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Viernes, 2 de marzo de 2007
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ENTREVISTA A OSVALDO GOLIJOV, EL COMPOSITOR ARGENTINO QUE GANO DOS GRAMMY CON LA GRABACION DE SU PRIMERA OPERA

“Amo los momentos en que el artista nada en mar abierto”

Por Diego Fischerman
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“Las influencias son múltiples y un poco al azar”, explica a Página/12 Osvaldo Golijov.

El mismo no le da demasiada importancia al Grammy. “Es bueno porque los amigos lo llaman a uno, y se festeja, pero, verdaderamente, en el mundo de la música clásica no significa demasiado”, dice, desde su estudio en Boston, Osvaldo Golijov. Pero, más allá de haber sido uno de los dos argentinos que recibió el reconocimiento de la industria estadounidense del disco en su última edición –el otro fue Jorge Calandrelli, por sus orquestaciones para el álbum de dúos de Tony Bennett–, es el compositor más reconocido del momento. Ainadamar, su primera ópera, ganó como mejor composición contemporánea y como mejor grabación de ópera. Pero eso no sería nada si hace un año el Lincoln Center no le hubiera dedicado todo un festival bautizado “La pasión de Osvaldo Golijov”, si el Barbican de Londres no hubiera destinado dos noches consecutivas a su obra, si sus composiciones no hubieran sido tocadas por Yo-Yo Ma, el Kronos Quartet o Dawn Upshaw y si Francis Ford Coppola no le hubiera encargado la música para su próxima Youth without Youth, donde actuarán Tim Roth, Alexandra Maria Lara y Bruno Ganz.

Nacido en La Plata y formado con popes de la composición como Gerardo Gandini, en la Argentina, y Franco Donatoni, George Crumb y Oliver Knussen, en Europa y Estados Unidos, el lugar que ocupa Golijov en el panorama de la música actual es complejo. Y lo es, en primer lugar, porque su estética, en donde pueden entrar tanto recursos de las vanguardias clásicas como música klezmer, folklores de diversas partes, música sefaradí, flamenco, jazz, algo de rock o tangos à la Piazzolla, discute todo aquello que había sido central para sus maestros durante las décadas de 1950 y 1960, empezando por la idea de organicidad y la homogeneidad entendidas como valor. “Hay dos maneras de hacer música bastante diferenciadas, en Europa y en Estados Unidos. Yo venía de la Argentina, es decir de la manera europea, muy guiada por el Ircam (el instituto fundado por Pierre Boulez en París, que funciona como una de las mecas de la música contemporánea) y en mis años en Israel estuve también atado a ese modelo. No sólo los profesores que había sino aquellos que eran invitados para dar algún seminario tenían que ver con esa línea dura europea. Berio, o Ligeti fueron allí varias veces. No es que despreciaran lo que se hacía en Estados Unidos, pero había una idea muy fuerte acerca de que la verdad, o la seriedad, estaba en Europa. Pero cuando llegué aquí me voló la cabeza Steve Reich, o escuchar al cuarteto Kronos. De repente se abrió un mundo distinto, en el que también tuvo que ver la revalorización de Piazzolla. Yo estudié en Tanglewood, y cuando vino William Bolcom y me lo presentaron exclamó: ‘Ah, Argentina, la tierra de Piazzolla’. Y a mí eso me modificó absolutamente la perspectiva. Porque yo amaba la música de Piazzolla, pero no le contaba a Berio que escuchaba esa música. Me gustaba como me gustaba el mate; era una cosa privada, ligada a mi juventud, pero que no tenía una entrada en mi lenguaje estético. Que Piazzolla fuera admirado por uno de mis profesores me abrió los ojos. Y me dio mucho coraje ver cómo él con su bandoneón y metiendo ruiditos y haciendo lo que quería con su quinteto había alcanzado una trascendencia planetaria que es más permanente y profunda que Ginastera, por ejemplo.”

Tanto en su anterior Ayre como en el reciente Ainadamar hay una figura fundamental. La soprano Dawn Upshaw, capaz, en palabras de Golijov, de ser infinidad de cantantes, es una admiradora incondicional de sus obras. Célebre por sus versiones del repertorio mozartiano y por sus interpretaciones de las óperas y oratorios de Händel y de muchas de las cantatas de Johann Sebastian Bach, también se caracteriza por apostar a músicas nuevas. Además de las de Golijov, ha estrenado composiciones de los finlandeses Kaija Saariaho y Magnus Lindberg –dos de los autores más importantes de la actualidad–. “Que ella, que podría quedarse tranquila cantando Mozart maravillosamente por el resto de sus días, quiera hacer nuestra música es una bendición. Es una artista absolutamente incomparable.” En el próximo disco, que también editará Deutsche Grammophon, volverá a estar Upshaw cantando Three Songs y Tenebrae, donde la acompaña el Kronos Quartet. El álbum se completará con Oceana, para voz (la cantante brasileña Luciana Souza), cuarteto de guitarras y orquesta, y Last Round, un homenaje a Piazzolla.

Golijov se regodea en la posibilidad de lo híbrido. Y se da permisos que hace treinta años hubieran sido impensables. Ciertos pasajes tonales, el uso de melodías populares despojadas, las referencias étnicas, en los ’60 hubieran bastado para anatemizar a un compositor como reaccionario. “Tengo la suerte de que los tiempos cambiaron”, afirma. “Un músico mucho más grande que yo, Leonard Bernstein, la pasó muy mal por hacer cosas parecidas en su momento. Por la Misa, que estrenó en 1971, lo destruyeron, y tenía una postura estética similar a la de mi Pasión según San Lucas, que mezclaba músicos populares y clásicos, y que no causó ningún escándalo. Creo que la cuestión no pasa por los elementos aparentes de modernidad. Del lado de la música contemporánea aceptada como tal en las décadas anteriores salieron gigantes, como Boulez o Kerlheinz Stockhausen. Pero también salieron un montón de enanitos, de pequeños Stockhausens y pequeños Boulezes con los que no pasa nada y que nadie quiere escuchar. Es lo mismo que sucedió con los pequeños neowagnerianos. Y después viene un Mussorgsky, que es único y perdura como un gigante.” Golijov reivindica los hallazgos antes que las sistematizaciones: el período en que Stravinsky escribió sus ballets para Diaghilev, el primer Schönberg. “Amo esos momentos –explica–, en que el artista está nadando en mar abierto y se está quedando sin aire. Eso me parece más vital.”

Esa valorización de la vitalidad, y hasta de cierta suciedad; de lo no totalmente terminado, de aquello en donde la necesidad de decir algo se impone a los medios que haya para decirlo, se emparienta, por supuesto, con Beethoven pero, también, con mucho del jazz y del rock. “Las influencias son múltiples y un poco al azar. El hecho de haber estado, en los últimos quince años, moviéndome en medios muy distintos, haciendo un arreglo para Café Tacuba, preparando un programa con la Sinfónica de Chicago o transcribiendo ‘Responso’, de Troilo, para el Kronos Quartet, hace que aparezcan muchas cosas y que muchas de ellas me peguen. Es como si tuviera un termómetro, que además cambia semana a semana, y que responde a todos esos estímulos. Me doy cuenta de que hay ciertas cosas para las que la orquesta y la tradición orquestal es lo mejor y otras para las que no, en el sentido de que si la música es el reflejo de toda la experiencia humana en el sonido, todo lo que está afuera de la tradición clásica pura, la música de cine, lo popular, es una parte básica de esa experiencia y no puede ser negada.”

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