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Viernes, 9 de octubre de 2015
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Ana Robles y la presentación en vivo de su segundo disco, Pedacitos de sol

Las canciones envueltas como tesoros

“Me di cuenta de que la música me podía llevar por lugares, conocer gente, aprender, ver otras cosas”, dice esta cantante y pianista que supo tocar con Rodolfo Alchourrón.

Por Cristian Vitale
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“Necesitaba saber hasta dónde podía llegar yo solita... y la música fue mi medio”, revela Ana Robles, cantora, compositora y pianista. Podría estar contestando un tendal de preguntas diversas, pero la que responde es puntual. Habla de una familia hermosa y protectora a la vez. Habla de su timidez. Y habla, también, de esa causa cuyo efecto fue un agitado vaivén geográfico entre su La Rioja natal, Buenos Aires y Londres. “Me di cuenta de que la música me podía llevar por lugares, conocer gente, aprender, ver otras cosas. Y salir de casa, porque la vida fuera de la familia me costaba mucho: las relaciones, hacer amigos, le tenía un poco de miedo a todo eso”, extiende ella, que presentará su segundo disco a la fecha (Pedacitos de sol) hoy a las 20.30 en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de la Artes (Rufino de Elizalde 2831). Un disco con doce piezas de pluma propia, cuya espina dorsal sirve como retrato de un viaje en reversa desde Londres a Buenos Aires, y de Buenos Aires a La Rioja.

“Tengo recuerdos de mi infancia que se parecen más a sensaciones que a memorias nítidas. Había casas, abuelas, tíos, gatos y jaulas con pájaros... había una cocina, recuerdo el olor de la alacena, y ahora sé que ese olor era comino mezclado con algunos yuyos: té de burro, incayuyo y poleo. Recuerdo la cómoda tallada de la habitación, y el primer cajón prohibido, que tenía muchas cajitas y en cada una un tesoro: alhajas, pastillas de naranja, maquillaje, cartas y fotos. Y lo que quise fue envolver estas canciones como los tesoros que son para mí, e invitar al otro a guardar alguno propio”, evoca la cantautora riojana que grabó el sucesor de Duendes del agua junto a Monchi Navarro en guitarra y bajo fretless, Javier González en percusión, Nick Homes en vientos y el Charro Flores en flauta y aerófonos.

“Aunque ahora estoy explorando temáticas que tienen que ver con los estados de conciencia del ser humano, los conflictos mentales y la conexión con la energía esencial de la que todo es parte, en este disco, puntualmente, la música surge de imágenes, y de historias que imagino a partir de esas imágenes”, agrega Robles, que reconoce entre sus influencias, referencias y faros a Mercedes Sosa, el Dúo Salteño, Debussy, Fito Páez, Djavan y Goyeneche, entre otros y entre uno en especial: el histórico y versátil jazzman argentino Rodolfo Alchourrón. “Algo en la cabeza me hizo un click cuando empecé a tocar con él. Fue poquito tiempo, unos meses como tecladista, y en ese momento no me di cuenta porque estaba demasiado ocupada siguiendo la parte, o cambiando los sonidos del teclado. Rodolfo escribía con una complejidad que estaba totalmente fuera de mi alcance y yo, con mis 19 años, técnicamente no entendía qué rayos estaba tocando (risas). Sin embargo había una verdad en esa música, que en algún lado me quedó latiendo hasta hoy”.

–Yendo a lo específico del disco, ¿a qué obedecen las diferencias de enfoque estético e instrumental entre canciones como la calma “Isabella” y la bien eléctrica “De pulpas, pailas y fuego”?

–“Isabella” es una niña que observa, que ve pasar el mundo por la ventanilla del tren. “De pulpas...” cuenta el quehacer del dulce casero, con todos sus pasos y personajes que intervienen. Quería que la música reflejara ese “manos a la obra”, como en otras canciones. Como “Milonguita”, por ejemplo, que habla de un estado muy frecuente del artista frente a la hoja en blanco, o al espacio vacío. Todo el conflicto de la mente, del ego, del anticiparse a qué va a pensar el otro. Todo ese ruido molesto que a veces hace descartar una idea linda y simple, tomándola como tontería poco seria o común. Creo que no hay que tomarse tan en serio.

–Hay dos ejes conceptuales que cruzan el disco: el agua y la infancia. ¿Por qué?

–Son dos ideas que me gustan, cada una puede intercambiarse muy bien con la otra. Las risas de chicos y el sonido del agua son dos imágenes que me causan mucha paz.

–También hay otro cruce que atraviesa todo el trabajo. Esta vez entre la “cantautora” y la “folklorista”. ¿Ve alguna una diferencia entre ambas?

–Por una cuestión geográfica y de crianza, las formas y ritmos del folklore son mi punto de partida. Lo de cantautora viene después, con una necesidad de contar y de cantar... pero es casi parte de lo mismo.

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