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Viernes, 20 de abril de 2007
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EL REGRESO DE JETHRO TULL

El saltarín de la flauta fantástica

Ian Anderson habla de la vigencia de una banda con 40 años de trayectoria rockera.

Por Cristian Vitale
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Jethro Tull actuará hoy a las 22, en el Luna Park.

Too Old to Rock ’N’ Roll; Too Young to Die! Era 1976 y el enunciado que daba título al décimo disco de Jethro Tull sospechaba a un Ian Anderson cansado... demasiado viejo para el rock and roll. Resultaba poco imaginable, entonces, figurarse que el inspirado flautista escocés transformaría a su banda en una de las más prolíficas y duraderas de la historia del rock. Ya habían pasado el esencial Aqualung y sus misteriosos giros folk; Thick as a Brick, tal vez la obra conceptual más imponente de los setenta junto a The Lamb Lies down on Broadway, de Génesis, o Dark Side of the Moon, de Pink Floyd; y Minstrel in the Gallery, suma perfecta de virtuosismo eléctrico. Pero no... el enunciado (“Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir”, es la traducción completa) resultó catártico. Liberó de escorias el terreno para que Ian, junto a su otro yo, Martin Lancelot Barre, dispararan la banda hacia la eternidad. Y aquí están: a punto de tocar por tercera vez en Argentina (hoy a las 22 en el Luna Park) y con una frescura que no comulga con los 59 años de Anderson. Desde algún lugar de Inglaterra, el saltarín de la flauta fantástica acusa el impacto del tiempo con un chiste. “No visites Argentina, que muchos te miden el tiempo”, dice a Página/12.

–Hubiese venido antes, por ejemplo, para presentar War Child o A Passion Play...

–(Risas.) Bueno, América latina no era posible de visitar durante los setenta. La política y la economía lo hacían imposible. Mi manager me decía “tienes que esperar que alguien te invite para ir”, pero eso nunca pasó. El primer llamado honesto lo recibimos en 1993 (más risas).

Aquel show en Obras, fuertemente emotivo, fue el comienzo de un idilio –típico de los ’90– entre bandas legendarias y el público argentino. Los rockeros vieron, tarde pero seguro, a Yes, Bob Dylan, Roger Waters, Deep Purple, Emerson, Lake and Palmer, los Stones, el combo blusero de los King y Eric Clapton. Y en muchos casos con revancha: la segunda visita de los Tull fue en 2005, en el Gran Rex, y en esta ocasión, la banda, que no edita discos desde 2003 –el último fue The Jethro Tull Christmas Album–, llega con Doane Perry en batería, David Goodier en bajo y John O’Hara en teclados, acompañando al dúo inoxidable. Perry es, del trío de novatos, el más antiguo: llegó en 1984, cuando la banda había hecho el giro poco feliz hacia la electrónica con Under Wraps. ¿Cuál es el secreto para que Barre haya sido el único miembro que no desertó de los 26 que pasaron? Contesta Anderson: “Tenemos mucho en común en el campo musical y nos hermana el interés de indagar en otras músicas y estilos. Desde que llegó en 1968, compartimos esa aventura. Además, tenemos las mejores relaciones en términos de amistad y familia. Ahora que lo pienso, es absolutamente importante mantener identidades separadas, intereses separados, habilidades separadas y, si es posible, esposas separadas (risas)”.

Al hablar de las deserciones –Mick Abrahams, Jeffrey Hammmod, John Evan y el mismísimo Tony Iommi entre ellas–, el escocés nacido en Blackpool traza una alegoría con el fútbol. Revela con una pregunta. “¿Cuántos arqueros ha tenido tu equipo de fútbol favorito en los últimos 40 años?: lo importante es que aún estoy encendido y sigo teniendo metas... Barre permaneció porque es un gran arquero.” Y como único sostén, además, del amplísimo y heterodoxo péndulo estético de la banda. Que fue blues en los principios (This Was, 1968); que incorporó jazz, Bach y rock fuerte con Benefit (1970); que tuvo picos excluyentes de inspiración progresiva en el primer lustro de los setenta (Aqualung, Thick as a Brick, A Passion Play, Minstrel in the Gallery), que se mostró sabia en música barroca y medieval (Songs from the Wood) y que probó hasta equivocarse aplicando ese background al pop electrónico durante una parte de los ’80. “Somos una banda de folk, rock, jazz y música clásica con algunos toques de tango.” ¿Tango? “Sí, tango”, sorprende –¿oportunista?– Anderson.

–Siempre resultó llamativo el nombre del grupo. Jethro Tull fue un ingeniero agrónomo clave para la revolución agraria inglesa que dio paso a la industrial. Si se analiza la otra historia, su participación mató de hambre a miles de personas al expulsarlas de los campos como efecto de los cercamientos. ¿Quién se lo puso y por qué?

–Eso fue cosa de mi primer manager, que era graduado universitario de historia. Yo no sabía quién era ese Jethro Tull... me enteré después. La verdad es que una de las cosas que cambiaría de mi carrera sería el nombre... le pondría Geoffrey Tull, Fernando Tull, George Tull... yo qué sé. Para mí, igual, la música y la política no se mezclan. Mi corazón está a la izquierda del centro, pero mi vida material está en el centro.

–Sin embargo, Aqualung es uno de los discos más ideológicos y críticos de la década del setenta. ¿Sigue sosteniendo esa visión sarcástica frente a la religión y a la hipocresía de la sociedad? Hay una frase en el tema “My God”, muy explícita en este sentido: “En el comienzo, el hombre creó a Dios, y le dio poder sobre todas las cosas”.

–Seguro... pero yo, personalmente, sigo en gran parte las enseñanzas de vida cristianas. Sólo tengo problemas con los hechos que se le atribuyen a Jesús, con los líderes de la Iglesia que se han corrompido y con los políticos que utilizan a Dios para justificar sus atropellos... Bush, Blair, quien sea, piensan que Dios les está diciendo qué hacer. ¡Al infierno con ellos!

–¿Cómo hace para mantener parte de su oxígeno después de tantos años de flauta aplicada a un rock algunas veces poderoso, como el de “The witches promise”, por ejemplo?

–Intento recordar cómo se respira (risas). Pero mi flauta tiene energía propia, que yo activo cuando pide salir. Un pedazo de ella tiene gusto a sexo. ¿A ver?... permitime reformular esto: ¿cómo era el gusto a sexo?

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