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Miércoles, 24 de octubre de 2007
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LA ORQUESTA DE LA UNIVERSIDAD de 3 DE FEBRERO

Música contemporánea para instrumentos autóctonos

Alejandro Iglesias Rossi es un compositor talentoso y atípico, que reivindica a Jauretche y Scalabrini Ortiz como sus fuentes. Hoy, la agrupación que dirige presenta su flamante CD.

Por Diego Fischerman
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Alejandro Iglesias Rossi encuentra en las maracas posibilidades contemporáneas.

“...cerca de algo que verdaderamente no conozco”, escribió John Cage en el comienzo de un poema que dedicó a Alejandro Iglesias Rossi, un compositor argentino que después de haber sido el mimado de la escena de la música contemporánea europea decidió volver a su Buenos Aires natal y comenzar un camino totalmente alejado de lo que las vanguardias dictaban hasta el momento. Actualmente dirige una orquesta “de instrumentos autóctonos y nuevas tecnologías” que depende, económicamente, de la Universidad de 3 de Febrero (Untref). En su obra el contenido místico es central. Y lo que suena, entre otros lugares en el CD-DVD de la Orquesta que acaba de ser editado con los registros efectuados en vivo durante el Seminario organizado por la Red de Investigación y Creación Musical de América en la Isla del Sol del Lago Titicaca y el Teatro Municipal de La Paz (Bolivia), tiene una fuerza y, al mismo tiempo, una sutileza y una comunicatividad únicas.

“La primera obra escrita para percusión sola es Rítmicas, del cubano Amadeo Roldán, y allí ya hay un ejemplo de música contemporánea con instrumentos autóctonos”, cuenta Iglesias Rossi, que hoy a las 20.30, al frente de su orquesta, presentará el disco en el auditorio del templo de la Comunidad Amijai (Arribeños 2355). El programa incluye composiciones como Consejo de los Siete Fuegos, para voz solista y flautas precolombinas (2007), escrita por Susana Ferreres sobre un texto del jefe sioux Ciervo Cojo; Ritual (el Aliento y el Trueno), de Federico Martínez; Temazcal, para maracas y cinta electroacústica, de Javier Alvarez; De las fases de la inmovilidad en el vuelo, de Iglesias Rossi; Dado, de Naná Vasconcelos (una obra para ensamble de berimbaos), o Lonquén, de Sergio Ortega.

Este compositor, precisamente, fue uno de sus maestros e Iglesias Rossi reconoce, entre sus fuentes, a la “nueva canción” chilena de la década de 1970. “Estudié con Ortega en Francia y él decía que los compositores se habían dado cuenta de que estaban parados en un lugar que no se correspondía con lo que estaban viviendo y eso los llevó a buscar caminos que tuvieran colores y sabores específicos del lugar. En mi caso, esta búsqueda tiene que ver con la certeza de que existe otra cosa que el pensamiento colonial, según el cual, si se es compositor, se debe crear para cuarteto de cuerdas o para clarinete. Todo eso me parece perfecto, pero no puedo dejar de verlo desde una perspectiva que, creo, es la misma desde la que podrían verlo Scalabrini Ortiz o Jauretche. Si no buscamos para adentro es muy difícil que vaya a salir algo genuino. Si estamos todo el tiempo pendientes de qué es lo último que viene de Europa o Estados Unidos, suponiendo que eso es el único modelo posible para la música, finalmente lo que sale son copias. Y son copias relativamente malas, además. En la maestría que tenemos en la Untref planteamos, por ejemplo, la innecesariedad de estudiar durante cinco años la armonía y el contrapunto, las reglas, de un paradigma que duró apenas doscientos años y en una sola cultura. La música es mucho más amplia que eso.”

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