En 1978, los gritos del torturado se escuchaban en el escenario del Teatro Colón. Se representaba Tosca, de Giacomo Puccini, una ópera que se habÃa presentado en esa sala por primera vez en 1900, apenas cinco meses después de su estreno en Roma. La sincronÃa entre lo que sucedÃa en escena y la violencia de la dictadura que detentaba el poder en la Argentina, pasaba sin embargo, desapercibida. No sólo, como tantas otras veces, el Colón no registraba la vida del mundo, allà afuera, sino que tampoco parecÃa ser capaz de incidir en él. Para quienes habÃan llegado a censurar la teorÃa matemática de los conjuntos o pelÃculas como La naranja mecánica, de Stanley Kubrick, la ópera era un terreno tan inofensivo que ni siquiera debÃan preocuparse por la presencia de un torturador en escena. Y es curioso, porque en muy pocas óperas se cumple, como en Tosca, el mayor anhelo del género: hacer que la música, lejos de fragmentar la acción o interrumpirla, la haga más fluida y que, en lugar de aportar sinsentido, sea capaz de agregar aún más poder de comunicación a las palabras. El musicólogo Simon Frith afirma que el significado último de las canciones descansa en la música y no en su letra. La aseveración encuentra su demostración cabal en el mundo de la ópera. Pero en las obras de Giacomo Puccini, y en particular en Tosca, se consigue aquello a lo que la ópera siempre aspira y casi nunca arriba: una trama infalible y una música maravillosa que, sin embargo, se necesiten mutuamente. Esta es la ópera más cinematográfica del repertorio. La música cuenta lo que el texto calla y hasta se da el lujo, como en el acorde final del primer acto, de anunciar, al mejor estilo de Hitchock, la tragedia por venir. Es, además, como la mayorÃa de la obra de Giacomo Puccini, una composición pragmática. Las disonancias, las modernidades, las truculencias, todo vale si sirve para lograr un mayor efecto teatral. Y, en ese sentido, esta historia en la que el amor de una pareja se desarrolla en tensión con una persecución polÃtica es de una contundencia dramática impecable. Con la presencia, en el papel del perseguido pintor, del tenor argentino Marcelo Alvarez, esta ópera volverá al escenario del Teatro Colón hoy a las 20, en la puesta de Roberto Oswald que se habÃa estrenado en 2003 y que a manera de homenaje es repuesta por sus colaboradores más cercanos: AnÃbal Lápiz en la direccion de escena y el vestuario, y Christian Prego como escenógrafo asociado. Con direccion musical de Carlos Vieu, y nuevas funciones el martes 23, viernes 26, domingo 28, martes 30 y miércoles 31 de agosto, incluye en su reparto a Eva MarÃa Westbroek y Carlos Alvarez. Las funciones del 26 y el 30 contarán con un segundo elenco encabezado por Eiko Senda, Enrique Folger y Fabián Veloz.
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