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Sábado, 6 de agosto de 2016
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DANIEL BARENBOIM Y MARTHA ARGERICH EN EL TEATRO COLON

La dicha de otro encuentro memorable

En el marco del Festival Música y Reflexión, la Orquesta West-Eastern Divan volvió a mostrar un nivel técnico superlativo. Barenboim y Argerich se lucieron con un programa que tuvo como eje obras de Liszt y Wagner.

Por Santiago Giordano
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Barenboim, Argerich y la Orquesta West-Eastern Divan se fueron ovacionados por el público.

Teatro Colón lleno y gran expectativa. El clima que acompañó cada concierto del Festival Música y Reflexión se repitió también el jueves pasado, en la primera de las presentaciones en las que Daniel Barenboim, al frente de la Orquesta West-Eastern Divan, recibió a Martha Argerich (la segunda estaba programada para anoche. Otra vez juntos, como había sucedido el domingo anterior en el memorable encuentro a dos pianos, pero esta vez con Barenboim desde el podio del director y Argerich en el proscenio como solista.

Liszt y Wagner fueron el núcleo del programa, junto a una pieza de apertura que desde su perspectiva contemporánea respaldaba y trazaba un enlace a esa representación de una parte central del romanticismo alemán que sostuvo el repertorio elegido por Barenboim: Con brío, del compositor Jörg Widmann. Un momento de música sobre música, Widmann sobre Beethoven, construido sobre reflejos, citas más o menos fugaces, recolección de efectos instrumentales e ideas superpuestas, que la orquesta interpretó cabalmente.

Tras la apertura con la obra del clarinetista y compositor alemán clase 1973 –en primera audición en Argentina– llegó el momento de Argerich. Con una larga pollera estampada, la blusa negra, la melena blanca y venerable y ese aspecto de alguien que de pronto se levanta del sillón más cómodo de sus casa y avisa “doy un concierto y enseguida vuelvo”, la pianista fue recibida por un estruendo creciente y extendido en el que era posible escuchar algo más que el aplauso ritual de una sala llena y entusiasta, acaso una particular en indefinible acumulación de afectos y gratitudes. Barenboim la acompaña hasta el piano, le ayuda a acomodar el taburete y de pronto lanza el ataque para el inicio de la orquesta.

La ceremonia queda sumergida por el incisivo comienzo del Concierto n°1 en Mi bemol mayor de Liszt, obra articulada en cuatro momentos que subliman cierto histerismo romántico en un amplio arco de afectos y efectos, que van y vienen entre lo rapsódico, lo marcial, lo poético y lo animoso. Obra que el mismo Liszt estrenó en 1855 en Weimar, junto a una orquesta dirigida por Héctor Berlioz. Argerich, que en junio cumplió 75 años, desplegó su instinto feroz para reflejar los distintos climas expresivos con precisión y soltura. Barenboim la escuchaba y ceñía la orquesta con flexibilidad para asistir a los continuos diálogos con la solista. La versión, aplaudidísima, resultó atractiva y distinta de otras, en particular por lo varias veces señalado sobre ciertas asimetrías fértiles entre los caracteres de Argerich y Barenboim.

Lo que sin embargo quedaría entre mejor de la noche vendría con el bis de Argerich. Entre el aplauso que no cesaba, después de varias salidas apara agradecer, la pianista perecía despedirse con una rosa blanca en mano que le había acercado alguien del público; pero regresó, para recibir más rosas y ofrecer una versión de Ondine, el primero de los tres poemas para piano de Gaspar de la Nuit de Maurice Ravel, de esas que contagian la sensación de que nada podría haber sido mejor.

La segunda parte del programa estuvo dedicada a Richard Wagner. En la naturaleza omnívora de Barenboim Wagner ocupa un lugar especial. No particularmente porque haya sido el primero en tocar su música en Israel, sino más bien porque Wagner podría considerarse el eje, el centro cronológico y estilístico, de su amplio radio de intereses musicales. La obertura de Tannhäuser sonó contundente, precisa y encantadora. Sin embargo, en los dos momentos extraídos de El ocaso de los dioses –Amanecer y viaje de Sigfrido por el Rin y Marcha fúnebre de Sigfrido–, esa tensión expresiva pareció ceder. La West-Eastern Divan, surgida a partir del taller que en 1999 crearon Barenboim y el filósofo palestino Edward Said para reunir a jóvenes palestinos, israelíes y de otros países árabes de Medio Oriente, es una orquesta juvenil, de un nivel técnico y musical superlativos, como dejaron bien sentado en esta maratónica serie de presentaciones. Pero la música de Wagner exige por momentos de algo así como una trascendencia de lo material que está más allá del aliento juvenil.

Baremboim, que dirigió de memoria, sacó lo mejor de sus dirigidos: trajinó a la orquesta con precisión y vehemencia, señaló cada entrada, cada ataque y cada clima con gesto amplio y elocuente. Al final, visiblemente fatigado, bromeando, se excusó por no poder dar la ópera completa después de la obertura de Los maestros cantores de Nüremberg que cerró el programa. Pero sí ofreció el preludio del tercer acto, con lo que adelantó algo de lo programado para esta noche. Será en el concierto que la WEDO, siempre bajo la dirección de Barenboim, ofrecerá junto al cotizado tenor Jonas Kaufmann en el cierre del festival que de esta manera completará su tercera edición.

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