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Miércoles, 5 de octubre de 2016
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Daniel Melingo presentará Anda mañana en el Maipo

“La palabra tango encierra toda la musicalidad de un porteño”

El ex Abuelos de la Nada y Los Twist regresa con el mismo equipo del notable Linyera, su disco anterior, y un grupo de canciones de diferentes autores, estilos y latitudes que se engarzan en una suerte de concepto ligado a la dramaturgia.

Por Cristian Vitale
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“Necesito que la música empiece a elegirse entre sí, que empiece a tomar vida propia, que el hilo conductor sea ella”, dice Melingo.

De tan previsible, la pregunta es casi un lugar común, pero da efectiva para ir diagramando el marco. Dice así: ¿Por dónde empieza a andar Anda? Y dice así, porque así se llama el nuevo disco de Daniel Melingo, el sucesor del estupendo Linyera, que el ex Abuelos de la Nada y Los Twist estrenará en público mañana en el Teatro Maipo (Esmeralda 443). “¿Por dónde empieza a andar Anda?”, (se) repregunta el crooner y contesta: “Por los quince meses que me llevó de laburo”. “Desde un primer momento sabía que la tenía difícil, porque era el continuador de un muy buen disco como fue el anterior. Lo sabíamos todos los que lo laburamos, y por eso repetimos el elenco… Pienso como los técnicos de fútbol: si el equipo gana, no se cambia”, se planta el hombre, pensando en los nombres que insisten en acompañarlo: Juan Ravioli, Luis Alposta y Muhammad Habbibi, por caso. “Comenzamos a maquetear con un mazo de veinticinco canciones, y así empezamos a ver hacia dónde me llevaba la dramaturgia de esto, por llamarlo de alguna manera. De ahí que la cosa tomó un rumbo después de reunirme muchas veces con una vieja amiga, la directora de teatro Vivi Tellas… Ella me ayudó a llegar a ciertas conclusiones”.

Conclusiones que, vistas a trasluz de lo concreto, derivaron en que las canciones electas fueran once. Es que el disco no solo se publicara en la Argentina, sino también en varios países de Europa, y no solo en CD: también hay réplicas en vinilo y digitales. Y en que las plumas musicales y letrísticas de tales canciones sean tan amplias como el propio mundo Melingo: Osvaldo Pugliese, Luis Alposta, Edmundo Rivero, Terig Tucci, Alfredo Le Pera, Roberto Ratti, Serge Gainsbourg, Erik Satie, Gigio González y María Celeste Torre, además de la suya, claro. “La primera decisión que tomamos fue no destruir el personaje al que habíamos llegado, que fue Linyera. La cosa era desarrollar el personaje, más que cambiarlo o destruirlo, y por eso llegamos a la conclusión de darle una travesía a este linyera a través de una dramaturgia. Esto nos sirvió para elegir las canciones que daban con esto, y descartar las restantes, que llegaban a ser un poco más de la mitad”, cuenta Melingo a Página/12.

Las canciones se mezclan entre ajenas, mixtas y propias. En el primer grupo se destacan la que abre el disco (“Se viene el dos mil”, de Pugliese-Alposta y “Sol tropical”, de Tucci-Le Pera); entre las mixtas, “Igualito que el tango”, del inefable tándem Melingo-Alposta, e “Intoxicated man”, de Melingo-Gainsbourg. Y entre las propias (letra y música suyas) figuran solo dos: la lisérgica “Volando entre las nubes” y “Anda simultáneo”, el bonus track que liga con el tema que lo precede, cuya rúbrica le pertenece a María Celeste Torre y, a su vez, le da nombre al disco. “Por una cuestión tímbrica, de orquestación, se decidió ensamblar las canciones de manera que tengan sentido entre sí. La cosa era ‘después de esta canción queda bien esta otra’, y así. Se fue armando un bloque en algún sentido homogéneo, diría yo”, testimonia el rocker devenido tanguero “inclasificable”. O universal, como demuestra de facto su octavo trabajo solista.

–Suena a una especie de relato conceptual, pero sin la grandilocuencia de las obras conceptuales.

–Puede ser. Lo que terminó de ajustar tal relato fue más que nada la instrumentación y el sonido, porque es cierto que hay temas dispares, pero también lo es que se van unificando por la manera en que fueron orquestados. En este sentido, se creó una cuestión musical tan interesante que nos dejamos llevar por ella. Esto también tiene que pasar, porque necesito que la música empiece a elegirse entre sí, que empiece a tomar vida propia, que el hilo conductor sea ella, porque los músicos lo que hacemos es trabajar para que suceda eso… darle vida espiritual a la cosa.

–Está hablando del músico como una especie de médium entre la música y el cosmos, o el espíritu…

–Sí, pero también se puede ver también como un desarrollo de lo que pasaba en el disco anterior.

–¿Por qué no le puso Linyera Volumen II, y listo?

–Barajamos esa idea, pero la cambiamos al final cuando, después de toda la travesía, apareció el tema “Anda”, que es como un despertar, como un abrir los ojos y volver a la realidad, después de todo este mambo que son las canciones anteriores. Es una balada con un tempo que sale de una ensoñación, de una oscuridad. “Anda” quiere decir que funciona, que funca, y tiene relación con el linyera que anda. Que se hace al andar. Que encuentra el sentido al andar. Llegamos a esto, como decía, al final del disco.

El mambo y la salida de él, según narra el mismo Melingo en la contratapa del disco, se relaciona con el derrotero de una robusta y vieja mujer que, arropada como una gitana, busca a alguien para adivinarle el futuro, y justo aparece el personaje en cuestión, el linyera, que es presentado como un trashumante porteño. “El tipo empieza un viaje iniciático cuando la mujer lee su mano”, escribe Melingo –y así lo refrenda en la obra– sobre el personaje que, tras un rayo que cae como producto de una tormenta, inicia tal viaje que es su retorno a este mundo. El aporte que hace Alposta, es que Melingo transforma tal historia en arte mediante dos herramientas clave: la guitarra y la voz, que, pese a que mucho no lo reconozcan, es propia del tango, porque no alardea y, sobre todo, porque escapa a todos los estereotipos. “Canta con una ahogada y creíble congoja que logra emocionarnos. Dentro de las subjetividades, la voz de Daniel Melingo es una voz querible”, escribe su socio.

–Cuando un artista saca un disco muy bueno, como Linyera en su caso, después suele caer en un vacío creativo. Salvando las distancias, le pasó a los mismos Pink Floyd cuando, tras el impresionante El lado oscuro de la Luna, intentaron grabar un disco con objetos no musicales, y se quedaron en el medio.

–(Se ríe.) Sí, conozco esa historia. A mí me pasó después de La dicha en movimiento, de Los Twist. Nos agarró una angustia total, pero después salió Cachetazo al vicio. Existe como una angustia post parto. Igual, es difícil verlo en el momento… Después sí, te hacés el piola cuando lo ves en retrospectiva, pero en el momento es muy difícil. La cosa se ve a posteriori. Es como un partido de ajedrez o de fútbol, no lo ves en la cancha; o por lo menos tenés que tener una lectura más intuitiva, porque se manejan otros roles. Lo que nos juega a favor a los músicos es que tenemos experiencia es eso, y lo mismo le pasa a los hinchas viejos. Ambos tenemos menos probabilidades de equivocarnos.

–¿La cantidad de “millas” en el oficio es determinante, piensa usted?

–Pienso que sí, porque la experiencia te marca que no tenés que apurarte. Lo que aprendés con los años es que estar apurado es lo peor que te puede pasar. Por eso nos tomamos tanto tiempo para los ensayos, a prueba y error, algo que antes no hacía. La onda es pintar y ver el cuadro seco a la semana, como si fuera un óleo.

–¿Así fueron los quince meses de trabajo?

–Sí, pero muchas veces laburábamos sólo los miércoles, y recién volvíamos al otro miércoles, con la idea de que las cosas maceraran. Otra cosa es ponerse una meta temporal respecto de para cuándo tiene que estar terminado el disco porque, por lo que aprendí en los últimos cuarenta años, cuantas más maquetas le hacés al disco, mejor sale. Además, hay otra cosa: cada dos años hay que sacar un disco porque crea una novedad, algo de qué hablar.

–Lo que dice contrarresta toda una tradición que sostiene que lo mejor es precisamente lo contrario: grabar de una, lo que sale y cuando aparezca la inspiración. Sin planificar.

–Sí, es la tradición que habla de la frescura. Pero la frescura hay que saber lograrla, también, y se logra con el trabajo en estudio, porque ser fresco no implica lograr una sensación de frescura en la música. No es así nomás la cosa, porque las técnicas de grabación son complejas cuando querés mostrar lo que querés. Por eso digo que el partido se gana con la experiencia.

–Y con estar bien, también ¿Cómo sobrevivió a los 80?

–¿A la Tercera Guerra Mundial, dice usted?

–Tal cual, a ese tsunami de reviente que se llevó a varios de su generación. Usted es un sobreviviente de eso y se lo ve entero.

–Como dije, fue como la Tercera Guerra Mundial. Hubo una balacera tremenda, con muchas bajas importantes. La diferencia estuvo en que algunos tuvimos la suerte de poder repensarlo, y eso fue obra del destino, de la gracia, porque los que estábamos jugando, estábamos jugando, estábamos en el partido, no lo veíamos desde el banco. En fin, creo que tanto el destino como la providencia ayudaron y que las cartas tocaron así. Igual, quiero decir que pertenecí al rock de los 80 de una manera accidental, porque no era de ese palo. El que me involucró fue Miguel Abuelo, cuando me dijo “vení y hagamos Los Abuelos de la Nada”, si no yo estaría en el mundo de la música experimental y acústica. Venía de la música electrónica de vanguardia y eso fue lo que le atrajo a Miguel. El vino a hacer de actor donde yo tocaba para después decirme “hagamos rock, Daniel”. Le debo todo a él. Después me conoció Charly García y demás.

–Hasta llegar al tango. A propósito, ¿puede ser que Anda arranque como una especie de retorno al tango de discos como Ufa! o Maldito tango, y después vire hacia otras formas? ¿Y que pegue tal volantazo con “Volando entre las nubes” y “El hombre intoxicado”?

–Sí, sí.

–¿Por qué semejante giro?

–Por la inquietud. No puedo estar quieto en un lugar y, en este camino, intenté ir a Los Twist, porque tranquilamente muchos de los temas de este disco podrían haber sido de Los Twist.

–No parece…

–Pero lo es. Y lo pienso ahora, porque cuando estoy laburando intento no pensar. Los discos los analizo a posteriori y, en este caso, lo veo parecido a aquella banda. Es más, durante la creación del grupo (no de la otra etapa con la cual no tengo nada que ver, ni ideológica ni musicalmente), con Pipo compusimos unos 56 o 58 temas juntos, no recuerdo bien. Teníamos esa química que se da entre pocas personas. Cada vez que nos veíamos, empezábamos a reírnos, y salían dos o tres canciones, pero también bajábamos muchos conceptos. Era como un taller de conceptualización y en cada reunión hacíamos un sub grupo: Los Parroquia, Los Viejos Chotos o Los Penca, que armamos para el Teatro Abierto, en 1984, con el que hacíamos una obra teatral-musical que se llamaba Cantina Los Cinco Hermanos. En efecto, el tema que nombró usted (“Volando entre las nubes”) es del grupo Penca, que no llegamos a publicar en ese momento. Es un tema que, sí, tiene un tratamiento musical onda Lions In Love (banda que tuvo Melingo en el primer lustro de los ‘90) pero también es un tango, porque tango es una palabra que encierra toda la musicalidad de un porteño. Para mí, todo es tango porque soy porteño. ¿Quién tiene la credencial de tanguero, acaso? Eso es una irrealidad.

–Muchos lo corren por el lado del baile: “la danza predetermina a la música”.

–Está bien, pero el tango electrónico que no le gusta a los puristas se puede bailar sin ningún problema. Y Piazzolla también genera unas coreografías alucinantes, cuando los más talibanes, como mi tío, que tiene 90 años, te siguen diciendo que Piazzolla es para escuchar. Bueno, no sé… Nosotros somos del rock, y si el Flaco Spinetta, Litto Nebbia, Moris, Javier Martínez y Charly García dicen que el rock argentino es tango, ya está, no hay nada que discutir.

–Volviendo al disco, ¿por qué Erik Satie? ¿Cómo relacionó su pieza (“Gnossienne”, compuesta en 1892) con el devenir del linyera?

–Por varios motivos. En primer lugar, Satie es equivocadamente considerado un compositor menor para la música “culta”, porque se basaba mucho en los modos. Pero yo lo relaciono porque con la rebetika, que es la música de los bajos fondos griegos y que tiene mucha relación con el tango, porque ambas, como el flamenco andaluz, implican la resistencia de los arrabales. Y lo que más me impresionó del paralelo es el argot: el machista, el fumador de hachís, la trampa con las cartas, y esto está en el viaje que hace el linyera. Satie está en eso.

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