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Viernes, 16 de septiembre de 2016
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ENTREVISTA A MARCELO MOGUILEVSKY Y JUAN FALU

“Hay una pertenencia a un territorio y una cultura”

El multiinstrumentista y el guitarrista presentan Ayer es siempre, tercer disco del dúo, que trabaja en silencio, sin atenerse a los mandatos comerciales de la música popular. “Siempre hay franjas de la sociedad que buscan lo que el mercado no le ha ofrecido”, dice Falú.

Por Cristian Vitale
Moguilevsky y Falú actuarán este domingo en Café Vinilo.
Imagen: Joaquín Salguero.

Prueba de sonido calma, sosegada. Marcelo Moguilevsky y Juan Falú ajustan “detalles técnicos” de cara a lo que viene en breve: el estreno en público de Ayer es siempre, tercer disco del dúo. El lugar es el Café Vinilo, donde volverán por más este domingo y el otro, y el clima es de una honda introspección crepuscular. El sol está dando paso a una luna en cuarto creciente. “Cuando uno prueba sonido, generalmente está metido en la música más que en la cuestión técnica, por lo tanto nosotros, durante alguna de ellas, hemos decidido hacer un tema que no hacíamos. Quiero decir, siempre está la música primero, aún cuando es un momento más calculador que mezcla botones, timbres, ecualizaciones, y volúmenes ante lo que nosotros casi nunca decimos nada. O a lo sumo un ‘levantá un poco la viola’”, se ríe Falú, en ese break que se da entre la prueba y el concierto, mientras disfruta de un tinto. “Además, probar te da como un espíritu de encuentro, porque uno viene de la calle, de sus cosas, y es el momento en el que nos saludamos con música, es el momento en que se instala un rito instantáneo a través del sonido, en que se afinan el oído y el alma”, refuerza Moguilevsky ante Página/12, durante este breve nexo temporal entre prueba y recital.

Lo que pasa en la sala de Gorriti al 3700 es una versión extendida de lo que ambos prevén. Las cuerdas de uno y los vientos de otro están tan afilados que de entrada estremecen con una hermosa zamba instrumental del tándem Leguizamón-Castilla (“Zamba de Argamonte”), sigue con un gato en parecido plan sin palabras (“Buscapié”), y Falú, quien lleva las de hablar durante el concierto, tira ciertos chistes, pide vino a la platea, y le pasa la posta a “Mogui”. Es el turno de la bella “Pan del agua”, de Ramón Ayala, que el vientista incluso se anima a cantar. Falú imita la intención en la chaya “Algarrobo, alg@l” (Ponferrada-Espinosa). Y así deviene una noche cálida, ideal para atravesar con valentía las melancolías de domingo. Una caricia para el alma que se aceita más a través de una improvisada y conmovedora versión del clásico de Manzi y Piana, “Milonga triste”; otra, bastante heterodoxa, de “Si llega a ser tucumana” (Leguizamón-Pérez) o “La Cruzadita”, de Pepe Nuñez. “Muchas veces me he preguntado cómo era la cuestión de la amplificación cuando Yupanqui o Falú tocaban en festivales, porqué se los escuchaba bien, y una vez alguien me dio una respuesta lógica: ‘porque no amplificaban muy fuerte, pero la gente escuchaba’. A ver, quiero decir que para mí tocar es como una religión y hasta el ruido de los cubiertos me rompe las pelotas. Soy de los que cree que el sonido chico colabora con la comunicación entre el que toca y el que escucha”, dispara el guitarrista.

Ayer es siempre, disco que sucede a Improvisaciones (1996) y Semitas (2003), contiene doce piezas: once “ajenas” y una propia: la que le da nombre al trabajo, compuesta por el sobrino de Eduardo. Después, se explaya en versiones libres de varias de las piezas ya nombradas (“Zamba de argamonte”, “La cruzadita” o “Si llega a ser tucumana”) y otras, bien adobadas, de “La vieja”, de los Hermanos Díaz o “Coplas del regreso”, del tándem Leguizamón-Franco. “En lo que hacemos confluyen lo calmo, lo introspectivo y lo furioso, porque el disco está revestido de silencios, esperas y momentos, que siempre están llenos de contenido. Es como una especie de calma antes de la tormenta, una sensación de cierta tensión, en la que está pasando algo, o va a pasar, o ya pasó, y esto me entusiasma porque, si bien hay algo intencional de tocar menos notas, de colaborar con lo intimista, también es cierto que hay una carga anímica, emotiva, que llega a ser una estética, porque convierte nuestro lenguaje en una expresión que necesita de esa atención y esa tensión”, explica el multiinstrumentista que va del clarinete al saxo, del saxo a la flauta, y de la flauta, en este caso, a las músicas folklóricas.

Falú también, obvio. Su clave es la música de raíz folklórica y, si se afina la sintonía, la zamba. Pero también dirige un evento (el festival de guitarras) que no pone otra barrera que la buena música, en el que todo guitarrista –aborde el género que aborde– lleva el bastón de mariscal. Falú, entonces, tiene su propio modo de descifrar los secretos musicales del dúo, empezando por el final: el disco que están por presentar. “Ayer es siempre es el nombre de un tema que le hice a un querido hermano mío que partió, pero la idea de la dedicatoria era la de marcar lo que perdura en una relación afectiva fuerte, y por eso lo asocié a la infancia. Y nosotros, si bien no nos conocimos de niños, es como si tuviéramos nuestra propia infancia musical, que tiene su tiempo, porque hace treinta años que nos conocemos”, sostiene Falú. “Si bien no somos dos personas que estemos compartiendo una cotidianidad, es como si se hubiese fundado un encuentro duradero, que no es exclusivamente musical porque, por ejemplo, siempre sentimos un enorme respeto por los ancestros de cada uno. Cuando hicimos el disco Semitas, de alguna manera estaba ese respeto mutuo, porque nos identificamos en un origen común en medio de un mundo donde ser de origen judío o de origen árabe es toda una cuestión religiosa, psicológica y social asociada a prejuicios dañinos. Y eso, a nosotros, nos une mucho”, dice el guitarrista, descendiente de sirio libaneses, contextualizando la unión del dúo más allá de lo musical.

Moguilevsky, de ascendencia judía, va hacia otro lugar del contexto… al de una Argentina que supo ver y respetar tal convivencia. “Digo esto porque mi viejo cuando llegó a Diamante, Entre Ríos, con nada en la mano, fue muy ayudado por una familia árabe que le dio el boliche con el que él armó su tienda. Juan también trae eso de su padre, que le hablaba de respetar al judío con el que se convivía en el barrio. Hay algunas cosas que nos han dejado bien marcados a nosotros, como para poder compartir una visión del mundo, con algo tan complejo como es esa convivencia”, sintoniza el vientista. “Totalmente cierto, si, y también aparecen otras factores que facilitan la convivencia”, refuerza el tucumano.

–Tal vez, el hecho de no estar urgidos por la industria o algún productor en el sentido de tocar más, sacar más discos, o consolidarse “comercialmente” como dúo. Los encuentros los deciden y manejan ustedes, en otras palabras.

Juan Falú: –Sí, porque los dos alcanzamos un nivel de autosuficiencia profesional y musical que nos permite tomar esto como un encuentro, como algo que hacemos porque nos gusta hacer, no porque nos esté urgiendo montar una producción.

–Esto podría determinar no solamente una durabilidad en el tiempo, sino también un disfrute despojado de tensiones “extra”.

J. F.: –Es que vamos directamente a la música y no a los diferentes atajos que aparecen cuando hay otras urgencias, preocupaciones, caterings, managers, y todas esas palabras en inglés que definen la relaciones profesionales en la música.

M. M.: –Yo agregaría que Juan necesitó hacer su carrera y yo la mía, y esto también tuvo su lugar. Es decir, yo, cada vez que Juan saca un disco o hace otra formación, lo disfruto, me enriquece y me hace crecer, porque no lo encuentro siempre igual, y esto es fruto de esa pequeña distancia. Nos admiramos mutuamente en el sentido más sencillo de la admiración, que es el de escuchar ese acorde en un lugar del que no venía nunca… esas curvas que no estaban en el mapa y que aparecen para sorprender ¿no?

–A propósito, ¿cuál es el punto de encuentro estético entre ustedes? Porque lo que hace cada uno por separado tiene poco y nada que ver con lo que hace el otro.

J. F.: –Hay una pertenencia a un territorio y una cultura que se expresa en este dúo. Yo creo que todo músico tiene un afán por expresar musicalmente que pertenece a una historia, una tierra, y hay músicas que expresan esto más directamente que otras. Tanto la música de raíz folklórica como el tango tienen esa cualidad. Ojo, no estoy hablando de lo tradicional como un valor en sí mismo, porque para mí lo que importa es la tradición, no el tradicionalismo. La idea de la tradición que florece con nuevas miradas es el lenguaje más directo para sentir que se pertenece a una cultura.

–¿Puede ser la versión de “De ida y vuelta” (Molina-Yacomuzzi) la mejor forma de contarle del disco a un marciano?

M. M.: –Es un tema que tiene una letra preciosa, si, y una parte muy creativa en las introducciones. Además, siendo que no somos cantores, nos alegra el alma poder cantar, porque no hay con qué darle a la voz humana, y más cuando te hace bien.

–Aunque están hablando de una excepción, porque la mayoría de los temas son instrumentales, incluso los que tienen letras, ¿usted qué tema elegiría, Falú?

J. F.: –No sé, la “Zamba del Argamonte”, póngale...

–¿Fundamentos?

J. F.: –La emoción que trasunta. Y “La cruzadita” también me gusta.

M. M.: –Yo encontré en “Coplas del regreso”, un tema del Cuchi que no tenía tan fresco, una cosa muy intensa. También en “Pan del agua”, que a veces tiene un vuelo del carajo, pica en un lado emocional muy alto.

–¿Solo en lo emocional, o intervienen otros factores como la estética, el concepto, lo poético, en fin?

J. F.: –Yo creo que la música, ante todo, tiene que conmover. Para mí es así, aunque es cierto que no se puede ir como un carro churrero, tirando el corazón a cada rato (risas). No se trata de eso, hablo de un modo de vivir la música.

M. M.: –Si yo voy a un recital y no me emociono me quiero matar. Cuando no llegás o no te llegan a tocar esa fibra, no funciona.

J. F.: –Hay cantores que cantan escuchándose a sí mismos, por ejemplo. O hay prestidigitadores que tienen una enorme habilidad, un enorme virtuosismo técnico para el instrumento, y deslumbran, pero Yupanqui tiene una frase muy feliz al respecto: ‘más importante que deslumbrar es alumbrar’… eso es genial, eso es todo lo que quiere decir uno en una entrevista. También está el tema del aplauso, ¿no?, ¿cuál es el que sirve?, ¿el que se le hace a la música que se acaba de escuchar, o al artista en sí? Es casi filosófico el tema, porque si uno está entregado a su narcisismo, es muy probable que su arte esté contaminado por esa posición. Ahora, si uno está entregado a la música, la cosa cambia. Hay tipos, como Hugo Fattoruso, por ejemplo, que están entregados a la música. Lo que pasa es que a veces te lleva el sistema, cuando tenés una cierta popularidad que hoy significa un arma de doble filo, porque puede condicionar por todas partes… el sistema presiona, quiero decir, y la mayor riqueza que uno tiene es poder conservar lo determinante del arte en esta situación.

M. M.: –Por suerte, la cuestión del ‘a ver con qué la pegamos’ la hemos olvidado hace mucho, porque vimos que el único camino que había era ser uno mismo, y dejarse de hinchar… si te gusta, te gusta, y si no, te vas al boliche de al lado. A ver, a mí no me preocupa llenar lugares grandes porque entiendo que lo que hago no es para cincuenta mil personas. Igual, respeto al público que siempre está preparado para escuchar algo artístico, y estoy seguro que si uno no llega a la gente, no es por la gente.

–La eterna discusión de en qué grado o hasta qué punto los medios, la educación, y el contexto determinan gustos en este caso musicales...

J. F.: –Confío en el lado sensible de los pueblos. Y creo que siempre hay franjas de la sociedad que buscan lo que el mercado no le ha ofrecido. Nosotros, por ejemplo, somos músicos que hemos construido una carrera…

–En los márgenes…

J. F.: –No, no las veo como marginal…

–En los márgenes del mercado.

J. F: –Ah, en ese sentido sí, por el costado. También hay públicos que se mezclan… que pueden disfrutar de lo que uno hace, y también de un artista mediático. A mí no me preocupa esto en lo personal sino en lo social. Me preocupa que el mercado eduque… este es “el” tema, porque el mercado, la tv, los medios, educan más que la escuela, y son vías de formación muy preocupantes. Hay centenares de festivales en los pueblos y está bueno que eso ocurra, pero, salvo raras excepciones, todos programan las mismas grillas. Se reproducen a sí mismos, y por eso pienso que el Estado tiene que redoblar los esfuerzos para formar, para educar. Este sí es un tema preocupante.

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