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Viernes, 8 de junio de 2007
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ROBERT FRIPP & THE LEAGUE OF CRAFTY GUITARISTS

Música, alimento del alma

El show que el guitarrista inglés y un ensamble de once instrumentistas ofrecieron en el Ateneo es una de esas experiencias atípicas en un medio cercado por músicas predigeridas. Y un ejemplo de creación colectiva.

Por Eduardo Fabregat
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La Liga en escena, un ensamble dinámico que diluye el clásico concepto de “ego trip” del guitarrista.

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ROBERT FRIPP & THE LEAGUE OF CRAFTY GUITARISTS

Músicos: Robert Fripp (guitarra eléctrica sintetizada), Hernán Núñez, Mariana Scaravilli, Ignacio Furones, Fernando Kabusacki, Claudio Lafalce, Ignacio Gracián, Martin Schwutke, Jorge Sevilla, Carolina Tonnelier, Leonardo Requejo, Luciano Pietrafesa (guitarras electroacústicas).
Sonido: Sylvain Truchet y Biff Uranus Blumfungagnge.
Duración: 90 minutos.
Público: 450 personas.
Teatro: ND Ateneo, miércoles 6. Repitió anoche y continúa hoy, mañana y el domingo.

¿Se puede sintetizar en palabras aquello que resulta indefinible hasta en términos musicales? ¿Sirve de algo, más que cumplir con ciertas formalidades, poner un puntaje a lo experimentado en el debut porteño de la League of Crafty Guitarists? Cuando el ensamble de cuerdas surgido del seminario Guitar Craft creado por Robert Fripp y dirigido por Hernán Núñez desenchufó sus instrumentos y se colocó al borde del escenario para despedirse con “Calliope”, no sólo quedó expuesta en carne viva la delicadeza de una performance inolvidable: también afianzó la sensación de estar recibiendo alimento para el alma, un saludable homenaje a la esencia de la música entre tanto ruido inútil que ataca los sentidos. A Frank Zappa se le suele adjudicar la frase “Escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”, y es en casos como éste cuando el concepto cobra más peso. Es difícil escribir sobre la Liga. Es mejor acomodarse en la butaca, dejar que la campana de cristal baje, anular la influencia externa y dejarse llevar.

Uno de los conceptos que Fripp presenta en el Guitar Craft es que la música está ahí todo el tiempo, aunque no haya nadie para escucharla o tocarla. “La música desea tanto ser escuchada que llama a algunos a darle voz y a algunos a darle oídos”, propone el guitarrista inglés. Y es curioso el modo en que los once guitarristas de la Liga ofician de antena y prestan su voz. En subgrupos nunca estáticos, el ensamble sigue diferentes líneas, cambia roles, ejecuta “circulaciones” en las que se “pasan” las notas de una en una, edifica acordes complejos entre tres o cuatro instrumentos. En la historia del rock, la guitarra es el instrumento más dado al ego trip, pero en un show de la League todo eso desaparece: el supuesto héroe es apenas visible detrás del rack donde el Solar Voyager System convierte a su guitarra en una amplísima paleta de sonidos y matices. Y el semicírculo de instrumentistas, en vez de dedicarse a momentos individuales de virtuosismo, da una lección de creación colectiva.

Es por eso, además, que la Liga es tan versátil como para adaptarse a un repertorio que puede abordar las complejas construcciones propias de grupos satélite del GC como Los Gauchos Alemanes (“Burning siesta”, “Voices of ancient children” o el California Guitar Trio (el delicioso “Yamanashi blues” alguna vez utilizado, vueltas de la vida, como cortina de los clips de Fútbol de Primera); el espíritu pop de The Beatles (con una vibrante versión de “Hey bulldog” y un rescate de “Flying”, de Magical Mystery Tour) o el argentino Astor Piazzolla, cuyo “Tango apasionado” pareció haber sido compuesto especialmente para guitarras. Ocurre que, además de su modo de trabajo, el ensamble cuenta con un “arma secreta”, la New Standard Tuning, una afinación que enriquece los matices tímbricos más allá de lo usualmente esperable en una guitarra: nada más lejano a la cancioncita de fogón que los once crafties lanzados a la aventura de explorar el mundo musical.

¿Y Fripp? Es evidente que el Comandante Crimson disfruta la performance de sus discípulos y aliados tanto como la platea. Claro que sus Soundscapes suponen una exigencia alta: cuando dibuja sus paisajes sonoros en soledad, más de uno se revuelve en el asiento esperando que comience la acción. Con una técnica impecable, el hombre le extrae a su guitarra una amalgama de sonidos y contrapuntos consigo mismo que, si se presta atención, es similar a la que pintaba en aquel “doble trío” que volvió a la vida en Buenos Aires en 1994. En el contexto obviamente diferente de la Liga, Fripp “prepara el terreno” mientras las demás guitarras descansan, o proporciona un trasfondo hipnótico cuando éstas suenan. Y por ahí, un guitarrazo, un ataque inesperado viene a recordar que ese señor tranquilo, tímido, alejado de las luces del ring, es el mismo de la guitarra esquizo de “The great deceiver”, alucinada apertura de Starless and bible black.

Los fans de la mutante banda inglesa, al cabo, también tuvieron su golosina: pocas apuestas parecen tan alocadas como convertir el contracturado “Thrak” a este formato, que al cabo pagó un pleno. Ni hablar de “Vrooom”, que abrió la tanda de bises y unió las puntas del universo Fripp con su arrasadora carga de 72 cuerdas llevando las líneas melódicas al infinito... y trayéndolas de vuelta en un arpegio delicioso. Tras los bises y la ceremonia desenchufada, la Liga –ya sin Fripp– volvió para una inesperada coda, tres canciones en el hall del teatro con una asistente pasando la gorra, una manera de recordar que la música está allí donde haya voces y oídos y no solo en una escena formal. Digno broche para una velada en la que los postulados de honestidad y amor por la música fueron mucho más que promesas de ocasión: larga vida al Guitar Craft.

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