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Viernes, 2 de octubre de 2015
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HORACIO Y CESAR SALGAN HABLAN DEL FILM QUE LOS RETRATA

“Vivimos encerrados, uno componiendo y el otro tocando”

La directora Caroline Neal logró en Salgán & Salgán retratar la intimidad y los pensamientos de dos músicos muy tímidos y reservados: la máxima figura viva del tango y su hijo, notable pianista y compositor, y máximo admirador de su padre.

Por Karina Micheletto
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El documental sobre los Salgán revela las capas profundas que hay en la historia de ambos, sin caer nunca en la posibilidad de juzgar.

–¿Y qué les pareció la película cuando la vieron?

–No la vimos. Ni la vamos a ver.

Horacio Salgán y su hijo, César Salgán, están reunidos con Caroline Neal en el departamento del autor de “A fuego lento”, en una torre de Villa Crespo. Están hablando del documental que los tiene como protagonistas, Salgán & Salgán. Hablan del modo en que se hizo esta película y de lo que imaginan que puede mostrar. Hablan, sobre todo, de música: de todo lo vital que para ellos significa. Pero ocurre que la película que se estrenó ayer, tras ocho años de dedicado, amoroso trabajo de la directora norteamericana radicada en la Argentina, habla de bastante más cosas. Habla de Horacio Salgán, claro, máxima figura viva del tango, a sus 99 años. Y de César Salgán, también talentoso pianista y compositor. Pero habla también de la relación que existe entre ellos. De los hijos y de los padres. De lo que los hijos hacen con los padres que les tocaron; de lo que los padres hacen con los hijos que han tenido. De las formas que adquiere el amor en eso que cada uno puede hacer, que nunca son lineales ni de postal. Del envejecer. Del ver envejecer a un padre. Del recuerdo de niño de un padre y de las decisiones de la adultez. Y también de la música de Horacio y de César Salgán.

Salgán & Salgán es una película conmovedora por el modo amoroso en que se acerca, desde una historia particular, a una temática universal, revelando las capas profundas que hay en esa historia, sin caer nunca en la posibilidad de juzgar. “Mi trabajo de convencerlos para filmarlos fue de hormiguita”, dice la cineasta que logró tal proeza, y que antes había seguido con su cámara a Emilio Balcarce en Si sos brujo, otro notable documental. Y así, lo que empezó en 2007 como una entrevista, primero junto a Ignacio Varchausky y Gustavo Beytelmann, en la previa de lo que sería el Año Salgán –entonces se rearmó la orquesta con César a la cabeza, y se publicaron las partituras y los arreglos orquestales de la gigantesca obra que el maestro guardaba en pilas de papeles en un placard, un tesoro para los músicos–, terminó madurando en una película que tiene el mérito extra de abordar la vida de dos personas reservadas al extremo. “A fuego lento”, dice Neal que cocinó su película, y así se puede advertir: hay mucho de poético en su enunciación, pero es obvio que esa mirada está sostenida por mucho de trabajo, hasta lograr volverla tan íntima y cercana. Tan humana.

César Salgán cuenta cosas fuertes en la película: que conoció a su padre por televisión. Que lo que más recuerda de su padre en la niñez es la camioneta del Quinteto Real, que quedaba estacionada en la puerta de su casa de Gonnet (esto lo cuenta en la nota, quedó afuera en la edición de la película). Que estuvieron dieciocho años distanciados, sin hablarse; que volvió a ver a su padre para anunciarle que otro hijo había muerto en un accidente automovilístico, que le abrió la puerta como si se hubieran visto el día anterior. Que su otra pasión, además de la música, es el automovilismo; que sigue corriendo carreras y que en las curvas tiene que pisar “el pianito”. Que admira tanto a su padre que es incapaz de presentarse él mismo cuando está en escena ejecutando su música. “Ese lugar es sólo suyo”, asegura, y en vivo en ese momento se levanta del piano.

Horacio Salgán cuenta a su modo, casi siempre con chistes, algo que parece ser otra de las marcas heredadas por su hijo. En la entrevista vuelve más de una vez sobre algunos temas. “Debo haber arreglado más de cuatrocientos trabajos”, calcula, por ejemplo. Recuerda cuando tocó en el Colón, sus viajes a Japón. La primera orquesta que formó, que era de jazz. Cuando empezó a trabajar, con 14 años y pantalones cortos, tocando el órgano en las películas mudas. Cuando tocó en vivo en las primeras transmisiones de la televisión en la Argentina, mientras pasaban los avisos. Pero, si sobreviene una pregunta que excede lo musical, la fuga será el chiste, sorprendentemente certero y sagaz.

–¿Cómo surgió Salgán & Salgán?

Caroline Neal: –Yo iba a filmar el backstage de una entrevista, era algo muy chiquito. Pero enseguida vi que hay una relación muy interesante entre ellos, algo había ahí. Después sumamos a Alberto Muñoz, que trabajó en el guión. Sentimos que era un material muy rico, por lo que es cada uno y por la relación entre padre e hijo.

Horacio Salgán: –Pero nadie sabe quién es el padre y quién el hijo (risas).

César Salgán: Hace poco fui a hacer un trámite. “¿Cómo se llama usted? Salgán. “¿Es algo del maestro?” Sí. “¡Ah, ya me parecía que era el hermano!” Y después me quedé pensando: ¡A lo mejor creía que era el hermano mayor! (risas).

C. N.: –Le escribí muchas cartas a Horacio, porque no podíamos hablar mucho por teléfono: entre mi acento gringo, atravesado, y las dificultades de audición que ya tenía él, se hacía casi imposible. Entonces las primeras ideas y propuestas, fueron todas por carta. Casi como un viejo romance, en el que yo iba mandando cartas... Eso sí, ¡faltaban las flores! Sólo una vez le mandé flores (risas).

–¿Y cómo lo convenció?

C. S.: –Conociéndolo a mi papá, no sé cómo hizo Caroline para convencerlo, realmente. Porque él nunca fue de hablar y menos de cosas íntimas. De cosas musicales puede ser, pero de temas personales, jamás. ¡Si hasta logró filmarlo cuando yo le cortaba el pelo! A alguien que nunca fue afecto a dar entrevistas, por exceso de timidez, a alguien tan reservado... Si me lo cuentan, no les creo. Es que Caroline en un momento llegó a ser uno más. Sin darnos cuenta, se armó una linda relación entre los tres.

C. A.: –Importante para mí también, mucho más allá de la película...

–¿Y por qué no vieron la película?

H. S.: –Porque yo no lo quiero ver a él, y él no me quiere ver a mí (risas).

–¿No me va a contestar nada en serio?

H. S.: –Yo podría haber hecho una gran cantidad de películas, aunque sean breves, pero podría haber hecho muchas cosas. Pero no, nunca me llamó la atención. No me gusta. No me interesa.

C. S.: –Inclusive, si le hacían una nota o estaba en un programa de televisión, él se quedaba con la imagen de lo que había hecho, pero no quería verlo después. Si yo le digo “van a pasar un programa tuyo por televisión”, él no lo mira.

C. N.: –Y aparentemente es genético eso... (risas)

–¿Es genético, César?

C. N.: –¡Es igual, en todo! (Risas.) César dice que no quiere ver una actuación suya filmada, porque él tiene un recuerdo lindo de cómo sonó y cuando lo ve filmado nunca es igual, saca esa gloria de la memoria.

C. S.: –Lo que creo es que a veces uno arriba del escenario, como en cosas de la vida, siente ciertas emociones. Entonces a veces después de una actuación, uno se queda con que fue una noche mágica, por el público, por la música. Se queda con esa imagen y después por ahí ve el video, y no fue tan así como uno lo sintió. Entonces tengo miedo de arruinar un recuerdo.

–También podría suceder al revés...

C. S.: –Sí, pero hay muchos momentos que prefiero guardar como los viví y no volver a verlos. A él (Horacio) le pasó cuando grabó “Boedo”: pensó que había salido mal y no lo quería escuchar.

H. S.: –Tengo la imagen mía tocando el piano, que actuando fue horrible.

C. S.: –Cuando él grabó “Boedo” con la orquesta, en ese momento no se podía escuchar la grabación, había que esperar a que saliera el disco. Y él se quedó con la idea de que había una parte que no había tocado bien. Y no lo quiso volver a escuchar. Hasta que un día lo escuchó en un taxi y se dio cuenta de que no lo había tocado tan mal. Entonces sí, pueden pasar las dos cosas. Pero no estoy acostumbrado a verme, ni siquiera en fotos. Por ahí veo una foto mía en Facebook y la saco del muro, porque no la quiero ver. Imagínense en una película que habla de mí...

–¿Y la directora qué opina?

C. N.: –Filmamos durante tanto tiempo, tantas cosas y tantas horas de material y charla, y resulta que elegí pedacitos de todo eso. Y verlo después así, digamos, destilado a su esencia, tal vez sería una experiencia muy fuerte. Tal vez sería shockeante para dos personas tan reservadas.

C. S.: –El hilo conductor de lo que ha sucedido, por ahí lo ha visto Caroline, pero nosotros no. Al contrario, nosotros nos preguntamos: ¿de dónde sacó una historia? Para mí somos dos tipos que viven encerrados, él escribiendo, yo tocando y otras cosas, pero no pasó más que eso. Si a mí me dicen que tengo que escribir un guión de todos esos años, lo escribo en dos renglones: yo en mi casa tocando y mi papá conmigo. Creo que la historia la ha visto Caroline. Por otro lado, recibo comentarios de gente que la ha visto y le ha gustado, y entonces me da mucha intriga de saber qué hizo Caroline con lo nuestro, para que resulte interesante para otros. Porque insisto, para nosotros es muy rutinario.

H. S.: –Y bueno, yo por ahí quiero verlo, pero con anteojos negros... (risas)

C. N.: –Pero es que tenemos todos anteojos negros para ver las cosas, ¿no? Lo interesante para mí, como cineasta, es que más y más me doy cuenta de que el documental es lo contrario a lo que todos dicen, un registro objetivo, sobre algo real en el mundo. Y la verdad es que es todo es filmado por mi propio lente, yo sólo puedo ver como si fuera por un vidrio oscuro qué está pasando adelante, porque veo por mi experiencia. Entonces, lo que veo de ustedes seguro no es la realidad de ustedes, es la realidad con la que yo tengo resonancia.

–¿Y cuál fue esa primera resonancia, lo que la llevó a pasar ocho años ligada a esta historia?

C. N.: –Yo le conté a Horacio alguna vez que mi papá era médico.. .

H. S.: –No.

C. N.: – Sí, hace muchos años te conté.

H. S.: –¡Todo hace muchos años! (Risas.)

C. N.: –Yo pensé en ser médica, pero no estudié medicina porque temía no poder cumplir sus expectativas, temía decepcionar a mi propio padre. Entonces, cuando vi que César estaba tocando el piano, siendo el hijo del genio del piano, y encima se ponía a tocar la música de su padre, ¡me pareció un acto de coraje! Me interesaba por qué, cómo.

–César, en la película se ve que cuando toca la música de su padre, no se presenta con su nombre. ¿Por qué?

C. S.: –Siento tanta admiración por mi papá... Pero es una admiración justificada, no es una admiración ciega. Tengo pruebas, porque conozco su música y todos sus elementos. Las ideas y la creatividad que tiene son únicas. Sé los mismos acordes que sabía Chopin, pero eso no me convierte en Chopin. Y a mi papá lo comparo con los grandes de la historia de la música. Entonces, cuando estoy arriba de un escenario y voy a tocar su música, sabiendo todo lo que ha hecho, no es una cuestión de humildad ni de admiración ciega, sino de reconocimiento y de justicia. Y me sigue pasando lo mismo: nunca jamás me anuncié tocando su música. No le encuentro sentido.

C.N.: –Vamos a trabajar eso en la próxima película... (risas).

–Les recomiendo la película. Vayan a verla.

H. S.: –¿Quién trabaja?

–Un tal Salgán.

H. S.: –Ah, sí... Me suena.

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