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Sábado, 11 de junio de 2016
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LILIANA HERRERO PRESENTO IMPOSIBLE, SU ULTIMO DISCO

Una voz y una huella imborrables

La cantora entrerriana brindó un concierto notable, atravesado por emociones varias. Contó historias e interpretó obras de autores indispensables de raíz folklórica, en un contexto de comunión política y cultural.

Por Sergio Sánchez
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Liliana Herrero reflexionó sobre el tiempo, la memoria y los legados musicales.

“Un día nos encontraremos en otro carnaval”, pronunció entre lágrimas Liliana Herrero y con esa frase escribió algunas páginas para el futuro. No hay nada que pueda disolver lo que fuimos, dice el uruguayo Fernando Cabrera en esa canción que tanto conmueve a Herrero, llamada “El tiempo está después”. Y como la música es una gran conversación –”una memoria musical, poética, cultural y política”, entiende ella–, la cantora entrerriana dejó en claro durante la presentación de su último disco, Imposible, que nada hubiera sido posible sin el intercambio con sus músicos, con la historia, con el presente y con lo que vendrá. Es que Imposible más que un puñado de canciones es un puente hacia la esperanza, un modo de caminar hacia un futuro más luminoso. Un gesto político, de época. “‘No me atraparán dos veces con la misma red’, dice Charly García”, citó Herrero apenas subió al escenario. La cantora se tomó un tiempo para conversar con el público y fundamentar la importancia del encuentro de esa noche. “Con estas músicas que portan una memoria, que son piedras preciosas de la cultura popular, estamos en el Opera, en el centro de ‘esta puta ciudad’, como dijo Fito Páez. Sin embargo, tampoco nos vamos a retirar de los márgenes, porque ahí vibra la vida sufrida de los pueblos”.

El Opera se convirtió en una gran tertulia. En las butacas, se podía ver a León Gieco, Teresa Parodi, Víctor Heredia, Horacio Fontova, Bruja Salguero, Florencia Ruiz, Xóchitl Galán y Fito Hernández de Dúo Karma, la legisladora Gabriela Cerruti, el periodista Horacio Verbitsky y el escritor y sociólogo Horacio González, pareja de Herrero, entre otros. La entrerriana, como en el living de su casa, se encargó de saludar a cada uno de ellos y agradecer su presencia. Del mismo modo, resaltó el trabajo colectivo que dio como resultado el disco, que contó también con la producción de Santiago Giordano y el aporte de Lilián Saba. Esa comunión se notó en el escenario. Las canciones de Imposible, un trabajo en el que trae al presente a compositores indispensables de raíz folclórica, suenan frescas, actuales y se abren a nuevos sentidos. El punto fuerte de Herrero, claro, es su modo de interpretar y entender que cada versión es una nueva lectura. ¿Cómo lograr, por ejemplo, que la tantas veces versionada “Luna tucumana” de Yupanqui diga algo nuevo? Herrero lo consigue, tal vez, cambiando una palabra: “Más cuando salga la luna, cantaré, cantaré. A mi Patria querida, cantaré, cantaré”, esbozó casi susurrando. El silencio yupanquiano, de hecho, estuvo muy presente en el concierto.

“Esta manera de tocar, esta música, desafía al tiempo, al orden establecido de las cosas”, propuso y volvió a evocar al poeta y cantor bonaerense. Esta vez, se acercó al guitarrista Pedro Rossi, se sentó a su lado y envueltos en un abrazo compartieron a dúo “Chacarera de las piedras”. Y juntos hablaron de largar coplas al viento y de olvidarse de las penas. Ese sentir también se hizo presente en “Villaguay, vidalita de la vuelta”, de Juan L. Ortiz, que remite a sus pagos. “El aquí es un enigma, el aquí es hoy, acá, con ustedes y mis compañeros”, volvió a preguntarse Herrero sobre el tiempo y el presente. En esa búsqueda, hizo un recorrido por las canciones del nuevo disco, como la zamba “La catamarqueña” (recopilada por Eduardo Falú y Manuel J. Castilla) –como consideró que era muy corta, la cantó dos veces–, “Chaya de la albahaca” (de Armando Tejada Gómez y Cuchi Leguizamón) –con sus músicos al frente de la percusión–, la bellísima oscuridad de “La noche” (Buenaventura Luna), la oscura zamba “Carita morena” (Juárez–Quiroga) o la inquietante “Lavanderas de río chico” (Cuchi Leguizamón), con arreglos de Lilian Saba). Y en esta canción se detuvo a reflexionar: “La letra dice ‘De las Nieves a Cuyaya, la fila de mujeres que van al río se agranda’. Y justamente de Cuayaya, Jujuy, es Milagro Sala. ¡Vamos Milagro!”.

Entre cada tema, contaba historias, mimaba a sus músicos o agregaba algún dato. “¿Estoy hablando mucho?”, se preguntó, entre risas. Una de las historias que contó fue la de Juan Carlos Franco Páez, autor de la canción que da nombre al disco, un teniendo primero al que se le encomendó la tarea de defender por oficio al anarquista Severino Di Giovanni; y se lo tomó en serio. Luego, Severino terminó fusilado y Franco Páez envenenado en una cena de camaradería. No fue el único acontecimiento histórico que apareció en el concierto. Después de “Confesión del tiempo”, la sala se puso a oscuras y se escuchó en la voz del periodista desaparecido Rodolfo Walsh un fragmento de su libro Operación masacre, sobre los fusilamientos de José León Suárez a manos de la autodenominada Revolución Libertadora. Es que el 9 de junio se cumplieron 60 años de ése hecho. Enseguida, la platea respondió con un “Oh, vamos a volver...”.

En tiempos “deshistorizados”, según entiende Herrero, la idea del disco es revisar la obra de autores que dejaron una huella imborrable en la música popular argentina y demostrar, de alguna manera, que “todavía tienen voces para nosotros, que nos están diciendo algo hermoso”. En “Tiempo del río largo” (Chacho Muller), por caso, la cantora trató de encontrar esa voz del río, la que nunca descansa, la que muta y no para de moverse. Por fuera de las canciones del disco, en el Opera también sonaron algunas piezas que la acompañaron en esta tres década de actividad musical: “El cosechero” (Ramón Ayala), “Las golondrinas” (Dávalos-Falú), “Casamiento de negros” (Violeta Parra) o “Algarrobo, algarrobal”. Un clima emotivo se respiró durante todo el concierto. No era una presentación más para ella. Era, tal vez, la excusa perfecta para convocar al encuentro, para invitar al diálogo, abrazarse y mirarse a los ojos. O para soñar con lo imposible.

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