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Jueves, 13 de octubre de 2005
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“PRAIRIE WIND”, DE NEIL YOUNG

Variaciones sobre el paso del tiempo

Con el regreso a un sonido clásico, el músico canadiense, ya al borde de los 60 años, construyó un álbum que lo resignifica como cantautor.

Por Roque Casciero
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Young dejó en Prairie... reflexiones intimistas después de varios sucesos fuertes en su vida.
“Hay un largo camino detrás de mí/ hay un largo camino por delante.” El estribillo de The painter, la canción que abre Prairie wind (Viento de la pradera), establece muy rápido que el nuevo álbum de Neil Young será, visto en su conjunto, una reflexión sobre el paso del tiempo... y de los tiempos. Y el aura de acústica y simple belleza del tema marca el tono del disco, generalmente intimista, casi otoñal. Entonces uno recuerda que, el año pasado, Young estaba a punto de grabar esa canción cuando se sintió mal, fue al médico y una tomografía reveló que tenía un aneurisma en su cerebro. En el período de una semana que pasó entre el desagradable descubrimiento y la cirugía que lo convirtió en historia, el canadiense dejó listos ocho de los diez tracks que componen Prairie wind, un álbum al que se ha catalogado como la tercera parte de una supuesta trilogía iniciada con Harvest (1972) y Harvest moon (1992). Una semana de sentir la espada de Damocles sobre la cabeza, aunque su médico le dijera que todo iba a salir bien. Una semana pensando en qué sucederá si... Y después de que Young le dio la puntada final a Prairie wind, debió asimilar otro golpe: el fallecimiento de su padre, a quien está dedicado el álbum.
Con esos datos en mente las palabras se resignifican, aunque, de hecho, no son necesarias para disfrutar del disco sin tener que justificar internamente conceptos a medio cocinar, un puñado de canciones sumidas en la medianía o una atmósfera soulera que no termina de despegar, como en la producción más reciente del músico. Esta vez, Young ha dejado de lado también los guitarrazos devastadores de sus secuaces de Crazy Horse y ha rebuscado en sus raíces folk y country. Por eso, el disco lleva en el orillo la marca de Nashville. Y dos nombres recurrentes de esa escena cobran protagonismo en Prairie wind: Ben Keith (dobro, pedal steel y guitarra slide) y Spooner Oldham (piano y teclados). Con el regreso a un sonido clásico, el canadiense ha construido un álbum que lo resignifica como cantautor y que, al borde de los 60, vuelve a colocarlo en el lugar de los viejos rockeros cuya llama no se apaga.
Aunque no se trata de un disco conceptual, el viento de la pradera aparece en varias canciones: No wonder (una reflexión sobre los Estados Unidos post 11 de septiembre), Prairie wind y Far from home (Lejos de casa). En estas últimas también se repiten los arreglos de vientos –extrañamente adecuados, dado el contexto country– y la figura paterna que emana la sabiduría del sentido común. “Cuando era un niño/ moviéndome en las rodillas de mi papá/ papá tomó una vieja guitarra y cantó/ ‘entiérrenme en la pradera solitaria’”, arranca en Far.... Es una canción sobre el pasado del propio músico, con un posible triple sentido en la frase “entiérrenme en la pradera, donde el búfalo solía rugir”: la defensa de la ecología (típica de Young), una vieja película con banda sonora del canadiense (Where the buffalo roams) y hasta la banda Buffalo Springfield, la primera de la que el cantante formó parte precisamente cuando se fue lejos de casa, cambiando Toronto por Los Angeles.
Además de Far..., también He was the King (El fue el rey) corta el clima de bucólica meditación: con un buen humor que exuda de los parlantes, Young se embarca en una celebración de la grandeza de Elvis Presley. Falling from de face of the Earth suena como una carta de despedida (por si acaso, habrá pensado Young): “Siento como si estuviera cayéndome de la faz de la Tierra”, canta. Y Here for you es una bella cancioncita folk para un amor perdido, al que extraña aunque nunca quiso retener.
La mirada retrospectiva sobrevuela el magnífico gospel de When God made me (Cuando Dios me creó), que cierra el álbum con preguntas: “¿Me dio el don de la voz/ para que algunos pudieran acallarme?/ ¿Me dio el don de la vista/ sin saber lo que podría ver?/ ¿Me dio el don de la compasión/ para ayudar a los demás?” Y This old guitar (Esta vieja guitarra), que recicla la melodía de Harvest moon, le rinde tributo a su instrumento. Aunque, si se lo piensa bien, algunos de sus versos bien podrían servir para el epitafio del músico, ése que afortunadamente logró gambetear gracias a la cirugía: “Ha tenido altos y bajos en los caminos campestres/ ha sacado una lágrima y una sonrisa/ Ha visto su parte de sueños y esperanzas/ Nunca pasó de moda”.

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