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Domingo, 15 de julio de 2007
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“BERLIN”, REEDITADO Y EN GIRA

Y Lou tuvo revancha

Hace 34 años, la crítica lo destrozó y se animó a aventurar que era el fin de la carrera de Lou Reed. Pero el tiempo le dio la razón y ayer concluyó una gira largamente postergada.

Por Roque Casciero
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“Encaré el disco como se encara la poesía.”

En septiembre de 1973, cuando Lou Reed publicó su disco Berlin, la revista Rolling Stone lo calificó de “desastre” y dijo que era “la última oportunidad en una carrera alguna vez promisoria”. “Chau, Lou”, cerraba el crítico Stephen Davis. En otro comentario podía leerse que era “el peor álbum de un artista grande en 1973”. Treinta y cuatro años más tarde, el ex Velvet Underground paladea ese plato que se come frío: ayer terminó en Italia una gira europea en la que pudo poner en escena la puesta que imaginó con el productor Bob Ezrin, quien lo describía como “una película para los oídos”. En el tour, Reed estuvo apoyado por treinta músicos, incluyendo al guitarrista Dick Wagner, dueño de los agresivos solos del disco, además de trompetistas, cellistas, pianistas y trombonistas. A ellos se le agregaron en cada ciudad un coro de chicos y la cantante Sharon Jones. Con semejante revuelo, Berlin fue reeditado hasta en la Argentina, en versión remasterizada y con un arte cuidadísimo. Es como para que el neoyorquino, quien nunca le hizo asco al sarcasmo, se ría un buen rato de todos los que lo acusaron de deprimente y acabado.

Reed apareció con Berlin en su momento de mayor exposición pública. Velvet Underground, la banda que había creado junto al vanguardista John Cale, nunca había conseguido éxito comercial. Lo cual no era raro, ya que varias canciones hablaban de heroína, anfetaminas y sadomasoquismo. Y después de un primer álbum solista bastante flojo (Lou Reed), la mano de David Bowie en su época glam se había hecho notoria en Transformer, que contenía el hit “Walk on the wild side”. Aunque la letra describe el mundo de travestis y prostitutos de la Factory de Andy Warhol, el groove y los coritos femeninos habían puesto a Reed en un lugar de privilegio: en una encuesta de popularidad en Gran Bretaña, el cantante figuraba por encima de Mick Jagger.

Pero en el frente interno todo se caía a pedazos. El matrimonio con Bettye Kronstadt se había convertido en un caos en el que la violencia física no estaba ajena. “Ella trató de suicidarse en una bañera en un hotel”, contó Reed. “Estaba parada ahí con una hoja de afeitar. Se veía como si fuera a matarme, pero en lugar de eso empezó a cortarse las muñecas y había sangre por todas partes. Sobrevivió, pero tuvimos que poner a un asistente para que la vigilara”. En ese contexto, y acelerado por dosis masivas de anfetaminas, compuso un álbum conceptual en el que Berlín, dividida en tiempos de la Guerra Fría, era una metáfora perfecta para una pareja entre un adicto a las drogas (Jim) y una prostituta (Caroline): Berlin rezumaba sexo ocasional, golpes, traición, celos y suicidio. En “The Kids”, los hijos de Ezrin llorando ponían la piel de gallina; la canción hablaba de cómo se llevaban a los vástagos de Caroline, “porque dicen que no es una buena madre”. En “The Bed”, Jim reflexionaba con frialdad sobre el suicidio de su pareja: “No habría empezado con esto/ si hubiera sabido que iba a terminar así/ pero lo gracioso es que no estoy nada triste/ de que haya parado de este modo”. “Voy a dejar de perder mi tiempo/ Alguien tendría que haberle quebrado los dos brazos”, cantaba Reed/Jim en “Sad Song”, la Canción Triste que cerraba el álbum.

Berlin no era lo que la industria recomienda como disco ideal para continuar un éxito. La RCA quería Transformer II, pero Reed se había empecinado: “Tenía que hacer Berlin. Si no, me habría vuelto loco”, dijo. Con la ayuda de Ezrin, armó una banda de lujo: Wagner y Steve Hunter en guitarras (quienes tocaban con Alice Cooper), los bajistas Jack Bruce (Cream) y Tony Levin (King Crimson), Steve Winwood (Traffic) en teclados, y B.J. Wilson (de Procol Harum) y Aynsley Dunbar (músico de Jeff Beck) en batería. Entre las drogas y lo denso del material, Reed y Ezrin quedaron agotados. Y el productor fue el que debió anunciarle al cantante que el sello se negaba a que el disco fuera doble, tal como había sido planeado. También fue Ezrin quien cortó 14 minutos que nunca vieron la luz.

Las críticas destrozaron a Berlin. Y eso impidió que Reed montara la presentación que había imaginado, en la que la “película para los oídos” también iba a tener imágenes. La Rolling Stone publicó enseguida un artículo en el que Timothy Ferris contraatacaba: “Stephen Davis caracterizó al disco como ‘un distorsionado y degenerado submundo de paranoia, esquizofrenia, degradación, violencia inducida por las drogas y suicidio’. Y lo es. Pero no logro ver cómo eso lo convierte en un mal disco. Berlin es amargo, intransigente y uno de los discos conceptuales más logrados. La belleza no tiene nada que ver con el arte, lo mismo que el buen gusto, los buenos modales o las moralejas. Reed es uno de los pocos artistas serios que trabajan en la música popular de hoy, y uno imagina que a esta altura la gente ya debería dejar de sermonearlo”.

Reed salió de gira, todavía montado sobre el éxito de “Walk on the wild side”, y grabó el disco en vivo con otro personaje establecido en el título: Rock’N’Roll Animal. La presentación de Berlin debió esperar más de tres décadas, pero llegó. “Siempre amé Berlin”, dijo hace poco Reed al diario inglés The Guardian. “Y hay gente a la que respeto que también lo amaba. ¿Qué más se puede hacer? Pero no podía imaginar que alguien pudiera querer montarlo. Había sacado a Berlin de mi mente. Era tan decepcionante lo que había sucedido que no quería volver a pasar por eso. Hasta que un día simplemente dije: ‘Sí, hagámoslo’”. A esta altura, la mayoría de los críticos concuerda en que Berlin es la obra maestra de la carrera post Velvet del músico. Pero él ya lo sabía en 1973: “Se trata de un álbum adulto dirigido a adultos. Y lo encaré como se encara la poesía. En lugar de hacer una división entre las canciones pop y una historia real, los uní. La diversión que me provocó tratar de escribir un cuento o un poema realmente buenos no estaba separado de escribir una canción. Los puse juntos y entonces logré que ambas cosas funcionaran al mismo tiempo”.

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