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Miércoles, 21 de septiembre de 2016
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Esperanza Spalding presentará Emily’s D-Evolution el viernes en el Teatro Coliseo

“La música tiene el poder de estimular”

La bajista construyó en cuatro álbumes una identidad propia en el jazz, pero su “evolución natural” la llevó a explorar el formato de power trio en su último trabajo, producido por Tony Visconti. “Este disco es diferente, suena diferente, porque yo soy diferente”, explica ella.

Por Santiago Giordano
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Spalding asegura que al componer no tiene reglas para buscar lo que considera fundamental: el balance entre música y palabra.

Cuatro discos propios elogiados por todas partes. Un Premio Grammy como Mejor Artista Novel y tres más después por sus discos. Colaboraciones con músicos de la talla de Herbie Hancock, Stevie Wonder, Stanley Clarke, Janelle Monae, Bobby McFerrin, Wayne Shorter o Prince. Pergaminos de esta especie posicionaron a Esperanza Spalding entre las figuras más interesantes y nombradas del jazz internacional de los últimos años. Sin embargo, la bajista y cantante pateó el tablero y en su quinto disco apuesta en otras direcciones. Sin dejar de mostrar lo que le viene de adentro, Spalding busca otros aires, otra imagen, otro productor y hasta otro nombre: Emily, que es su segundo nombre y que aquí aflora como un espíritu portador de novedades. “Un ser”, según define ella. El próximo viernes en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125), Spalding mostrará lo que trae ese ser, en sus temas nuevos y también en “un recorrido” por la música de todos sus discos, anticipa en diálogo con Página/12.

Emily’s D-Evolution se llama el disco que editó el sello Universal, un trabajo en el que el jazz vaga como un espectro entre el funky, el rock alla Primus, la psicoldelia de Cream, el arte de la sobregrabación y los desarrollos electrónicos que hoy están tan a mano. Un trabajo a partir de la idea de power trio, con Spalding en bajo eléctrico y voz, Matthew Stevens en guitarra eléctrica y Justin Tyson o Karriem Riggins en batería, que tuvo los ornamentos definitivos en la producción de Tony Visconti –histórico productor de los períodos glam y electrónico de David Bowie, además de Morrissey, por ejemplo–. Un trabajo que en su hechura conjuga además un concepto preciso entre música, arte de tapa y diseño gráfico, que se traslada también a sus presentaciones en vivo. “¿Por qué no podía cambiar?”, se pregunta Spalding del otro lado del teléfono, desde Portland, la ciudad de Estados Unidos donde nació hace casi 32 años. “Este disco es diferente, suena diferente, porque yo soy diferente –asegura–. En realidad, todos mis discos son muy diferentes entre sí. Tal vez éste parece el más diferente porque es el reflejo de mi presente”.

–¿Cómo reconoció la necesidad de un cambio en su música?

–A esta primera Evolution me introdujo Emily. Una vez que imaginé el proyecto de un nuevo disco, casi inmediatamente pensé en ese nombre. Emily vino a mí, supongo. Ella vino a introducir en mí, y supongo que en el público también, la idea de este D-Evolution. Sé que mucha gente va a decir que suena muy diferente, puedo entenderlo y lo respeto, pero para mí es una progresión absolutamente natural. Siento que esto que otros llaman cambio, para mí es parte de mi identidad musical. Lo vivo como la continuidad de una evolución natural y no como un cambio en sí. Pero de todos modos, tiene que ver con Emily. Ella es un ser que vino a moverse a través de mí, a cantar a través de mí, a aprender a través de mí. Ella vino para el proyecto y creo que cuando el proyecto estuvo listo, siguió adelante.

–¿Quién es Emily, qué lugar ocupa en su identidad?

–Es un ser. Un ser que tiene que ver con la exploración, con la siempre necesaria actitud de preguntarse por qué, ante cualquier cosa. Ella explora nuestros valores, nuestra educación, lo que damos por asumido y por cierto. Ella tiene preguntas y preguntando pone en duda. No ve al mundo blanco o negro. Percibe que existen más experiencias, más posibilidades, más colores. Y cuando aparece entre nosotros, nos dice que necesita experimentar todos esos colores. Y mientras ella pasa, descubrimos que de pronto tenemos esos colores que Emily sugirió explorar.

–Emily es su segundo nombre, con el que la llamaban de niña. ¿Este disco tiene que ver con su niñez?

–No. Cuando presenté este proyecto, expliqué que Emily tiene que ver con danzas, con colores que yo recordaba de mi niñez. Por eso tal vez mucha gente entendió que se trata de un regreso a la niñez. Pero Emily no tiene que ver con mi niñez, en todo caso tiene que ver con la posibilidad de volver a sentir las cosas en el modo en que las sentías antes de que te enseñaran cómo las tenías que sentir. Y retomar aquello que sentías y sabías en el pasado puede ser una experiencia fundante para el futuro.

–¿Qué le aportó Tony Visconti a su sonido?

–Tony fue muy importante en este trabajo, sobre todo porque me ayudó terminar de darle forma y materializar muchas ideas. Ya tenía canciones escritas y cosas grabadas cuando él llegó, pero me gustó la idea de comenzar de cero. Es posible que el sonido de Emily sea más rockero, más variado en muchos sentidos, pero estoy segura de que no se aleja de mi origen con el jazz. Me gusta el sonido de mi nuevo disco, es muy natural, como si se estuviese concibiendo delante de uno y a cada momento.

–¿Cuán importante cree que fue comenzar su formación musical de niña?

–Estudiar música estructura la mente y enseña valores como la responsabilidad y el sacrificio. Y si esos valores se adquieren desde la niñez, pueden ser muy útiles. Sin embargo, lo que más me marcó en mi etapa de formación fue la posibilidad de convivir con gente de diferentes partes del mundo. Así pude tocar con esas personas y conocer otras músicas, investigarlas. A eso le llamo una experiencia universal.

–¿Qué considera importante para transmitir como docente?

–A veces pienso que se pierde mucho tiempo en clase practicando, estudiando, escuchando. Cuando enseño, trato de centrarme en transmitir una manera de aprender. Me preocupa que si después de pasar por mis clases un alumno siente que le falta algo en su manera de tocar, sepa dónde ir a buscar y cómo incorporarlo a su manera de tocar. Es importante que el músico aprenda por sí mismo, que desarrolle criterios para asimilar la información que le permita desarrollar su estilo.

Al hablar de influencias, la lista de Spalding es larga, casi infinita. Están quienes la acompañaron en su formación, como Wayne Shorte, Michel Camilo, Charlie Haden, Dave Samuels, Regina Carter o Pat Metheny, entre otros; o los que le llegaron a través de la historia, como Igor Stravisnky y Maurice Ravel. “Pero no es que esté siguiendo uno por uno en su sonido. Es imposible decir de dónde viene un sonido. Supongo que de todos y de ninguno”, explica. Para este disco en particular, hay momentos en los que la cantante deja que la voz vaya detrás de las canciones, buscando su sonido, su grano preciso. “La mayoría de las veces, trato de ‘sonar Emily’. Pienso la canción en el modo en que ella lo haría, haciendo su voz, sus silencios”, admite Spalding, y asegura que a la hora de componer no tiene reglas precisas para buscar lo que considera fundamental: el balance entre música y palabra.

Spalding recuerda que la primera vez que tocó en la Argentina fue en 2007, con el baterista Horacio “El Negro” Hernández y Niño Josele. Fue cuando el guitarrista flamenco presentó su disco sobre músicas de Bill Evans. Más tarde regresó con su proyecto, para presentar Esperanza, cuando el jazz atravesaba el centro de su sensibilidad y sus expectativas, y luego, en 2013, llegó con Radio Music Society, su cuarto disco. “La Argentina me ha dado muchos regalos –confiesa–. El amor de mi vida, Leo Genovese, mi mejor amigo, es argentino. Amo la música del Cuchi Leguizamón y Liliana Herrero es mi diosa, adoro su voz, su modo de cantar. Y desde que entré en los universos de Borges y de Cortázar, mi manera de sentir la vida cambió rotundamente. ¿Cómo no voy a querer a ese país? ¡No veo la hora de estar entre ustedes para comer asado todos los días!”, se ríe.

–Habla de Borges y Cortázar. ¿Cuál es su relación con la literatura?

–La literatura me da ideas para hablar, para pensar, para escribir, pero también para pararme en este mundo, encontrar los caminos de la valentía civil, de la honestidad. Y para tener más esperanza.

–Hablando de esperanzas, ¿qué espera de las elecciones en Estados Unidos?

–Espero que lo que elijamos sirva a los ciudadanos que ahora no tienen una vida digna, que son muchos. Espero que mi país vote con responsabilidad, porque lo que sucede en Estados Unidos se refleja enseguida en otros países. No me malinterprete, pero pienso que de la elección de los norteamericanos depende en gran medida una vida mejor para muchas otras personas, en todo el mundo. Por eso creo que más allá de quién será el presidente de Estados Unidos, es preciso asumir un compromiso con el planeta. Ya no somos ciudadanos de un país, somos ciudadanos del mundo, porque nuestras acciones dejan una marca global.

–¿La música puede contribuir a asumir ese compromiso?

–La música tiene el maravilloso poder de estimular. Para el trabajo, el amor, para afrontar los desafíos. Pero su posible contribución depende del mensaje que esté decidido a dar el artista.

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