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Lunes, 22 de enero de 2007
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CATUPECU MACHU ANTE 40 MIL PERSONAS

Una nueva muestra de poderío sonoro

El grupo de Fernando Ruiz Díaz desplegó su potencia rockera en el ciclo Verano 07.

Por Cristian Vitale
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Catupecu en Figueroa Alcorta y Pampa, gratis.

De repente, ese largo, ancho y deforme pulmón verde que oxigena el lado sur de Belgrano –allí donde chocan Alcorta y Pampa– abandona su marco habitual. Las reposeras materas de cada atardecer, las chicas dorándose al sol, el epicentro de los paseaperros que descomprimen de ladridos y caca la ciudad, se esfuman temprano por una causa musical. Una cuestión de Estado. Como parte del ciclo Verano 07, Vivir nuestra Ciudad, el Ministerio de Cultura había dispuesto que el tercer sábado de enero, tras la puesta del sol, ahí tenía que haber rock potente. Música de altos decibeles apta, al menos por un rato, para neutralizar el estampido ensordecedor de esos aviones que despegan y aterrizan sin parar. Noche cálida. Inundación de estrellas. Viento leve, juguetón, delicado. Y una peregrinación constante de jóvenes, que llegan desde los cuatro puntos cardinales. A las nueve en punto de la noche, ese parque que en noches normales es territorio de grillos, gatos y amores varios, se transforma en una caldera rockera. “Qué gran momento para crear los perfectos cromosomas, ¿no?”, sentencia Fernando Ruiz Díaz promediando el set e inicia la canción más aguerrida del cd Cuadros dentro de cuadros.

Una bola de sonido, de cuelgues potentes, sostenidos, improvisados, efectivamente eclipsa el ruido de las turbinas aéreas. El estruendo proviene de un escenario altísimo, muy bien iluminado y amplio, desde el que cuatro músicos (el mismo Fer, más Javier Herrlein en batería, Martín Macabre González en teclados y Agustín Rocino en bajo) generan energía eólica, sudorosa. Trasmiten fuego para que las casi 40 mil personas de abajo transformen el parque en un hervidero. “Somos enigmas para descifrar / perfectos cromosomas para alterar”, corean todos. Los más fanáticos la siguen toda; los más curiosos –típico público de fechas gratis– se quedan en el estribillo. Deviene el popurrí en el que el frontman creador de los Machu –siempre, y donde esté– presenta a su gran familia. Entona “Mírame”, la bella canción del ex nene mimado –Abril Sosa–, que ahora transciende sus días con Cuentos Borgeanos; después –mientras vuela una enorme serpentina– apela a los dulces versos de “Mi pequeña infinidad”, de Cabezones, y genera el momento más emotivo de la noche. Ese donde se juntan dos presencias sentidas: una empírica, la del recuperado César Andino, y otra tácita, sobreentendida: la de su hermano Gabriel, que continúa rehabilitándose en una clínica de Escobar. “Cuando mis hermanos Cabezones estaban grabando Jardín de extremidad, Gaby dijo ‘este tiene que ser el corte’.” Y la rémora da paso a la muy linda “Pasajero en extinción”, que introduce a cada quien en sus propios mundos celulares, íntimos.

Al bloque familiar le sucede el “daleísmo” frenético. Es cuando cada recital de Catupecu está por terminar y la banda acude a sus “hits” más estridentes. Algunos lipotímicos salen del horno que está en el centro y son subidos a la ambulancia, Abril Sosa agarra la guitarra y estalla en llamas con “Entero a pedazos”. Y fanáticos y curiosos parecen iguales ante “Magia veneno”, “Plan B, anhelo de satisfacción”, “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”, el tema clave de Cuentos decapitados, o el siempre detonador de pisos “Dale!”. “Es la primera vez que tocamos en Capital para tanta gente”, dice Ruiz Díaz, estupefacto por la cantidad de cabezas que divisa desde arriba. Pide palmas, pide que iluminen al público, pide un aguante para su hermano, pide que la noche no termine nunca.

Del segmento inicial, queda una versión reposada, etérea, de “Cuentos decapitados”, donde el paladar musical se regocija entero con una intro que propone un dueto violín-flauta traversa y un desarrollo que parece un loop folklórico. También el wing más duro y denso de Catupecu, que encarna “Secretos pasadizos” y la rara sonoridad –¡disco-music a la Machu!– que se desprende de “Acaba el fin”, uno de los –pocos– temas que suenan de El número imperfecto, último disco de la banda, editado en el 2004. Antesala, además, del éxtasis colectivo que vendría después.

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