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Jueves, 10 de marzo de 2016
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Naná Vasconcelos falleció ayer a los 71 años en su ciudad natal, Recife

Adiós a la columna rítmica de Brasil

El percusionista nordestino fue el puente vivo entre el maracatú y el jazz entendido como rito propiciatorio de lo posible. Su música era el producto de la unidad conceptual y expresiva que conformaban su voz, su cuerpo y su gesto.

Por Santiago Giordano
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Ayer por la mañana, en Recife, el lugar del nordeste de Brasil donde había nacido hacía 71 años, murió Naná Vasconcelos, percusionista intuitivo y genial, puente vivo entre el maracatú, la música creada por los esclavos traídos de África, y el jazz entendido como rito propiciatorio de lo posible.

Vasconcelos sufría de un cáncer de pulmón que le habían diagnosticado el año pasado y contra el que luchaba con las mismas armas con las que vivía: música, poesía y buen humor. A tal punto que la enfermedad no le impidió abrir el último Carnaval de Recife al frente de una cuerda de 400 percusionistas, como lo hizo ininterrumpidamente desde 2002. Su última presentación en público fue el 27 de febrero en Salvador de Bahía, en el I Festival Internacional de Percusión, donde actuó junto al violonchelista Lui Coimbra. Por su muerte, en Pernanbuco se decretó un luto oficial de tres días.

Músico curioso y afincado en la tradición sonora de la tierra en que nació, Juvenal de Holanda Vasconcelos, que así se llamaba, representaba ese costado profundo y sensible de la música afrobrasileña, arquitecto de un sonido orgulloso de sus raíces, capaz de proyectarse al mundo más allá de lugares comunes y postales de ocasión. Extrovertida y sentimental, la música de Vasconcelos, en su inmensa variedad, es producto de esa unidad conceptual y expresiva que conformaban su voz, su cuerpo y su gesto.

Autodidacta, con 12 años y un permiso provisorio de la policía ya tocaba pandeiro, bongós y maracas en bares y clubes nocturnos de Pernambuco. A fines de los 60 se trasladó a Río de Janeiro, donde comenzó su colaboración con Milton Nascimento, con quien grabó ese mismo año, y luego con Jards Macalé, Os Mutantes, Gilberto Gil y Gal Costa, entre otros. Su reputación de percusionista “distinto” se afirmaba en Brasil y comenzaba entonces un recorrido que en casi cincuenta años combinó –sin concederse a superficialidades– nombres, estilos y latitudes. Tras la idea de la percusión como una orquesta, o más aún: como organismo vivo, Vasconcelos cultivó un amplio set de instrumentos, desde la elemental quijada de burro hasta el berimbau, símbolo del Brasil negro que en sus manos superó el rito de la capoeira para llegar a lo más alto de sus posibilidades expresivas como instrumento solista.

En 1970, Vasconcelos vino por primera vez a la Argentina para tocar con Gato Barbieri en un ciclo de conciertos en el Teatro Regina. Lo que tenía que ser una escapada de una semana se convirtió en el punto de partida de un largo viaje que después de Estados Unidos siguió en París, donde vivió cinco años y donde, entre otras cosas, en 1972 grabó Africadeus, el primero de más de 20 trabajos discográficos como solista o en diálogo con músicos de la índole más variada. Así, con álbumes muy distintos entre ellos, a los que puso la marca de un estilo hecho de las sutilezas de un oído agudo y sensible, Vasconcelos acompañó al jazz en décadas determinantes para su apertura a las músicas del mundo. Como ejemplos, podrían ser indicativos trabajos como For Sure!, que en 1979 grabó con el trompetista Woody Shaw, o Eventyr, de 1980, con el saxofonista Jan Garbarek y el guitarrista John Abercrombie. En 1987, Vasconcelos grabó el maravilloso Lester, con el pianista y acordeonista italiano Antonello Salis, y en 1993 el sello alemán ECM reunió grabaciones realizadas entre 1988 y 1992 con el guitarrista Ralph Towner y el contrabajista Arild Andersen bajo el significativo nombre de If You Look Far Enough. Con su compatriota Egberto Gismonti grabó en 1976 Danza das cabezas y al año siguiente colaboró con el mismo Gismonti en Sol do meio-dia, donde también tocaba Collin Walkcott en tablas, con quien de ahí a poco formó el trío Codona, del que fue parte también el trompetista Don Cherry. Codona es uno de los hitos del periplo creativo de Vasconcelos y un punto de inflexión en el sonido del jazz internacional. Con el trío grabó tres discos, entre 1978 y 1982, que en 2009 fueron reeditados en Europa reunidos en un mismo estuche. Recordadas son también sus grabaciones con el Pat Metheny Group: Offramp, de 1982, y Travels, que obtuvo un premio Grammy al Mejor disco de Jazz Fusión en 1984.

También Miles Davis, John Zorn, B.B. King, el violinista francés Jean-Luc Ponty y el grupo Talking Heads, tuvieron alguna vez en las tramas de su sonido, en vivo o en estudio, a Naná Vasconcelos. Su último disco como solista fue 4 Elementos, de 2013. Vasconcelos compuso además numerosas columnas sonoras para el cine, la última de ellas fue para O Menino e o mundo, una película de animación brasileña del director Alé Abreu, que fue postulada a los Oscar este año.

Ganador de ocho premios Grammy y elegido durante ocho años consecutivos –entre 1983 y 1990– como mejor percusionista por la revista Down Beat, Vasconcelos, integrante elegido de esa raza de tipos convencidos de que la música puede ayudar a mejorar la vida, se involucró también en proyectos sociales, como el que bajo el nombre de Lengua materna incluyó a niños de América del Sur, Europa y Africa, o el ABC de las Artes, Flor de Mangué, con el que en Brasil contuvo a niños de la calle.

Más allá de los recorridos y las búsquedas de curioso impenitente, el trayecto de Vasconcelos es el que lleva al percusionista desde las funciones precisas en el fondo, a los diálogos certeros en el frente del escenario. Pero no solo. Su presencia representó el pulso vital de la riqueza musical brasileña aventurando la trascendencia. En esa simbiosis sentimentalmente perfecta del músico, el hombre, su idea y su entorno se apoya la columna rítmica de un país que escucha al mundo, los rasgos definitorios de una identidad en perpetuo movimiento. Lo que acaso no se ve, pero inevitablemente se siente. “Yo soy el Brasil que Brasil no conoce”, dijo alguna vez. Y esa podría la clave de su distinguida universalidad, que entre muchas otras cosas logró que donde antes se escuchaba exotismo, ahora retoce la más bella y perdurable materia musical.

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