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Lunes, 22 de enero de 2007
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UNAS 10 MIL PERSONAS EN LA PRIMERA LUNA DE COSQUIN

El folk romántico hizo estragos

En una plaza llena, la jornada de inauguración mostró de todo un poco, desde Araca la Cana hasta Los Carabajal. Pero la mayoría del público disfrutó de lo que fue a buscar: Jorge Rojas.

Por Karina Micheletto
Desde CosquIn
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Jorge Rojas ahora supera en popularidad a Los Nocheros, su ex grupo.

Aquí... Cosquín. La vidriera más importante del folklore comenzó a mostrar el sábado pasado algo de lo que trae exhibido, para quienes quieran ir asomándose. La primera noche del festival, en una plaza llena (unas diez mil personas) hubo lugar para el homenaje a Tamara Castro y Carlos Carabajal, un poco de murga con Araca la Cana, algo más rockerito con Arbolito, la celebración de los 40 años de Los Carabajal, con una avanzada de bombos legüeros, un momento cuyano, entre cuecas y tonadas. Pero sobre todo, para la revalidación del título del ganador del Premio Consagración del año pasado, Jorge Rojas. El folklore romántico sigue haciendo estragos.

Fue el ex Nochero el que esta vez pegó el grito que todos recuerdan entonado por Julio Mahárbiz, y aunque la garganta no estuvo a la altura de tan solemne momento, lo suyo fue estelar. Comenzaría así a marcar terreno en la que fue su noche. Ya al mediodía, cuando cerró el desfile inaugural montado en un brioso caballo (ver nota aparte) había provocado un pequeño revuelo pueblerino. A la tarde, alguien estacionó con inteligencia el colectivo que luce una gigantesca foto promocional suya, y que transporta a técnicos, músicos y equipo, en una esquina de la plaza, frente a la sala de prensa del festival. Todos querían sacarse una foto con la foto. Sobre las dos de la mañana, cuando llegó el anunciadísimo momento de Rojas, estalló la plaza. Todo parece indicar que lo suyo va en la misma dirección que la antigua fórmula de Los Nocheros: balada con algún revestimiento folklórico, con un soporte musical prolijo, inversión y despliegue en producción. No tendría por qué ser de otra manera: equipo que gana no se toca. Eso sí: en la pelea con sus ex compañeros (todos seguirán repitiendo el casete de que fue un gusto y que la etapa se agotó, pero se sabe que la separación no fue en los mejores términos) Rojas resultó el gran vencedor: se fue llevándose a gran parte de la banda, y en poco tiempo desbancó a sus ex compañeros en popularidad y calidad técnica.

Más allá de Rojas, la primera noche del festival mostró sus aciertos y desaciertos. El Himno Nacional que sonó en diferentes ritmos folklóricos, seguido coreográficamente por el ballet Camin, rindió buenos frutos. No tanto el cuadro de apertura, confuso y a mitad de camino entre la acrobacia y la danza. El momento de Los Carabajal, que celebraban sus 40 años de trayectoria, fue potente. Junto a unos cincuenta bombistos, capitaneados por el mítico luthier Froilán González, hicieron su homenaje a Carlos y Agustín Carabajal, los artífices de esta familia emblemática de la música santiagueña, sin caer en ninguna jugada lacrimógena, apelando a la fiesta de la música. El espectáculo Entre cuecas y tonadas trajo sabor cuyano con exponentes como Jorge Viñas y Pocho Sosa.

Cuando llegó el momento de Arbolito, el locutor Miguel Angel Gutiérrez les dio una de esas palmadas que dejan doliendo la espalda: pidió silencio advirtiendo que llegaría “un grupo que está casi en la vereda de enfrente del folklore”. Es curioso: lo que en las tribus de rock de Buenos Aires se percibe como una avanzada del folklore, aquí es temido como extranjero. A pesar de la pequeña ayudita de los amigos, Arbolito despertó aplausos respetuosos con su repertorio de denuncia indigenista. Mientras tanto, el establishment del folklore define lo que le pertenece y lo que no: aquí parece muy normal entender, sin más, que la canción romántica de Jorge Rojas o Los Nocheros es folklore. Pero cuando algo tiene pinta de rockero (aunque sean las mechas largas y la remera estirada), enseguida está en la vereda de enfrente.

Y así como la plaza de este festival a veces sorprende con consagraciones espontáneas y momentos de veneración y silencio (el año pasado, por ejemplo, Juan Falú fue ovacionado con una propuesta que está en las antípodas de la lógica festivalera, sólo con una guitarra que ni siquiera estaba enchufada); también suele ejercer con gusto la tiranía del fervor popular. Entonces aparece con claridad que en un festival como éste el equilibrio es tan delicado, que no sólo importa a quién se convoque en la programación, también en qué orden se los ponga, y cuánto tiempo se les dé. Cerca de las dos de la mañana, cuando una multitud ya se estaba cansando de esperar a Jorge Rojas, les tocó el turno a Luna Monti y Juan Quintero, un dúo con una propuesta exquisita, al que muchos apostaban el Premio Consagración de este año. No alcanzó para gran parte de la platea, que había ido a escuchar otra cosa y, enojado por la espera, prefirió silbarlos antes que escuchar lo que traían. Muchos otros aplaudieron cada tema casi con rabia, como mostrando que no todos pensaban igual. No alcanzó. Las vinchitas de Jorge Rojas pedían pista urgente, y a la gente, se sabe, hay que darle lo que pide. ¿O era al revés?

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