meticulosa idea acerca de lo que el concierto significa como unidad –una cierta concepción del relato– y de la narrativa que une a unos conciertos con otros. No se trata de un simple agrupamiento ni de una colección de artistas prestigiosos, sino que se dibuja un mapa de original vastedad, tan capaz de albergar a la finlandesa Kaija Saariaho –obvio, una de las heroínas–, a la notable cantante y directora Barbara Hannigan, a estrellas como Knussen o el compositor Pascal Dusapin como a outsiders de la talla del danés Hans Abrahamsen, nuevos descubrimientos como el portugués Vasco Mendonça o el jovencísimo Louis Chiapetta o un autor fuera de todo canon –y de originalidad irreductible– como el argentino radicado en los Estados Unidos Pablo Ortiz.

Musica nova se realiza bianualmente y tiene una historia en ese sentido –allí fue una de las primeras presentaciones fuera de París de la Metropolis de Fritz Lang con música de Martín Matalón– y su actual director, el genial cellista Anssi Karttunen, es tan consciente de ella como del signo personal que le imprime. Por un lado cuenta que estuvo en la primera edición, en 1981, como público. “Allí escuché a Siegfred Palm haciendo el segundo Concierto para cello, de Bernd Alois Zimmermann, y eso definió mis decisiones musicales. Este festival es, desde ese entonces, parte de mi vida.” Allí conoció, también, al recientemente fallecido Henri Dutilleux –el año pasado ganó el premio Gramophone por su interpretación del Concierto para cello Tout un monde lointaine–, a compositores tan diversos como György Kurtag, Tan Dun o Matalón y a músicas como la de Luigi Nono, cuya “Como una ola de fuerza y luz” escuchó interpretada por Gidon Kremer. Al mismo tiempo, casi como una confesión, Karttunen es capaz de asegurar que “en esta edición del festival están los artistas que me gustan”. Y es que entre Timo Korhonen, quien presentó obras para guitarra y electrónica, Hosokawa, Dusapin, Wolfgang Rihm, Ortiz y Peter Lieberson tal vez no haya otro punto en común que la propia mirada del programador y, también, su intuición para que unas músicas iluminen a otras y, por contigüidad, revelen aspectos –de las otras y de sí mismas– que de otra manera permanecerían ocultos. O, más literalmente, tal vez lo que una a estas músicas sea ni más ni menos que su capacidad para funcionar como banda de sonido de este nuevo siglo. La diversidad, en todo caso, es el signo de las ciudades. A pocos metros del imponente Centro de la música, o de la bellísima Opera de la ciudad, suena también el tango finlandés –tan lejano del porteño– o la calculada decadencia del Bar Moskva, propiedad de los hermanos Kaurismäki, donde una alegre multitud toma vodka apiñada codo con codo, contra un indudable cartel soviético que le dice “¡No!” al alcohol.

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