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Sábado, 10 de septiembre de 2005
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MININO GARAY, UN “KILOMBO” EN LA TRASTIENDA

“El arte te cuestiona todo el tiempo”

Radicado en Francia desde hace años, el cordobés presenta su nuevo disco, Kilombo.

Por Karina Micheletto
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“Me fui a Francia porque estaban los mejores movimientos de música africana.”
“Siempre estoy pensando en que voy a volver, y no con la frente marchita”, dice, rapea, Minino Garay en el arranque de su último disco. La letra continúa como una autorreferencial descripción de las vertientes de este percusionista cordobés: “Negro culiau me decían, negro grasa me gritaban, por tocar cuarteto de mi tierra, mezcla e’ paso doble, cumbia y tarantela...” Aunque, tratándose del disco de un percusionista, lo más sustancioso está en el ritmo, o mejor dicho en los ritmos que van y vienen entre tango, malambo, chacarera o cumbia, groove, afro, rock o jazz, cruzados por potentes caños y cuerdas, además del arsenal percusivo del grupo Los Tambores del Sur. Radicado en Francia desde hace dieciséis años, Garay vuelve a actuar en La Trastienda (Balcarce 460) hoy a las 21.30, en la última presentación de esta gira.
Ahora llega con un disco con título fantástico: Kilombo. Puesto a explicar la elección del título, el percusionista se remonta al origen etimológico: “Es una palabra denigrada, ahora quiere decir caos, lugar de prostitución. Pero cuando los esclavos negros se escapaban, tenían puntos de reunión donde tomaban su libertad en sus manos. Esos eran los quilombos”. En todo caso, en este Kilombo hay cruces interesantes. Como el de Sudáfrica, el tema en el que Rada le canta a la utopía (“hermanito negro, qué feliz seré, cuando el hombre olvide su color de piel”), que termina diciendo otra cosa mezclado con Cambalache. “Eso pega acá como en Francia, donde mis amigos africanos siguen siendo negros discriminados”, aclara el músico.
Minino Garay hizo la mayor parte de su carrera en París, como tantos músicos argentinos. “Me fui ahí porque sabía que estaban los mejores movimientos de música africana, la vanguardia, y porque no me interesaba Estados Unidos”, explica. Allí tocó con gente como Raúl Barboza, Groove Gang, Magic Malik, Gustavo Beytelman, Tata Cedrón y Jaime Torres, entre muchos otros músicos de todas las vertientes. Y también con Cuchi Leguizamón, algo que relata de la forma más natural: “Me lo presentó un tipo genial que trabajaba en la embajada, llevaba muchos artistas, entre ellos el Cuchi. Hacía reuniones en su casa, donde había un piano, tocábamos, comíamos, charlábamos... Ahí Leguizamón me invitó a la gira, y allá fui”.
–¿Qué se gana y qué se pierde haciendo música desde afuera?
–Se gana algo fundamental: la tranquilidad de poder hacer lo que amás y de saber que tenés que preocuparte exactamente por eso, por buscar tu propia personalidad, tu identidad. No te distraen otros temas y podés ser más crítico, más objetivo con las cosas de tu propio país, de tu vida, de tu arte. Los artistas siempre nos estamos haciendo problemas, así que ya normalmente es complicado, y a la vez eso es lo más bello del arte: te cuestiona todo el tiempo, te hace evolucionar. Pero, a la vez, me siento como un árbol que no tiene raíz, me doy cuenta de que para seguir evolucionando hay algo rengo, algo que me falta. Y eso es quizá lo que estoy buscando. De la misma manera que no me pueden catalogar en París, tampoco me pueden catalogar en la Argentina.
–Lo primero que dice el disco, ¿es una declaración de principios?
–Llámelo como quiera. El asunto es que yo no quisiera llegar a tener esa sensación de que voy a volver a mi país de grande, con la cabeza quemada. Hoy por hoy ando por los 40 y tengo 18 en la cabeza, me siento súper bien y es el momento en el que quiero mostrar mis cosas. Es una mezcla de sentimientos. Me quedé pensando mucho en la imagen de Favaloro, el tipo que se suicida de esa manera, ahí ves el país. Cuando me lo contaron me agarró una tristeza... lloraba de sólo pensar que una persona como él se pegó un tiro en el corazón, porque lo traicionaron, y se mató de vergüenza. Ojo que en Francia vos decís, OK, estoy viviendo en el Primer Mundo, pero estos bestias en agosto de 2003 tuvieron 45 grados de calor (como hay todos los veranos a la sombra en Santiago del Estero) y se les murieron 15 mil personas, casi todos ancianos. Yo se los digo desde el escenario: son unos bestias, cómo puede ser que pase esto en un país del Primer Mundo, que dejen a los viejos tirados, nosotros por lo menos los tenemos en las casas, manga de animales.
–¿Y la gente no se va?
–Más vale, siempre están los que se van, pero a mí qué me importa, se los digo igual. Yo no me callo nada. Hace poco fuimos a tocar a un lugar de muchísima plata en Suiza y nos invitaron a un cocktail con millonarios, yo fui porque esas fiestas me encantan, ahí me hago el loco. Lo primero que te dicen es: “Sí, la Argentina, cuántos problemas de corrupción tienen ustedes...” Y yo le contesté a una vieja que me dijo eso: “Sí, señora, y como su marido, que es gerente de una empresa que va a la Argentina y hace sus negocios allá, también es corrupto, estamos iguales”.
–¿Se abren más puertas por tener prestigio ganado afuera?
–Y sí, por ahí escuchan que me sale el acento cordobés y se descolocan... Pero es real que llegás de afuera con un poquito de poder. Entonces lo que hago es invitar a gente a la que yo a la vez le puedo abrir puertas. Como Eduardo Torezani, un amigo que vive en una villa miseria, tiene cinco hijos y es basurero, yo lo conozco desde que tocaba cuarteto. Como lo invité el año pasado, Los Tekis le grabaron dos temas, Raúl Lavié estaba loco con él, y antes nadie le daba pelota. O sea: podría hacer cosas con Pedro Aznar, pero Aznar no necesita nada de mí, soy yo quien necesitaría de él. Para mí es tiempo de pasar la posta, de servir para algo.
–¿Es cierto que Charly García tuvo la culpa de que se fuera?
–No diría que tuvo culpa, gracias a Dios que no me dijo que sí, quién sabe qué hubiera sido de mí... Era la época del Rap de las hormigas y yo sabía que él buscaba un percusionista. Me tomé un ómnibus desde Córdoba y me instalé enfrente de su departamento. Esperaba a que saliera y lo encaraba: loco, el percusionista que necesitás soy yo, dejá de buscar, no hay otro en el país. Y él me decía: salí de acá, cordobés, con ese acento feo. Y yo: no seas boludo porteño, soy yo el que tiene que tocar con vos. Y así durante días, corriendo atrás de Charly por la calle. Al final un día me dijo, bueno, ensayo en tal lado. Y fui al ensayo, pero él no. No importa, me hice amigo de Fernando Samalea, gané una amistad duradera. Volví a Córdoba, ahorré unos pesos y me fui para Madrid, donde perdí la poca plata que tenía de fiesta en fiesta. Estuve 25 días borracho y llegué en bolas a París. Menos mal que no me quedé en España: prefiero ser más original en Francia, donde soy el único conocido.

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