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Sábado, 3 de marzo de 2007
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HOMENAJE A EMILIO BALCARCE

Una despedida que honró la historia

A los 89 años, Balcarce deslumbró al frente de la Orquesta Escuela Tango.

Por Cristian Vitale
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Siete generaciones de tangueros pasaron por las aulas del bandoneonista.

Se equivoca poco el maestro de ceremonias cuando, hacia el final, le agradece a Don Emilio Balcarce su máxima de máximas. “Gracias por enseñarnos que el mundo está hecho de detalles.” Bellísima frase. Vehículo pedagógico sustancial, además, del que ese hombre longevo se valió para guiar a siete camadas de jóvenes aspirantes al tango. Detrás, en segunda línea, está Ramiro Gallo –primer violín– con sus ojos navegando en lágrimas. Más cerca, Mariano Signa –primer bandoneón–, sacando fuerzas que no tiene para llegar al final. También está temblando. Y al frente, el maestro que tampoco se equivoca al anunciar una emoción espontánea. “Estoy hecho bosta, qué quieren que les diga.” Son esos pequeños detalles, en fin, que dan vida al mundo. Que esta noche de jueves, con un Teatro Alvear colmado como marco, afloran desordenados. Desbordados. Contundentes. No es para menos: con 89 años de existencia y más de 70 dedicados al tango, Balcarce está dando su último concierto al frente de la Orquesta Escuela Tango y nadie puede –ni quiere– sustraerse a semejante acto.

Está transcurriendo, tal vez, el concierto más conmovedor de los tantos que pueblan el IX Festival Buenos Aires Tango. Al principio, Balcarce –de sobrio ambo negro y corbata rosa– recibe varias placas formales, institucionales, en reconocimiento a su trayectoria. Susana Rinaldi y Leopoldo Federico lo plaquean por AADI; Ignacio Varchausky por Sadaic y Silvia Fajre por el Ministerio de Cultura de la ciudad, mientras Jorge Telerman le manda un sombrero panamá. Después, sobreviene un set impecable: el director guía con solvencia absoluta a su orquesta de jóvenes. Son 15 –violoncello, contrabajo, piano, cinco bandoneones, siete violines– más él. Y nadie descuida una nota. Alguien, por ahí, le grita “genio” cuando empuña el fueye para guiar una bella milonga de su cosecha: “De contrapunto”. Otro grito anónimo descarga un “¡89 nueve años no son nada, maestro!”, al primer acorde de “La cumparsita”. Y la mirada cómplice, profunda, que cruza con sus alumnos mientras orquesta, prueba el plus emocional e instintivo que transforma su última versión de “La Bordona” en la más inolvidable. Moderna y ortodoxa. Riquísima en matices y texturas. Completa en aires porteños. La sordera en evolución del maestro parece tomarse licencia esta noche.

“Má’ que de oído, éste toca de escuela”, otro lance desde el público trata de evitar el final. Mientras, Balcarce recibe un ramo de flores por parte de una alumna y el Alvear en llamas pide otra. Exige, alborotado, una más. No está en los planes, pero la orquesta –ahora con casi 50 alumnos– regresa. “Bueno, ya que lo piden, vamos a hacer otra vez ‘La Bordona’ a ver si sale mejor”, dice Balcarce. Seguramente, por su mente transcurren mil imágenes. Aquel hiato en su carrera que provocó Pichuco Troilo cuando grabó la pieza que suena en 1956. El debut con orquesta propia en 1940. El primer sostén sonoro de Alberto Castillo, cuando éste se lanzó como solista. Los bailes de Carnaval. Las brillantes versiones de “Mano blanca” y “El motivo” grabadas en uno de sus primeros registros junto a Alberto Marino. Los arreglos para las orquestas de Alfredo Gobbi, Leopoldo Federico o el mismo Troilo. La explosión de sus composiciones más inspiradas entre los ’50 y los ’60 –“Si sos brujo”, “Pasional”, “Candombe blanco”–, los viajes por China, Rusia, Francia o Alemania como parte de la orquesta de Osvaldo Pugliese. La creación del Sexteto Tango en 1968. O el bajo perfil obligado por el oscurantismo del género en los setenta, acompañando a Edmundo Rivero en el Viejo Almacén.

Nacido en Buenos Aires el 22 de febrero de 1920, declarado ciudadano ilustre de la ciudad en mayo de 2006 y reconocido como pieza clave del desarrollo del género en las últimas seis décadas, Emilio Balcarce ligó una merecida despedida. Y entregó, “como parte de pago”, su último suspiro tanguero. No sólo con parte de su propia inspiración –además de “La Bordona” y “De contrapunto”, tocó “Si sos brujo”–, sino con piezas que forman parte del inconsciente colectivo desde hace tiempo: “Organito de la tarde” (Di Sarli), “Nostálgico” (Julián Plaza), “Villeguita”, de Piazzolla, y “La Yumba” de Pugliese, entre ellas. Una despedida, por pasional, a la altura del largo camino recorrido.

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