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Sábado, 26 de agosto de 2006
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ALEJANDRO NAGY, PERIODISTA Y MUSICO

Todoterreno del rock

Conduce en la radio un programa tuerca, Rock and Pop Racing, y toca en una banda, En el Nombre del Padre. Gran personaje del ambiente, cuenta anécdotas de su época “pesada”.

Por C. V.
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Nagy marcó una época heavy junto con el Ruso Verea.

“Si Fangio viviera, nos mandaría un mail... para cagarnos a puteadas.” El separador no podría provenir de otra voz que no sea la de Alejandro Nagy, el creador de una forma de decir “inédita”, en el argot radial criollo. Es uno de los tantos que rotan en el programa tuerca que conduce los domingos al mediodía. Se llama Rock and Pop Racing y tiene como fin introducir el mundo de los fierros en una emisora a priori hostil. “Dimos la primicia de que al Gury Martínez lo habían descalificado por correr sin marcha atrás. Es un mundillo lindo el de los fierros. Los equipos de marketing no lo toman en cuenta hasta que aparezca una moneda. Ahí voy a tomar la escoba gigante y a revolear para todos lados”, barre. Es posible que una charla con él, animal de radio si los hay, taladre el cerebro de cualquier hombre silvestre. Entre cookies y lágrimas, habla de actividades que lo tienen ocupado full-time. Además de Rock and Pop Racing, apunta datos sobre su banda de rock, En el Nombre del Padre –que tocó anoche en Ashbury–, y abunda en detalles sobre su prolongada historia en la radio que lo tiene como voz oficial.

–¿Qué hay del Nagy músico?

–Siempre toqué. Cuando me quedé sin trabajo en Rock and Pop, fui a vender repuestos para bicicletas en el taller de mi papá y de paso armé una banda. El grupo se llamaba Producto Bruto Interno. Siempre la música anduvo por ahí para sacarme de la depre. Y asumió distintos nombres. Hoy se llama En el Nombre del Padre y presentamos nuevo cantante: el ex Curly Sergio Tizón.

Una de las voces emblemáticas de Rock and Pop nació en San Justo hace 44 años. Conoció esa radio cuando estaban poniendo los cables. Estudiaba en el ISER y, en los ratos libres, se sumergía en ella, que quedaba a la vuelta. Dice que llegó a trabajar allí después de haberse comprado “un bajo Rickenbaker, se lo fui a mostrar a unos amigos y me paró Pergolini, que hacía Feedback. Me dijo ‘uy, que bueno’, y nos quedamos hablando mil. Ari Paluch y Mario eran dos atorrantes que un día Daniel Grinbank escuchó, dijo ‘¿quiénes son estos energúmenos?’ y se los llevó a laburar. Después, tomando un café con Ari, hablamos de la sensación mutua de dolor que causa a todo pibe el domingo a la tarde. Onda ‘nene, preparate el guardapolvo, ¿terminaste el mapa?’, pero terminé escribiendo una radionovela para el programa de Pergolini: ‘Al filo del bisturí’. Uno de los personajes era Juan Castro, asistente de Mario. El pibe era un ciclotímico entrañable. Yo le hice un personaje que se llamaba Lisergiconi, un jefe de farmacología, que vivía dado vuelta y se quería matar tirándose de la azotea. Cuando ocurrió su muerte, preferí guardar los libretos en la casa de mi vieja para que no cayeran en manos de cualquier gil, que diga ‘ven, ya era así’.

–¿Hasta cuándo escribió guiones?

–Un tiempo. 1988 fue un año exitoso para la radio. El programa de Mario duraba cinco horas por día, una locura. Algo que sólo podés hacer a los 25 años, cuando vivís colgado de un helicóptero y sin motor. En 1989 explotó la 100 y se armó el gran quilombo. Terminamos todos peleados. Y Grinbank, que es un expeditivo, nos echó a todos a la mierda. No servíamos más.

–¿Su retorno fue para la Heavy Rock and Pop?

–Sí. Un 1º de mayo a las 12 de la noche. Me presentaron al Ruso Verea 40 minutos antes de largar. Lo tenía de vista. Me lo había cruzado dos veces en mi vida y terminamos casi seis años al aire.

–¿Era metálico como el Ruso?

–No sé. Con el metal fui y vine. Primero le descubrí aristas que me fueron involucrando, pero mi vuelco murió con el quilombo de Riff en Ferro. Se fueron al carajo y me desvié a otras áreas. Cruzar de San Justo a Capital era toda una novedad para mí. El mundo dark, el post-punk, el Stud Free Pub. Me alejé del metal por poco tolerante. ¿Qué gracia tenía ira un recital empastillado hasta el culo y quedarse vomitando toda la noche? Eso tenía menos minas que la tapa de El Gráfico.

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