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Martes, 17 de marzo de 2015
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Alín Demirdjian y su disco solista

La voz y el ámbar

Por Cristian Vitale
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Cantaba desde chica en el coro de un colegio armenio. Tocaba la guitarra, también. Y componía. Las tres cosas perfilaban a Alín Demirdjian: sólo tuvo que cruzar esa siembra inicial con el mandato de la sangre, sumarle a esa alquimia elementos folk pop y transformar la ecuación en lo que es hoy: una cantautora con disco, carisma y proyección. “Tuve dúos, tríos, grupos, pero no me animaba a grabar mis canciones, hasta que sí”, se ríe ella, ante la inminente presentación de su disco debut (Buscando el ámbar), el miércoles 25 de marzo en Café Vinilo (Gorriti 3780). “Le puse así porque refleja todos los años que estuve escribiendo canciones, buscando decir algo ¿no?, porque siempre estamos buscando en la vida, y el ámbar representa lo luminoso, lo dulce, lo esperanzador... son canciones que buscan eso”, enmarca la joven cantautora, en tren de englobar las trece piezas que pueblan el trabajo.

Trece canciones, todas suyas, producidas y arregladas por Daniel Patanchón (guitarrista de Peteco Carabajal), entre las que se destaca “El blues del caos”, la más “nerviosa” dentro de un mar de calmas, que traduce a escala canción el peregrinar de la autora por varias carreras que nunca terminó: artes visuales, letras, trabajo social, música. “La escribí en esos momentos en que no sabía qué hacer y todo el mundo me hablaba. Hace referencia a las dudas sobre los rumbos”, cuenta ella. También destacan “Padre, casa y madre” y “Caminos”, primer track, en el que luce imprescindible el contrabajo de Pablo Motta. “Digo acá que no existe la realidad, sino la forma en que cada quien camina su camino y se encuentra con el de otro”, define Alín, sobre textos puntuales que musicaliza, las más de las veces, en clave folk. “El folk tiene una simpleza que me gusta en la música y el decir. Pero lo más importante para mí y para Pata (Patanchón) es que se respete la canción, su esencia, lo que quiere transmitir”, señala Alín, cuyas referencias pasan por lo que sonaba en su casa, de chica (Gieco, Beatles, Simon & Garfunkel) y posteriores arribos a las músicas de Joni Mitchell, Lisandro Aristimuño o José Luis Aguirre.

La pata armenia va por el lado de “Verchapes” (“Finalmente”, en castellano), cuya letra e historia anidan en su sangre y en cuya estructura aporta lo suyo Dani Ferretti en weissenborn. “Es una historia de amor que se dio en mi último viaje a Armenia, un país bastante oriental, humilde, ex soviético, cuyas montañas son tan bellas como las de nuestra Patagonia”, cuenta la cantautora, sobre los genes que la enganchan con Alín-Talín, dúo de estricta impronta acústica, armenia e infantil que comparte, en paralelo, con Talín Leylek. “En la música armenia hay de todo... está la de trovadores, la bailable, la litúrgica. Nosotras hacemos varias canciones de Gomidás, un cura que tomaba canciones populares, las escuchaba y las arreglaba. Tomamos mucho de ahí y nos completa”, sentencia Alín y da con otra pintura certera de sí: “Soy armenia pero soy argentina, y llevo como bandera lo interesante que es convivir con las dos culturas”.

–Es inevitable que un armenio no lleve el genocidio también como bandera. ¿En qué sentido le toca a usted?

–La causa nos marca, vivimos con eso. Pero el ser armenio va más allá del genocidio. No tengo que estar hablando o cantando sobre él para ser armenia. Estoy en la postura de no aferrarme a ese dolor de pueblo sufrido, sino pensar en que estamos vivos, estamos acá. Más vale que lucho por la causa, pero en este momento de mi vida no es sobre lo que quiero escribir.

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