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Sábado, 9 de abril de 2016
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SHLOMO MINTZ PRESENTA EL 2 FESTIVAL KONEX DE MUSICA CLASICA, ESTE AÑO DEDICADO A MOZART

El genio de Salzburgo siempre vuelve

“Tal vez sea prudente distinguir que Mozart es una cosa y lo que hacemos hoy con su música puede ser otra”, asegura el violinista y director, que tendrá a su cargo el concierto de apertura del festival, hoy a las 20.30 en Ciudad Cultural Konex.

Por Santiago Giordano
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“Para Mozart, componer era su forma de reflexionar sobre la música”, afirma Shlomo Mintz.

Entre las fortalezas de lo que nuestro canon cultural acepta como “clásico” está la de permitir relecturas de las más variadas para seguir diciendo cosas nuevas. “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, escribió alguna vez Italo Calvino. Wolfgang Amadeus Mozart, su música, es un maravilloso ejemplo de “clásico”. Desde el sábado y hasta el 17 de abril se llevará a cabo el 2 Festival Konex de la Música Clásica, este año dedicado al prodigio de Salzburgo en el 260 aniversario de su nacimiento. Serán cerca de cien actividades en nueve días para reflejar las diversas formas de una presencia, que a través de su música y su figura todavía hoy nos interpela, más allá de los ritos del concierto como institución social o de la música clásica como rótulo industrial para ordenar estantes.

“Tal vez sea prudente distinguir que Mozart es una cosa y lo que hacemos hoy con su música puede ser otra”, asegura Shlomo Mintz al comenzar una charla con Página/12. El violinista, violista y director, figura sobresaliente de la música académica internacional desde hace décadas, tendrá a su cargo el concierto de apertura del festival, hoy a las 20.30 en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), junto al violinista Xavier Inchausti y la Camerata Bariloche. “Es necesario hacer esta distinción para entender mejor las cosas en un músico sin duda brillante, pero para quien el tiempo y la experiencia se dieron de manera muy concentrada”, continúa Mintz. “Compuso más de 600 obras en 35 años, es decir, pasó gran parte de su vida escribiendo música. Por eso siempre pensamos en Mozart como una persona de acción, más que de reflexión. Pero lo formidable es que en esa acción estaba incluida la reflexión. Mozart reflexionaba mientras escribía: escribir música era su reflexión sobre la música. Nosotros los intérpretes empleamos mucho más tiempo en reflexionar sobre su música para poder tocarla, de lo que él necesitó para escribirla. Esa es una gran lección, sobre todo en estos tiempos del iPhone, en los que vivimos bombardeados de tanta información que no logramos digerirla. Mozart, 260 años atrás, también vivía en un mundo cambiante y manejaba mucha información acerca de los desarrollos musicales de su época; él los digería en el momento en que componía”.

Mozart según las miradas descentradas de Dino Saluzzi y del Quinteto Escalandrum; el Mozart lírico, con Paula Almerares y Víctor Torres; el de La Flauta Mágica, con una puesta especial de Juventus Lírica y otra para títeres a cargo de la compañía Babelteatro; el sinfónico con la Orquesta La Filarmónica, dirigida por Carlos Vieu; el de cámara con Horacio Lavandera, Jorge de la Vega, Claudio Barile, Cuarteto Petrus, Cuarteto Gianneo, Solistas de vientos del Teatro Colón. O el Mozart comentado, con Felipe Pigna, Darío Sztajnszrajber y Facundo Manes. O el Mozart que se siembra, en una serie de actividades didácticas. Muchos de los Mozart posibles convivirán en la Ciudad Cultural Konex, en el festival que cuenta con la dirección artística de Andrea Merenzon. Para ver la programación completa se puede consultar www.festivalkonex.org.

El programa de la velada inaugural, denominado Mozart concertante, incluirá el Concierto N° 5 en La Mayor para violín y orquesta K 219, conocido como “Turco”, con Inchausti como solista y Mintz en la dirección; el Concierto N 3 en Sol Mayor para violín y orquesta K 216, el “Strasburgo”, con Mintz como solista y director. La segunda parte del programa prevé la Sinfonía concertante para violín y viola K 364, con Mintz a la viola e Inchausti al violín. “Elegimos dos de los cinco grandes conciertos que Mozart escribió para violín –explica Mintz–. Todos son verdaderas joyas, escritas además en un lapso muy breve, entre abril y diciembre de 1775, cuando tenía 19 años. El de la Sinfonía concertante es un Mozart más maduro, profundo, que logra otra una obra maestra”.

–Usted tocará junto a Xavier Inchausti, a quien alguna vez seleccionó entre sus alumnos para sus clases magistrales...

–No pienso la música en función de la relación maestro-alumno, eso es algo circunstancial. Es importante entender cuándo estas relaciones maduran y se convierten en otra cosa, como en este caso. Xavier es un colega. Por supuesto que recuerdo a aquel joven muy talentoso que alguna vez guié en un momento de su formación. Pero ahora Xavier ya es un músico formado, que empieza a recorrer su camino con un pensamiento propio. Lo interesante es el desafío de siempre cada vez que subimos a un escenario: el de lograr una dinámica equilibrada entre solistas y con la orquesta, para ofrecer al público lo mejor de nosotros.

Alumno en Israel de Ilona Feher, heredera directa de los arcanos de la Escuela de Violín Centroeuropea, y de Dorothy DeLay en la Juilliard School de New York, para Mintz fue determinante el encuentro con Isaac Stern, cuando tenía nueve años. “Ilona hizo el trabajo ‘negro’, el de mi formación instrumental –explica Mintz—. Ella sabía muy bien lo que quería y qué podía obtener de mí como instrumentista y trabajó con mucha determinación para dar forma a un músico de mis características. Dorothy, en cambio, me enseñó a manejar las emociones durante una ejecución. Con Isaac fue definitivo: transité la distancia que hay entre un alumno talentoso y un artista. Digo que fui muy afortunado en haberme encontrado con ellos en mi etapa de formación. Esa suerte se prolongó en encuentros y relaciones muy cercanas con otros músicos importantes, como Pablo Casals, Eugene Ormandy, Sergiu Celibidache, Claudio Abbado, Zubin Mehta y tantos que están ya en el libro de los grandes músicos del siglo XX”.

Entre esa aristocracia de la música, Mintz se convirtió en uno de los violinistas más importantes de este tiempo. “Este tipo de relaciones ayudan a formar a un artista –continua Mintz–, pero yo no veo mi vida sólo desde ahí. Siempre creí en el trabajo continuo para llegar a niveles superiores. En este túnel estrecho que llamamos música clásica, para llegar a grandes resultados no es posible concederse distracciones”.

–Usted comenzó a tocar muy joven. ¿En qué momento pensó que iba a ser un músico profesional?

–No sabría decirlo. Fue un proceso más que un momento preciso. Un proceso que todavía continua, sin detenerse, y que cada día me pone a prueba. A los dos años, antes de hablar, ya tocaba el piano y cantaba. Enseguida mis padres me alentaron para comenzar con el violín. Seguí un tiempo con el piano, pero al final ganó el violín. De todas maneras todo se dio de manera muy natural.

–Y más tarde aparecieron la viola y la dirección...

–Mucho más tarde, a los 18 años. Eso tenía que ver con la curiosidad de un joven que necesitaba ver y escuchar desde otras perspectivas, abrir el panorama. Para quienes tomamos la música como una cosa seria, hay un alto porcentaje de ciencia en esto. Si toco la viola, el violín o dirijo, el gesto es el mismo. El pensamiento es el mismo. La música para mí tiene que ver directamente con el espíritu y eso está más allá de tal o cual instrumento. Es fruto de un mismo pensamiento.

–En 2012 usted estuvo en Argentina para ser jurado del 2 Concurso Internacional de Violín de Buenos Aires. ¿Cree que alguna vez volverá a repetir esa experiencia?

–Me gustaría repetir esa experiencia. No tanto por una cuestión personal, sino para poder ser parte de manifestaciones que son muy importantes para el desarrollo artístico y cultural de un país y que son también proyectos sociales fundamentales. No se trata de formar músicos solamente, sino de impulsar espacios que sirvan para poner en práctica lo estudiado y este concurso que ustedes tenían era un estímulo muy importante, su efecto fue multiplicador. Hay un valor social en la música que no podemos ignorar. El valor espiritual de la música es indispensable para un pueblo. Eso no se hace en un día, por eso es importante saber pensar a largo plazo y mantener lo perdurable. Ojalá que vuelva ese concurso.

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