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Martes, 20 de septiembre de 2016
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Raúl Porchetto, Cristo Rock y todos estos años de canciones

“Aunque no lo encuentre, el arte siempre busca lo sublime”

En 1971, junto a otro Raúl –un tal Gieco–, Porchetto se presentó a una prueba para tocar en el IFT. El aniversario sirve para plasmar un recorrido de su vasta carrera: “León me dijo ‘vamos a divertirnos, a pasarla bien, a tocar bien”, dice.

Por Cristian Vitale
“La división de ‘qué es rock y qué no’ se empieza a profundizar en los noventa cuando algunos, por estrategia, hicieron muy bien su negocio.”

La aparición de Cristo Rock sobre la mesa del bar ilumina la mirada de Raúl Porchetto. No es el original en vinilo sino el CD, pero para el caso es casi lo mismo. Esa tapa rupturista, incómoda para la moralina de la época, lo traslada a uno de los momentos mágicos en los que pensó para darle un anclaje temporal a su próximo concierto. El otro, más exacto en términos de aniversario redondo (45 años), lo evoca él. “Fue en 1971, cuando fui a dar una prueba al Museo de Artes y Ciencias para tocar en el Teatro IFT, y eligieron dos músicos: uno se llamaba Raúl (Gieco) y el otro también: yo”, se ríe Porchetto sobre aquel 1971 que legitima el aniversario de este jueves a las 21 en el Teatro Coliseo. “Hacía más de treinta años que no hacía algo así, porque quería estar en red con las cosas que a mí me parecen, no con lo que dicen. Quería colocarme en un lugar atemporal… perfil bajo, tranqui, ego corto, porque la realidad es muy mediocre, te seduce todo el tiempo y nunca quise entrar en ésa. Desde ese lugar se fue dando, y realmente me entusiasmó armarlo no desde ‘mi’ concierto, sino desde la celebración, desde el agradecimiento; porque, la verdad, a esta altura me imaginaba un viejito”, se ríe, otra vez, el cantautor nacido en Mercedes hace 66 años, sobre el marco anímico que lo llevó a organizar un conciertazo en el que dirán presente, además de León, músicos de los más diversos orígenes, desde Juanse a Lito Vitale, o desde Willy Iturri y Nito Mestre a Palito Ortega. “León me dijo ‘Rauli, vamos a divertirnos, a pasarla bien, a tocar bien, porque tenés una de las mejores bandas de rock del país’”, cuenta el anfitrión.

–Tener a un tipo positivo como León al lado ya es como jugar de local, y con viento a favor...

–(Risas) Impresionante, sí. Es una energía que contagia tocar con él, y con un montón de gente que quiero mucho. Todo suma, y creo que va a ser como un concierto mágico, porque también habrá sorpresas que prefiero no nombrar por ahora.

–Está Palito Ortega, incluso. ¿Qué va a hacer con él?

–Un homenaje a Sandro, que era un hermano para mí. Un tipo que me decía “Raulito, tu energía hace falta, volvé a tocar”, y yo no lo podía creer. Sandro debe estar re feliz con lo que estoy armando, y Ramón (Ortega) viene al caso porque una vez lo fuimos a visitar con León, cuando estaba con Charly en Luján. Estuvimos todo un día con él, y descubrí otro tipo, otra persona. Para mí fue invalorable e impensado. Después lo fui conociendo más, y descubrí en él a una persona con una sensibilidad impresionante, que una vez me dijo “no solo quiero ir a tu recital, también quiero cantar”, y ahí me vino Sandro. ¿Quién mejor que él, no?

–¿De quién es la valentía? ¿Suya o de Ortega?

–De Ortega, me parece. Y mía también porque, bueno, me he comido tantos palos por hacer lo que se me daba la gana... Fui el primer rockero que fue a comer con Mirtha Legrand, por ejemplo.

–Con todo lo que ello implica…

–Sí, totalmente, y muchos colegas rockeros me dieron con un caño por eso. Pero yo fui con una premisa: no metamorfosearme. En este sentido, siempre admiré a la trova brasilera porque siempre son ellos, estén donde estén. El problema es cuando te acomodás depende dónde estás, pero si tenés una forma de pensar y la decís en el contexto que sea, todo bien. Yo le dije a Menem, cuando era presidente y en persona, algo incómodo –para él– sobre la música y la cultura (ver recuadro). A ver: en principio siempre creo en el otro, y sé que tampoco tengo la razón, porque cada uno, como dice Charly, crece con un trip en el bocho, y construye el mundo desde su mirada, desde su cultura, su información, su historia… a partir de ahí interpretamos el mundo, esa es nuestra mirada. Y desde ese lugar me gusta empezar la construcción colectiva. A veces es difícil darnos cuenta de esto, porque hay que despojarse de un montón de cosas.

–Estela de Carlotto es de las suyas… también se sienta en la mesa de Legrand.

–Y después compartimos con ella Arte por la Paz, es así la cosa.

–Ya que lo menciona, ¿cómo viene la mano con Arte por la Paz?

–Constante, porque no se trata de un evento puntual. La paz hay que articularla y una de las formas es el arte, porque el arte siempre busca lo sublime, aunque no lo encuentre, aunque muy pocas veces se logre. Pero en esa búsqueda de lo sublime, vos siempre estás buscando lo mejor para vos y para todos. Ese es un buen punto de partida para articular y contagiar a las generaciones nuevas de lo más revolucionario que hay, que es la paz, porque la violencia fracasa cuando tiene que enfrentarla… no sabe cómo reaccionar. Gandhi lo hizo. Peleó contra el imperio británico pacíficamente, y logró sacarlo, porque para alimentar una acción violenta vos necesitás una reacción; si no la hay, el fuego se queda sin oxígeno. No hablo de la paz de los cementerios, de la que dice el diccionario… hablo de la paz que construye. La justicia social es paz, el respeto también, y esto es más trascendente que cualquier otra cosa. Hoy estaba leyendo sobre las trabas regulatorias de los agroquímicos que no permiten el desarrollo agrario… ¡no son trabas regulatorias, papá!... cuidan nuestra tierra, que es distinto.

–¿Cómo se manifiesta en hechos, entonces, la constancia de Arte por la Paz?

–Por ejemplo, a veces ando por Córdoba, me bajo con la guitarra en una escuelita de montaña, le pido permiso a la directora, y les canto a los pibes y a los padres. También charlamos sobre violencia de género y esas cosas. Decir que cuando un hombre le pega a una mujer es porque en realidad tiene mucho miedo es movilizador, por ejemplo. Bueno, de esos pequeños actos se hace Arte por la Paz. También lo hacen las Abuelas todo el tiempo, lo hace León todo el tiempo, lo hacen un montón de artistas, porque es acción. Cualquier religión o político declama esos ideales, pero pocos lo ponen en práctica.

En el repertorio que armó Porchetto para el concierto (unas treinta canciones entre las trescientos veinte que tiene grabadas) también estará el espíritu de esa iniciativa colectiva, a través de las canciones que asegura tocar: “Che pibe, vení votá” y la bellísima “Bajaste del norte”, junto a Gieco; “Reina Madre” y “Algo de paz”, dos de sus máximos clásicos, además de aquellos hits pop, de los primeros ochenta como “Bailando en las veredas” y “Metegol”, y –vuelta al principio– la “Obertura”, de Cristo Rock, que ya repuso junto a Lito Vitale en la Basílica de Luján, pero que nunca había tocado en un teatro. Esa info, entonces, lo devuelve a los orígenes de su trayecto y a revelar, de paso, el enigma de la tapa de su ópera prima. “La verdad es que la tapa que yo quería originalmente no era esta”, evoca Porchetto, señalando al músico que aparece tocando desnudo y que, al contrario a lo que cree el imaginario rockero, no era él sino Sebastián Ondarts, retratado por el fotógrafo Oscar Bony. “Yo me imaginaba una tapa totalmente blanca, y con un lápiz para que cuando uno escuchara el disco dibujara la tapa que quisiera, y después la pudiera borrar por si le pintaba otra cosa”, se ríe.

–¿Por qué salió así, entonces?

–Porque obviamente me sacaron corriendo los del sello. Era mi primer disco, yo era un pibe, y ya tuve que pelearla demasiado desde la sonoridad y la producción… en fin, un pibe con una guitarra que entró al estudio con Charly García y dijo “si no lo puedo sostener, me voy”, porque alguien había dicho que Charly ponía muchos dedos, que tocaba de más. Entonces dije “la ignorancia es atrevida” y el límite llegaba hasta ahí. Me acuerdo también que las regalías eran del tres por ciento por cada disco vendido, descontados los gastos y la tapa… ese tipo de contratos se hacían.

–¿Al final cómo se decidió el arte de tapa?

–Me mostraron varios bocetos y el de Ondarts me pareció el más movilizante, porque alguien me dijo “si esto lo hubieras hecho en la Edad Media te hubieran quemado en la hoguera”, y yo le contesté “me alegro, pero no por mí, sino por el asesino que tendría una muerte menos por cometer”. Imagine lo que fue este disco, porque a diferencia de una obra maravillosa de esa época como La Biblia según Vox Dei, Cristo Rock era como más revulsiva para la sociedad de esa época, que era muy complicada en lo moral. Pero creo que, visto desde el hoy, fue un disco que estuvo bien para empezar.

Demasiado, si se tiene en cuenta un contexto musical progresivo en el que intervienen, además de Charly García en teclados, Alejandro Medina, Claudio Gabis, Cacho Lafalce, Oscar Moro, Kubero Díaz, Billy Bond y Jorge Pinchevsky, casi un seleccionado rockero de la época: un disco de ocho canciones más una obertura que conjugaba las composiciones, la guitarra y la voz de Raúl; con los teclados sinfónicos de García, la rabia de La Pesada del Rock and Roll, y los aires bluseros de Manal. “La verdad es que fue un regalo tocar con gente que venía de un sonido más pesado; incluso el disco tiene momentos pesados como la segunda canción, que es bien power”, rememora Porchetto, sobre aquel hito inicial –contemporáneo del Acusticazo– que legitima el concierto aniversario, y que precede a otros hitos importantes como fue el disco de PorSuiGieco.

–Hay un imaginario que ve al rock argentino en blanco y negro, y separa a toda la movida del Acusticazo con aquella otra vertiente más pesada. Su primer disco sería una especie de contraejemplo de eso.

–Totalmente. Yo tenía una re onda con Pappo, por ejemplo, y recuerdo que cuando me quería meter a experimentar con el pop, porque no olvidemos que The Beatles eran pop, él me decía cosas muy buenas al respecto. Yo creo que esta división se empieza a profundizar en los noventa cuando algunos, por estrategia, hicieron muy bien su negocio. Partieron el mercado y dijeron “esto es rock y esto no”, y les salió muy bien. Ganaron mucha guita, pero no tenía nada que ver con la música propiamente dicha.

–Divide y reinarás…

–Totalmente. Armaron un esquema y les salió bien, pero creo que eso deformó lo que era el espíritu original de esta trova que se llamaba rock argentino. Una trova que nació con Los Gatos, Manal y Almendra, cuya pauta principal era no tener pautas. Cuando las empezó a tener, se empezó a achicharrar, porque todo se contaminó con todo. Es una mirada, no sé. Se metió una cuña muy bien pensada. A ver, lo explico de otra manera: si usted piensa en Charly, en Pappo, en Spinetta, en Cerati, en León, o en Cantilo, todo es rock. ¿Y en qué se parece uno con otro? ¿En texturas musicales? Poco y nada, pero sí en una identidad, en un concepto que no tiene nada que ver con la programación de los festivales de hoy, totalmente alejada de aquel concepto. Yo creo que el Carpo, que era amigo mío, hubiera armado una cruzada si los viera. No era cuestión de volumen sino de fuerza.

–De densidad en el mensaje.

–Es que éramos una contracultura de barricada, literalmente. En diferentes momentos, con diferentes posiciones, pero de barricada. La nuestra era una resistencia al sistema, ahí estaba nuestra riqueza.

–Cristo Rock, también viene al caso en ese sentido: es un disco claro en este aspecto de resistencia cultural. Incluso, en algunos temas usted parece trasmitir un mensaje poniéndose en lugar de Jesús. Muchos lo tomaron como un atrevimiento.

–Muchos se sintieron escandalizados, sí, pero nunca nadie me hizo esa pregunta. Nunca quise perdurar así. No era la intención. La intención era más bien qué tenía que ver lo que hacían los “fieles” con el Evangelio. Y lo hablaba con los curitas, con los sacerdotes, divinos, y pensaban lo mismo. ¿Sabe la cantidad de curas que me dijeron “varias veces estuve por dejar la vocación y Cristo Rock me ayudó”? Nunca lo hubiera imaginado.

–Es contundente cómo lo cierra: “Padre, hoy estuve preso por cantar canciones de rock”.

–Porque justo habíamos estado tocando en una plaza de Villa Gesell, a las tres de la tarde, y nos habían llevado presos. Una cosa disparatada, increíble, que nunca olvidé, pese a que pasaron tantos años.

Una frase al presidente

Nunca lo había contado en público. Raúl Porchetto, algún día de los noventa, encaró a Carlos Menem y le dijo: “‘Señor presidente, con el respeto que merece su investidura quiero tener la integridad de, mirándolo a los ojos, decirle que está destrozando la cultura nacional’. Jaime Torres, que estaba al lado mío, me dijo: ‘Jamás hubiese tenido las pelotas de decir lo que usted acaba de decir’”, evoca el cantautor. La secuencia fue en la Casa de Gobierno y duró doce minutos. Lo habían convocado, junto a una veintena de músicos de todos los géneros, para “legitimar” el accionar cultural de la gestión menemista y a Porchetto se le soltó la cadena. “Me puse loco, loco. Esa década era un desastre para la cultura ¡y nos habían llamado para ponderarla...! No, todo tiene un límite”, desarrolla.

–¿Y cómo reaccionó Menem?

–Me agradeció la sinceridad, pero me dijo: “Sepa usted que estamos asignando un presupuesto de 60 millones de pesos por año para la cultura”. Sí, era cierto, pero más cierto era que esa plata caía en un agujero negro. Y se lo dibujé con una analogía: “Mire, es lo mismo que usted deje en su casa dinero para pagar los impuestos, y la luz y el teléfono se le venzan igual”.

* Fragmento extraído de una nota publicada por Página/12 el miércoles 13 de octubre de 2010, cuando Porchetto acababa de publicar su último disco a la fecha: Dragones y planetas.

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