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Sábado, 17 de octubre de 2015
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ENTREVISTA A CECILE MCLORIN SALVANT, UNA NUEVA Y EXTRAORDINARIA VOZ EN EL MUNDO DEL JAZZ

“Debo intentar tener una voz propia”

La frase da cuenta de su humildad, pero lo cierto es que la joven cantante –nacida en Miami, de madre francesa y padre haitiano– ya reclama un lugar propio en el género. El Festival Cervantino propició la oportunidad de ver nacer a una estrella.

Por Diego Fischerman
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“Yo no soy alguien que trabaja con un acompañamiento, sino una integrante más de un grupo.”

Desde Guanajuato

El misterio de Cécile McLorin Salvant, como el de muchos artistas, radica en un doble prodigio. La posibilidad de hacer algo imposible para otros. Y la de lograr que tal cosa parezca lo más natural del mundo. Con sólo un poco menos de talento o de swing (si es que se trata de cosas diferentes) lo suyo podría sonar a exhibicionismo. A una muestra de recursos extraordinarios vacía de cualquier significado. Y, en cambio, cada una de las inflexiones, la precisión de su fraseo y su afinación, el control del timbre, la densidad y el color casi sonido por sonido, son apenas los medios para algo que está más allá. Y para quien oye, también, la maravilla es apenas el comienzo. Después está la música.

En el Festival Cervantino, McLorin Salvant es una de las presencias centrales. Desde que el año pasado arrasó con los premios en la encuesta de críticos de la revista especializada Down Beat es la niña mimada del jazz. Su disco Woman Child, el primero publicado en Estados Unidos –seis años antes había grabado en Francia, donde estudió en el Conservatorio Darius Milhaud– fue elegido como el mejor del año. Y ella fue ungida como mejor cantante, artista del año y artista “estrella naciente”. Un record por sí solo, pero mucho más si se tiene en cuenta que son contadas las ocasiones en que los cantantes se imponen sobre sus colegas instrumentistas. “No me cambió en nada porque no estoy atenta a esas cosas”, dice ella a Página/12, apenas terminada la prueba de sonido y un rato antes de subir al escenario a cantar. “Simplemente ahora tengo muchas más actuaciones que antes.”

Nacida en Miami de padre haitiano y madre francesa, fue premiada en 2010 en la prestigiosa competencia organizada por el Instituto de Jazz Thelonious Monk, por un jurado conformado por Patti Austin, Dee Dee Bridgewater, Kurt Elling, Al Jarreau y Dianne Reeves. Ese día, entre el público estaba un representante de artistas llamado Ed Arrendell que, hasta ese momento, tenía un solo cliente: Wynton Marsalis. Ahora tiene dos. “Cécile era diferente”, contó a Down Beat en su edición de agosto de 2014. “Ella tiene una sinceridad, una espiritualidad. Hay algo en su sonido, en su estilo, que comunica que ella ha entendido la tradición que representa.” Cécile McLorin Salvant, a los 26 años, acaba de editar un nuevo disco, For One to Love, donde ratifica no sólo sus dotes técnicas y la comunicatividad sino otra de sus particuaridades salientes: un repertorio que no canta nadie más. Algunos temas propios y un conjunto de canciones escritas en las primeras décadas del siglo pasado, entre ellas blues que solía interpretar Bessie Smith y piezas muchas veces cercanas a lo humorístico, que ella hace suyas con una mezcla perfecta de humor y calculada ingenuidad.

“Pienso que si se nota una evolución en mis discos no tiene que ver con que haya cambiado mi manera de pensar o lo que busco como cantante sino, simplemente, con que muchas cosas van cambiando en la vida de uno”, dice. “Cuando grabé Cécile tenía 19. Ahora, más allá de que pasaron siete años, hace un tiempo que toco con un grupo de músicos maravillosos y esa estabilidad me permite, sobre todo, plantear una búsqueda en que yo no soy alguien que trabaja con un acompañamiento sino una integrante más de un grupo. Los protagonistas están muy repartidos, los comentarios de cada instrumento son frecuentes y, muchas veces, son ellos los que tienen la última palabra. La parte instrumental acaba definiendo el carácter de la canción.” En ese sentido resulta fundamental el papel del pianista, un joven virtuoso llamado Aaron Diehl. “El es un gran músico y una pieza imprescindible”, sintetiza ella.

“Creo que todo lo que he hecho me representa de una manera auténtica. Pero he crecido un poco, he cambiado algo y me conozco cada vez un poco más. Y cada día escucho nueva música y nuevas canciones. Supongo que eso debe aparecer en lo que hago.” ¿Qué debe tener una canción para atraerla? “Algo que me interese, un dramatismo particular, una historia, una clase de sentido del humor que me llame la atención. A veces una exytrañeza. Hay canciones que me hablan, me lleman, Y yo digo ‘OK, allá vamos’”. En sus comienzos como estudiante pensó en dedicarse al barroco francés. El jazz apareció en su horizonte más tarde. Pero algo de la cantante barroca, el uso extremadamente sutil del vibrato o la consciencia del valor expresivo de las articulaciones podría pensarse que vienen de allí. Ella es, además, una estudiosa. No sólo bucea en los repertorios sino en las maneras de interpretación. Y recupera, aunque de maneras muy personales, esstilos casi olvidados, en particular el de los intérpretes de blues de la década de 1920 y 1930 y el de las cantantes de comedias musicales y de vodevil de esos años.

Cécile McLorin Salvant, “la cantante más importante surgida en la última década” según The New York Times, sabe que llega a un mundo en el que es difícil tener algo nuevo que decir. “Pero eso es lo que me interesa”, reflexiona. “Sería tonto que quisiera repetir a Betty Carter o a Carmen McRae o a Sarah Vaughan. En efecto, hay mucho y muy bueno como para pensar que una pueda tener un lugarcito por allí. Y, en realidad, no se trata sólo de las cantantes. En la historia del jazz hay muchos genios. Una cantidad increíble si se piensa que es una historia de apenas cien años, por lo menos en cuanto a la música grabada, que es la que conocemos. Cada uno de ellos tuvo algo personal que decir. No pretendo ser una más en esa lista. No me atrevo. Pero, dede ya, mis sueños son los mismos que tuvo cada músico que se acercó al jazz desde que comenzó como lenguaje. Tener una voz propia. Tal vez no lo logre pero, en la medida en que lo sueño tengo que intentarlo.”

El cuidado más extremo, nota por nota y a veces más allá, en las infinitas inflexiones con las que es capaz de desarrollar un solo sonido, suena siempre con la máxima fluidez y naturalidad. En su disco hay dos o tres señales claras hacia la tradición del jazz y el blues: “John Henry”, un tema tradicional del siglo XIX; “You Bring out the Savage in Me”, una pieza que había cantado Valaida Snow en la década de 1930 (y que desde ese entonces no aparecía en el repertorio de nadie); y la exquisita relectura de “Jitterbug Waltz”, del pianista Fats Waller, interpretada aquí sin piano. Pero lo que importa, como en esas imágenes donde la figura y el fondo intercambian sus papeles según cómo se las mire, es aquello en donde jamás podría ser confundida con el pasado. Y, para refrendar el presente, están también los temas propios, como el que titula al disco, o la bellísima “Le front caché sur tes genoux”, en que McLorin Salvant pone música a un poema de Ida Faubert, una escritora feminista haitiana que vivió en París hasta 1969 y era hija de Lysius Salomon, presidente de Haití entre 1879 y 1888. Allí están, sobre todo, su voz, la elección del repertorio y su manera de interpretarlo. La manera en que están concebidos los arreglos, con un manejo experto de la sustracción y de la posibilidad de llevar las texturas a un adelgazamiento extremo. La capacidad de estallido de un grupo perfecto. Un control de la expresividad de una meticulosidad tal que, con apenas un poco menos de swing, podría resultar manierista. Allí está la cantante de jazz más importante surgida en las últimas décadas. Y, como bien saben los astrónomos, no son tantas las oportunidades para ver nacer una estrella.

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