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Sábado, 19 de agosto de 2006
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EL DUO SALTEÑO, LA REUNION, EL CUCHI LEGUIZAMON Y EL DISCO “VAMOS CAMBIANDO”, QUE PAGINA/12 PRESENTA MAÑANA

“Queremos ver si se puede avanzar un poco más”

Con casi 40 años de historia, el Dúo es una de las entidades más perdurables e influyentes del folklore argentino: la publicación de Vamos cambiando sirve como demostración de los amplios caminos que abrieron con su música.

Por Claudio Kleiman
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“El Cuchi armonizaba y abría todo un mundo maravilloso, que se fue descubriendo con el primer disco que hicimos.”

En un departamento de Palermo, Chacho Echenique y Patricio Jiménez, el Dúo Salteño, se preparan para su regreso en Buenos Aires, un emotivo recital en La Trastienda (ver aparte). El teléfono no para de sonar, las entradas están agotadas, pero no pierden su calma salteña, heredada de la provincia donde aún residen. A principios de este año, Cosquín les brindó un caluroso recibimiento. Es que las cosas han cambiado para el Dúo Salteño, el grupo que Gustavo “Cuchi” Leguizamón eligió y modeló como instrumento para expresar sus composiciones, así como su visión vanguardista del folklore. Ahora, esas innovaciones parecen estar a tono con los tiempos que corren y nuevas generaciones retoman sus aportes y reconocen su influencia. Parece una época propicia para este nuevo retorno del Dúo Salteño, aun cuando ya no cuentan con el Cuchi. “Incluso queremos ver si podemos seguir avanzando un poquito más, buscar otras cosas, porque nosotros ya prácticamente al dúo lo hacemos”, dice Chacho. De cara a la reedición de su último trabajo, Vamos cantando, Echenique y Jiménez repasan su historia y miran hacia el futuro.

–¿Cuándo se produce esta nueva reunión?

P.J.: –Hace un poco más de un año. Con Chacho siempre nos veíamos en Salta y nos decíamos “ya te voy a llamar para hacer algunas cosas”, y nunca lo hacíamos. Hasta que dos queridos amigos, de distintas generaciones, nos juntaron, y ahí conversamos en concreto sobre el Dúo. Porque hablábamos de otras cosas, era como un recuerdo doloroso que no queríamos tocar, estaba asociado con las cosas terribles que pasaron en el país.

C.E.: –El problema nuestro fue que no pudimos afirmarnos. Desde la primera vez que vinimos a Buenos Aires no tuvimos una difusión adecuada. Siempre había problemas, no nos comprendían o decían que éramos “subversivos”. No podíamos crecer ni afirmarnos, aislados en una pensión, trabajando en boliches chicos, los que nos apoyaban.

–Era una época de mucha agitación en la música popular.

C.E.: –Siempre hicimos lo posible para que el Dúo estuviera presente, estuvimos con todas las corrientes. Vino Armando Tejada Gómez por Mendoza, con Mercedes Sosa y Oscar Matus, que habían creado el Nuevo Cancionero. Estábamos nosotros de Salta, con la corriente del Cuchi, y Piazzolla, con quien tocábamos juntos en un subsuelo de la calle Talcahuano y en el Teatro Luz y Fuerza, donde tocaba Mercedes Sosa, Edmundo Rivero, por 1973.

–¿Cómo fue que se vinieron de Salta a Buenos Aires?

C.E.: –Nos trajo Hugo Guerrero Marthineitz, al salir nuestro primer disco. Estuvimos dos o tres días en El Show del minuto, y pasaba el disco completo, una y otra vez. Se nos acercaban jóvenes que decían “fue grandioso escuchar esas dos voces en la radio”. Se preguntaban “¿qué es esto?, ¿de dónde salió?”, por el sonido que traíamos, algo nuevo, lleno de cosas un poco desconocidas, de intervalos que no había en el folklore ni en grupos vocales. Y por la expresión de nuestras voces, que le daba un colorido especial, porque hacíamos una armonía de timbres.

–¿Eso era producto de su trabajo con el Cuchi?

C.E.: –El Cuchi a veces armonizaba en el piano, tocaba y decía “esto está perfecto”, pero lo cantábamos y no sonaba. Entonces armonizaba de nuevo para que los timbres de las voces sonaran bien juntos y tuvieran los armónicos que tienen que tener. Todo eso era un mundo maravilloso y se fue descubriendo con el primer disco, El Dúo Salteño, que salió en 1969. Ahí volvimos a Salta, luego lo trajimos al Cuchi y grabamos en 1971 El Canto de Salta con él.

P.J.: –El Cuchi no quería salir de Salta, le gustaba quedarse allá, estudiar, tocar su piano. Pero nosotros queríamos mostrar lo que hacíamos. Así empezamos a hacer recitales, con el Cuchi en Luz y Fuerza, en el Bauen con Dino Saluzzi, con el Mono Villegas. Luego trajimos a Manuel J. Castilla, y hacíamos recitales con Manuel y el Cuchi.

–¿Ustedes tenían algún precedente para ese tipo de canto?

P. J.: –Nada específico, pero nos influyeron el paisaje y la gente. Yo iba mucho a las carpas y escuchaba a los cantores populares con caja. Otra cosa que me gustaba era escuchar las grandes orquestas, en un combinado grande que tenía mi viejo, y diferenciar lo que hacía el violín, el piano, el bandoneón, cómo se iba formando la armonía. Cuando nos conocimos con Chacho, empezamos a cantar enseguida, salió naturalmente.

C. E.: –Yo tuve la suerte de vivir por la Puna, en Quijano, y ahí se canta muy agudo, sino no te escuchan. Es como los pájaros, que cantan según su ambiente.

P. J.: –Eso lo determina mucho el paisaje. La baguala se canta muy aguda, como lo hace Chacho, para que pase el cerro.

–En el folklore no había precedentes de la armonía que hacían.

C.E.: –No, una vez Manolo Juárez, que estaba a cargo de la parte de música clásica en Sadaic, nos dijo que no había antecedentes en la historia de nuestro trabajo. Eso viene de un músico como el Cuchi, que era un intuitivo, porque trasladó cosas que escuchaba, como Stravinsky, Bela Bartok, Schoenberg, y trataba de hacerlo sentimentalmente, además de la técnica. Vos cantabas un poquito y enseguida te ponía los contrapuntos, lo tenía incorporado, y a nosotros nos parecían sonidos muy lindos. Ahora ya se escucha más, pero hace 30 años, esos choques de segundas menores eran un poco duros para la gente.

–Y la música en esa época generaba reacciones muy intensas, como le pasó a Piazzolla. ¿A ustedes les pasó que los rechazaran?

C.E.: –En general tuvimos suerte porque actuábamos para un público que nos conocía a través del disco. Salvo cuando cantamos en el Luna en el Festival Internacional de la Canción en el ’70, la platea nos aplaudía un poco, pero la popular nada. Cantamos “El Imaginero”, un trabajo hermoso que juntó a Armando (Tejada Gómez) y al Cuchi. En ese festival, Piazzolla presentó “Balada para un loco”, ¡y salió segundo!

–¿Cómo fue esa reunión del Cuchi con Tejada Gómez?

C.E.: –Sólo se conocían por teléfono, y cuando llegó Armando al Luna Park, el Cuchi lo primero que le dice es, “¿qué hacés, Yrigoyen tirando al blanco?”, porque Armando se parecía a Yrigoyen y tenía un tic nervioso que le hacía guiñar un ojo.

P.J.: –El Cuchi llegaba a Buenos Aires y se dispersaba mucho. Tanto que un día teníamos un ensayo a las diez, Armando llegó puntual y el Cuchi no aparecía. Se hicieron las once, y Tejada dijo: “¡Me voy! El Cuchi es un genio, y yo soy un obrero de la literatura!”.

–Ustedes se reunieron y grabaron un par de discos en los ’80, y pasaron unos años hasta Vamos cambiando, del ’91. ¿Que pasó en ese período?

C.E.: –Se habían acentuado todos los problemas, económicos y de difusión. Por ahí tuvimos alguna divergencia en cuanto a la manera de hacer las cosas, pero acentuadas por esa situación, porque al haber tantas dificultades cuesta mucho rebobinar y decir “no, esto era una estupidez”.

P.J.: –Hicimos Madurando sueños en 1986, y después no volvimos a un estudio hasta Vamos cambiando, lo último que grabamos, porque en el ’92 nos separamos e hicimos cosas cada uno por su lado.

–¿Y cómo llegaron a Vamos..?.

P.J.: –Lo hicimos solos, el Cuchi estaba enfermo y no había una relación tan cercana. Pero se incluyeron temas muy lindos como “Vamos cambiando”, que es del Chacho.

C. E.: –Hay una apertura en este disco, yo sentía esa necesidad. Patricio ya cantaba frases solo, como en “Zamba del laurel”. Y queríamos darle un poco más de ritmo, porque teníamos una manera lenta de interpretar la zamba que era característica, pero nos interesaba probar cosas. Hay un tema que es “La muerta”, con música del Cuchi y letra de Neruda, distinto de lo que hacía con Castilla.

P. J.: –Habíamos estado muy comprimidos, cantando zambas y chacareras. Yo hacía siempre segundas voces, y me gustó cantar partes solista. Ahora, nos piden muchísimo los temas de este disco.

–Chacho, usted tiene mayor participación autoral...

C.E.: –Sí, está “Sube el Paraná”, con Litto Nebbia en teclados. Es un tema que anticipaba un poco lo que podía venir, porque después llegó esa inundación terrible en Santa Fe; una parte mía veía lo que pasaba y quería prevenir. “Tata Tupac”, donde también participa Litto, es una música que le puse a un texto de Armando sobre Túpac Amaru, en ocasión del Quinto Centenario. Ahí recibimos una distinción de la Unesco... Hay un tango, “Aromando el ayer”, que compuse junto a Osvaldo Avena, un gran guitarrista.

P.J.: –Y también hay más cosas del Cuchi, como “Canción para proteger a María” y “La Salta de antes”, que es de Leguizamón y Castilla.

–Ustedes dijeron que tienen más temas del Cuchi para el disco que van a grabar próximamente...

C.E.: –Hay bastantes temas y está “Zamba del que anda solo”, que es mía y de Armando, armonizada por el Cuchi. Vamos a hacer un homenaje a Atahualpa, “El arriero”, y una zamba muy vieja, “Lloraré”.

P.J.: –Del Cuchi están la “Zamba de la sirena”, “El borrachito de la noche”, “De estar estando”, “Canción de cuna para el vino”. De esta última contaba que fue a comprar el vino y lo llevaba entre los brazos, como acunándolo. Entonces dijo, “¡voy a hacer una canción de cuna para el vino a ver si lo duermo yo, por tantas veces que él me ha dormido a mí!”.

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