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Lunes, 26 de noviembre de 2007
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EDUARDO GUAJARDO, TROVADOR

Canciones para la identidad sureña

El músico de Río Turbio profundiza su compromiso en su CD Cantares de la lejura.

Por Cristian Vitale
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“Yo creo en una canción con habitantes”, plantea el santacruceño Guajardo.

La superficie de Río Turbio apenas supera las 14 mil hectáreas. Allí, en el extremo sudoeste de Santa Cruz, se besa en la boca con Chile y las alturas inalcanzables de la cordillera. Todo es hermoso ahí, pero la vida del hombre duele, como si hubiera que pagar un alto precio por vivir rodeado de belleza. Eduardo Guajardo, músico, compositor, poeta, lo vivenció en carne propia: su padre, minero, murió atrapado en el derrumbe de la mina 3, cuándo él tenía apenas nueve meses. “Es una marca indeleble en mi historia”, dice hoy, a cuarenta años de haberlo perdido y con una trayectoria que acumula cinco discos, más una vida trovadoresca y trashumante que lo reintegra siempre ahí, entre mineros, obreros industriales y hombres de a caballo. “Este es mi continente, mi patria de infancia, mi fundamento a la hora de contar y de cantar”, refiere este emergente de la trova patagónica.

Cantares de la lejura, el nombre de su flamante CD no hace más que asentar el contexto. Poblado por doce canciones propias –algunas compartidas– opera como un magnífico tester estético patagónico. Expresa, de cierta manera, la búsqueda de una identidad sureña, nevada por un mosaico de culturas. Guajardo aborda zambas, milongas, vidalas, marineras o simples canciones con pulso propio. Como si estuviera buscando, con un ojo puesto en cada rincón del país, lo que su colega, el gato Ossés, define como “genoma santacruceño”. Tal vez una síntesis: “Uno de las contras de vivir tan lejos es la falta de una política de estado respecto del desarrollo del ‘genoma santacruceño’. De algún modo somos maravillosos anfitriones y pésimos vecinos. Todavía nos cuesta reconocernos en el otro, valorar lo que hacemos desde nosotros mismos”.

–¿Cuáles son los rasgos de la escena musical en Santa Cruz?

–Guardan directa relación con la joven historia de la provincia, donde hacer implica un esfuerzo muy grande si se tienen en cuenta las distancias. Pero igual se debe hacer y en mi caso, no tomo la distancia como un obstáculo. Viajar me permite renovar la frescura de mi propuesta.

Guajardo conforma, junto a Héctor Raúl Ossés y Horacio Giménez Agüero, la tríada representativa de la música popular de la provincia de los Kirchner. Criado entre montañas, árboles trepadores, trineos, chorrillos y sin televisión, atravesó la adolescencia entre bandas que “imitaban” a Pescado Rabioso, Arco Iris y Color Humano, y en 1997 –a los 29 años– debutó con Señales de vida, un disco cuya intencionalidad estaba clara: mostrar, además de una geografía, la vida del obrero de las minas de carbón. “Que va a pasar un obrero”, canción clave de aquel disco, lo transformó en el brazo musical de la lucha de los mineros de Río Turbio. “Mi compromiso con la causa es absoluto. He cantado dentro de una mina a cinco mil metros de profundidad y al pie del cajón de tres mineros muertos en la tragedia de la mina 5... he participado de la Ruta de la dignidad, recorriendo todas las fábricas recuperadas del país”, racconta. En su segundo disco (Una mirada al sur, 2000) afloran nuevas melodías patagónicas mezcladas con cuecas, retumbos y zambas, y una liga con músicos de “otros lares” (Julio Lacarra, Néstor Basurto, Roberto Calvo) y ya para el sucesor (Un grito de ida y vuelta, 2005), recibe la participación de José Carbajal (El Sabalero) y Daniel Maza. “Siempre me interesó el hombre dentro del paisaje... su labor, sus luchas, sus postergaciones y esperanzas. La Patagonia es un tremendo laboratorio cultural y humano.”

–Un crisol austral...

–Claro... los galeses que se integraban a los pueblos originarios, los hacendados ingleses que los cazaban como animales. Y el intercambio desigual, el alcohol, los decretos... en esta enorme cacerola estamos cocinando lo que será nuestra identidad musical.

–¿Qué significa “lejura”?

–Es un término que aprendí de un amigo de Chubut. Cada vez que me cuenta de sus viajes por las rutas de la Patagonia, me dice: “es una lejura”, para definir una distancia enorme. Me pareció fantástico como vocablo: tiene una redondez poética única y certera para definir las huellas de la Patagonia.

–Huellas que, con el hombre incluido, están muy presentes en sus canciones. ¿Cómo predetermina el paisaje una obra musical? ¿Cuánto y de qué manera influyen las condiciones materiales de existencia?

–Tejada Gómez decía que se puede describir el paisaje, o se puede ser el paisaje... yo creo en una canción con habitantes. Las condiciones materiales son las comunes para quien se disponga a desarrollar un acto creativo en cualquier lugar de nuestro país y lo haga con absoluta honestidad intelectual.

–“Mi viejo volvió del trabajo / la mesa servida denuncia mi ausencia (...) recuento de mis aventuras / chapitas y piedras, bolita y gomera.” ¿De quién habla en “Regreso a la dicha primera”?

–De mí. El título de la canción hace referencia a un dicho patagónico sobre el fruto del calafate, que es un arbusto espinudo que crece en casi toda la región. Algo así como el piquillín para los que son de zonas centrales del país. Nosotros decimos que quien come el fruto va a regresar, irremediablemente. Mi viejo es el de la vida. Perdí al biológico y conservo algunas fotos y una muy particular en la que me tiene en brazos con su guitarra, como pasándome la maldición (risas)... pero el que me crió es un tipo maravilloso. Creo que completa de una manera poco traumática de la ausencia paterna tan temprana.

–La situación política de Santa Cruz es paradójica. Hubo grandes problemas como la lucha gremial docente que brindaba una fuerte imagen “opositora” y sin embargo el oficialismo apabulló en las últimas elecciones. ¿Qué opina, desde allí?

–Más allá de esto, que no es un dato menor, a mí me preocupa el tema de los recursos naturales. En toda la Patagonia no hay controles sobre las diversas explotaciones que hacen las multinacionales y la injerencia de los emprendimientos mineros y su correlato de contaminación y expoliación del suelo argentino. En Santa Cruz, como en el resto de la Patagonia, vamos a necesitar estar muy alertas: si dejamos que esto continúe, no nos va a unir el amor sino el espanto.

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