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Sábado, 20 de enero de 2007
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ENTREVISTA A MERCEDES SOSA, LEON GIECO Y VICTOR HEREDIA

“Ya tengo unas ganas locas de cantar”

Lo dice la Negra, entusiasmada porque el domingo 28, en la última luna coscoína, los tres artistas-amigos retomarán el ciclo “Argentina quiere cantar”, suspendido en su momento por su enfermedad. Hablan del reencuentro y cuentan anécdotas e historias vinculadas con el festival mayor del folklore.

Por Karina Micheletto
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Sosa, Heredia y Gieco, juntos nuevamente después de cinco años.

En la sala de ensayo de Villa Pueyrredón, un caserón con jardín donde también funciona una escuela, hay una pequeña multitud. Músicos, managers y amigos varios van y vienen, pendientes de lo que está pasando detrás de la puerta de vidrio: Mercedes Sosa, León Gieco y Víctor Heredia volvieron a juntarse, para reeditar en el Festival de Cosquín Argentina quiere cantar. Está hasta el Paz Martínez, que vino a acercarle una letra a Mercedes para que la tenga en cuenta. Adentro de la sala, los temas van pasando como ceremonias compartidas: “Himno de mi corazón”, “Razón de vivir”, “Sólo le pido a Dios”, “Canción para Carito”, “La novicia”, de Víctor Heredia; “Como la cigarra”, que se está agregando al repertorio. Todo está dispuesto: el festival, que comienza hoy, volverá a reunir a estos tres amigos en su última noche, el próximo domingo 28 de enero.

Sosa, Gieco y Heredia habían comenzado con Argentina quiere cantar en 2002, un proyecto que incluía la grabación de un disco y giras por la Argentina y otros países. Pero sólo pudieron concretar dos conciertos, debieron suspender el resto por problemas de salud de Mercedes. “Yo me enfermé gravísimamente del corazón, me quedó tres veces más grande de lo normal”, dice ella, y por un momento vuelve a su enfermedad: “Ellos sabían que cuando subí la escalera del Opera me faltaba mucho el aire, y dos días después tuvieron que internarme. Ahí desgraciadamente cortamos esto que era tan hermoso.”

Pero aquellos dos años de retiro de Mercedes parecen haber quedado atrás, aunque ella los tenga siempre presentes, y vuelvan una y otra vez en su relato. Tan bien se siente ahora, que hasta volvió a usar tacos. “Tengo unas ganas locas de cantar”, dice, con sonrisa grande, y enumera por qué siente que ahora “volvió con todo”: después de Corazón libre está preparando el repertorio para la segunda grabación con la Deutsche Grammophon. No para de dar conciertos, con invitados conocidos y no tanto. “En marzo voy a cantar con María Rita, la hija de Elis Regina, a quien yo admiraba y quería tanto. Y si adelgazo un poco voy a empezar a cumplir con los pedidos para ir a cantar afuera...”, sigue diciendo, y desliza: “Tengo tres Grammy’s. Ya no hay lugar en la vitrina”. “¡Ya parecés Santaolalla!”, le retruca Gieco.

–¿Qué es lo más difícil de esta nueva reunión?

León Gieco: Es relativamente fácil porque nos dan poco tiempo para tocar, una hora y media entre los tres. No es tan exigente como lo de 2002, conciertos de casi tres horas. Es una iniciativa que tiró la gente de Cosquín, y nosotros la organizamos en función de ese pedido.

Víctor Heredia: Salvo una o dos canciones, el repertorio estaba ensayado de distintas maneras, porque con León y Mercedes siempre nos encontramos en nuestros conciertos. A “Novicia”, por ejemplo, la ensayamos hace poco para los recitales de fin de año de Mercedes.

–¿Existe alguna posibilidad de continuar este proyecto conjunto en el futuro?

L. G.: Ah, eso hay que preguntárselo a Mercedes. ¡Ella manda!

M. S.: Yo no tengo nada que ver, el que manda es Fabián (Matus, su hijo). Yo soy su empleada de Fabián, ya se metió hasta en el repertorio, con eso le digo todo... (risas).

–¿Qué momento recuerdan del primer encuentro?

L. G.: Yo guardo dos postales: una maravillosa de cómo la pasaba la gente: e acuerdo de la entrada de “Himno de mi corazón”, cuando cantamos la primera vez en el Luna Park, fue increíble. Y también recuerdo el momento en que cortamos el proyecto, por la enfermedad de Mercedes. Son dos postales bien opuestas, pero así es la vida, y así hay que enfrentar las cosas.

M. S.: En el Luna Park estaba escuchando el gerente de la Deutsche Grammophon. Firmamos el contrato en casa y pasó mucho tiempo hasta poder grabar Corazón libre, por mi enfermedad. Así que me quedó ese recuerdo... Pero ya estoy bien. Perdí dos años de continuidad de trabajo, pero grabé este disco que fue un éxito muy grande. La manera de hacerlo fue muy simple: guitarra y canto, alguna percusión, y alguna vez un violín. Gustó justamente por ser tan despojado, sin los adornos que a veces ponemos para embellecer las canciones. Para embellecerlo yo invité a Eduardo Falú, a Luis Salinas, a Albertito Rojo. Y canté muy tranquila, no es como antes, que cantaba diez canciones en el mismo día.

–Todos ustedes pasaron por distintas ediciones de Cosquín. ¿Cómo ven al público de este festival?

V. H.: Es un público que está muy ávido de escuchar cosas nuevas, originales. Obviamente, también busca a artistas reconocidos. Pero es un público que se sienta a escuchar, diferente al de otros festivales. La plaza está para eso, es como un anfiteatro. Es un lugar donde yo puedo encontrar un buen repertorio, bajar un poco los tonos de la banda. Después también está lo que suena todo el día en las radios. Hay de todo y hay lugar para todos, es como una muestra a pequeña escala de lo que pasa en el país. Hay cosas que los festivales no pueden modificar, porque ya vienen propuestas por las discográficas. Lo que la gente aplaude es lo que le proponen cotidianamente, ¿cómo puede un festival modificar eso? Hay que agradecer que, a pesar de eso, haya un espacio para que la gente diga “ah, mirá, también está esto”.

L. G.: Y si es el festival más importante, el que tiene más promoción, el que todo el mundo se pone a ver, obviamente que va a tener críticas. Pero el lugar es maravilloso, tocar en ese escenario tan grande, con el público en ese espacio tan abierto, es muy emotivo. Y el escenario está curado por pies que lo han pisado, los más grossos. Se llama Atahualpa Yupanqui... Es un escenario muy pesado, súper bendecido, ahí reside la carga mítica del festival.

M. S.: Cosquín es emblemático, estuvieron a punto de voltearlo, pero no lo lograron. Porque Cosquín es el pueblo, que siempre está a punto de ser golpeado, pero siempre hay gente que lo salva. El año pasado estuve y fue extraordinario, este año va a ser igual, están los artistas más importantes de este país.

–¿Y recuerdan su primera vez en este escenario?

V. H.: ¡Claro! La mía fue en el ’67: fui de turista, pero el director del festival me escuchó cantar en una peña y pensó que iba representando a alguna provincia. Me invitaron a subir y gané el Premio Revelación con una zamba que había compuesto a los 15 años, “Para cobrar altura”. Ahí nomás me presentaron a Mercedes. Ella enseguida me preguntó si tenía canciones compuestas, y terminé haciendo “Canción del picapedrero”, con Ariel Petrocelli. En ese Cosquín conocí a Mercedes y a Yupanqui, fue impresionante. Yupanqui me preguntó si conocía sus canciones y le canté un pedacito de “Caminito del indio”. Me deseó suerte y me dijo: “la canción tiene un pensamiento: sígalo”.

L. G.: Yo fui por primera vez en el ’86, invitado, justamente, por Mercedes. El dueño del hotel me llevó a pasear en camioneta y me di cuenta de que la fiesta de Cosquín no era solamente lo que veía por televisión, sino todo lo que pasa alrededor. Esa noche me fui a dormir y seguía escuchando música a las 4 de la mañana. Bajé al hall del hotel a preguntar de dónde salía esa música, y me explicaron: “es la Cacharpaya, cuando ya terminan de tocar todos los grupos famosos, sube la gente a cantar, hasta cualquier hora. Así que agarré mi guitarra y mis armónicas y me fui a la plaza, el locutor me vio llegar y no lo podía creer. Quería pisar ese escenario con humildad, arrancar bien de abajo. A la noche siguiente hice mi entrada triunfal con “Sólo le pido a Dios”, junto a Mercedes. Pero mi verdadero debut en Cosquín fue a las 5 de la mañana, en la Cacharpaya.

M. S.: Yo siempre digo que mi primera actuación en Cosquín fue la definitiva, la más importante de mi carrera, porque realmente fue así. Y todo gracias a la generosidad de Jorge Cafrune. El me presentó al costado del escenario, en contra de la voluntad de la Comisión de Folklore, que no quería que yo subiera. No sólo me presentó: también me compró discos para que yo pudiera pagarme el hotel. Canté solita, con una cajita. Y fue tal el éxito que ahí nomás me contrató la Philips para grabar.

L. G.: Después de saber eso, para mí Cosquín también fue como un círculo que se cerró. Porque una vez yo estaba en mi pueblo, era chiquito, y fue a tocar Jorge Cafrune. Yo lo miraba desde el palco, con mi papá y mi mamá, y vino un muchacho a buscarme: “vos cantás canciones de él, vamos a conocerlo”. A mí me daba vergüenza, me llevó casi a la fuerza. Cuando llegamos, me presentó así: “Don Jorge, le presento al Jorge Cafrune de Cañada Rosquín”. Cafrune me puso la mano en la cabeza y me dijo: “Por algo las cosas se dicen, pibe”. A Mercedes la presentó por primera vez en Cosquín Cafrune, y ella me presentó a mí. Por algo las cosas pasan.


Amistades debajo del escenario

“Yo soy amiga solamente de Víctor y de León. Y de Charly García, cuando lo veo, porque por ahí desaparece”, marca terreno Mercedes. Entonces larga una anécdota de esas que pintan a los protagonistas: “Cuando le dieron el premio a Santaolalla, Charly quiso venir conmigo en mi auto. Apareció con una novia que era in-so-por-ta-ble. Lo besaba al flaquito, lo toqueteaba... ¡pobre Charly! Terminó tirándome un vaso de vino arriba del vestido de gasa precioso que yo llevaba puesto. Así que me quejé con Charly: ‘¡Che, pero esta chica es insoportable!’. El dejó pasar un rato, y vino a decirme: ‘¡¡Comunista frívola!!’ ¡Este Charly tiene cada salida! Ahora hace mucho que no lo veo, no me llama. ¿En qué lío estará metido?”

Mercedes aprovecha para avisar, como quien no quiere la cosa, que quiere que sus amigos la llamen más seguido. Como en toda reunión de amigos, la charla se va llenando de anécdotas. Gieco cuenta sobre el fin de año que pasó en la finca que compró en Mendoza Gustavo Santaolalla, junto a Tilín Orozco y Fernando Barrientos. “Con la primera plata que se ganó con el Oscar, Gustavo se compró quince hectáreas para producir vino. Por supuesto, el vino que sacó es el mejor. Estuvimos cinco días hipnotizados, degustándolo”, comenta, provocando envidia. Como al pasar, Mercedes vuelve sobre una polémica que reanudó hace poco César Isella. No lo nombrará, pero dejará en claro lo que quiere decir: “Yo tengo la dicha muy grande de respetar a los compañeros cantantes, los admiro. Hubo un pícaro que quiso inventar una pelea con Soledad. ¡Era mentira! Ella vino a comer a mi casa, con la familia y el novio, y después me invitó a la suya. Esa enemistad fue preparada para vender discos, no lo hizo ella, era demasiado jovencita para tanta maldad. Y la maldad de este hombre sigue todavía. Y quiero decir otra cosa: la belleza de todo lo que hay en ‘Canción de las simples cosas’, o en ‘Canción con todos’, es de Armando Tejada Gómez, aunque alguno se adjudique la música. Armando está más vivo que nunca, y yo me siento feliz por eso, después de todo el olvido que sufrió”.

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