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Martes, 30 de junio de 2015
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La Budapest Festival Orchestra brilló en el Colón

Partir desde la perfección

Dirigida por Iván Fischer, uno de sus fundadores, la orquesta ofreció programas generosos en el ciclo del Mozarteum Argentino, con grandes intrerpretaciones y un inusual bis en el que, partitura en mano, los músicos cantaron una pequeña canción coral.

Por Diego Fischerman
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La orquesta dio una fantástica muestra de flexibilidad en el fraseo y detalle en los planos.

Podría empezarse, como tantas otras veces, por el final. Por el bis más extraño –y tal vez por el más revelador– que una orquesta haya interpretado jamás. Por ese momento en que, abandonando sus instrumentos –aquello que los convierte, a todos ellos, en un único instrumento–, se agruparon alrededor de su director, con una partitura en mano, y cantaron una pequeña canción coral. Un lied a cuatro voces de Fanny Mendelssohn, a quien las costumbres de su época (y la historia posterior) reservaron el papel más que secundario de “la hermanita de Felix”.

Por un lado, estaba presente allí algo en lo que el director, Iván Fischer, insiste. Los músicos deben cantar, dice. La práctica coral enseña, más que a cantar, a escuchar, y, como ejercicio, ellos, entonces, cantan. Pero hay algo más. Esa canción hogareña, situada por fuera del repertorio de concierto, es también la reivindicación de una tradición. En la Europa central las familias cantan; en Navidad se abordan piezas corales a varias voces. Y esta orquesta de Budapest es una de las encarnaciones más perfectas de esa herencia. Húngara pero, más allá, austrohúngara hasta la médula, pocas veces, si es que alguna, una obra como la cuarta sinfonía de Gustav Mahler sonó tan mozartiana como en el concierto con el que esta orquesta cerró sus actuaciones de este año para el Mozarteum.

El día anterior, la Budapest Festival, que fundaron Fischer y el pianista Zoltan Kocsis en 1983, había realizado otro programa inusualmente generoso, con dos conciertos para piano, el de Maurice Ravel y el primero de Sergei Prokofiev (junto al notable solista Alexander Toradze), además de la Obertura sobre temas hebreos, también de Prokofiev, y la Sinfonía Nº 4 de Johannes Brahms. El sábado, a la obra de Mahler la había precedido otra composición de fondo, las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss y, casi como preludio, los Bocetos húngaros de Béla Bartók. Esta transcripción para orquesta de cinco de sus Diez piezas fáciles para piano fue el vehículo para que Fischer y su orquesta mostraran algunos de los fundamentos sobre los que se asienta un arte en que la perfección es apenas un punto de partida. Sin impostaciones ni falsa trascendencia, y liviana cuando la música lo demandaba, la orquesta dio una fantástica muestra de flexibilidad en el fraseo, detalle en los planos, belleza en los solos y extremo cuidado en el color grupal.

Las canciones de Strauss no fueron concebidas originalmente como ciclo. El nombre de “cuatro últimas canciones” y su ordenamiento (“Primavera”, “Septiembre”, “Al ir a dormir” y “En el ocaso”) fueron decididos por el editor Ernst Roth. Tres de las canciones tienen texto de Hermann Hesse y la cuarta de ellas –en realidad la primera en ser compuesta– es la única que recurre a un poema de Joseph von Eichendorff. Todas fueron escritas por Strauss en 1948, cuando tenía 84 años, y hay en ellas una cualidad de extemporaneidad que, finalmente, las une como partes de un mismo relato. La soprano sueca Miah Persson, solista de algunas grabaciones memorables como la del oratorio La creación de Haydn con dirección de Paul McCreesh o de los Magnificat de Bach, Kuhnau y Zelenka con el Bach Collegium de Japón, con un timbre cristalino, coloratura y afinación exactas y conmovedora expresividad, fue en ellas un integrante más de la orquesta. El entretejido entre su voz y las de los instrumentos fue asombroso. E hizo realidad lo que Fischer explica, por ejemplo, en un reportaje que puede verse por Internet siguiendo el enlace https://www.youtube.com/watc?t=830&v=X5ClgclGTp0. Allí dice que la función del director es lograr que la expresión de los cien músicos que están tocando sea una sola. Y dice que hay algo que siente, al dirigir, en la punta de los dedos: que con ellos toca los instrumentos a través de los músicos. “No es algo mágico –aclara–. Es bien tangible.”

Situada a la vieja usanza, con primeros y segundos violines en extremos opuestos del escenario, con violas y cellos en el centro y, detrás de ellos y los vientos, en un escalón más alto, los contrabajos (lo que ayuda infinitamente a la claridad de planos), la orquesta trabaja con un espíritu casi filologista que, sin embargo, nunca es puesto en primer plano. Fischer estudió las partituras originales de los directores que condujeron la obra de Mahler en vida del compositor, en particular las de Mengelberg y sus versiones recuperan algo que había borrado el “buen gusto” que se puso de moda a partir de Toscanini: los portamentos y gillandos, esos arrastres de una nota a otra que, a poco que el oído se acostumbra, acaban de ser esenciales al estilo mahleriano. Extrañamente jovial en su primer movimiento, con esas apoyaturas que Leopold Mozart llamaba, advirtiéndolo a su hijo, “suspiros de Mannheim”, de un lirismo casi insoportable en el tercer movimiento y sublime en la canción del último, nuevamente con la deslumbrante participación de Persson, esta Sinfonía Nº 4 que, como la novena, en el final simplemente se extingue, no sólo fue una de las grandes interpretaciones de esta obra escuchadas jamás. Fue, sencillamente, la mejor imaginable.

10-BUDAPEST FESTIVAL ORCHESTRA

Director: Iván Fischer.

Miah Persson (soprano).

Obras de Béla Bartók, Richard Strauss y Gustav Mahler

Ciclo del Mozarteum Argentino

Teatro Colón. Sábado 27

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