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Jueves, 3 de noviembre de 2005
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ENTREVISTA A MICHEL PEYRONEL

“Pappo no tenía medida del tiempo”

El músico, ex empresario (“soy un pésimo administrador”) y conductor radial recuerda los días en que Riff animaba el heavy argentino. Hoy se presenta un DVD con la historia del grupo.

Por Cristian Vitale
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“Nosotros nunca dijimos ‘rompan todo’, ‘hagan quilombo’ ni nada.”
Resulta divertido escuchar a Michel Peyronel, ex baterista de Riff y actual hombre de radio, cuando le da por exponer hechos de su adolescencia. Sobre todo porque lo hace con total naturalidad. Por ejemplo, el momento en que su padre –un ex oficial de Marina– lo metió a estudiar en el Liceo Militar y él no hizo más que boicotear por todos los medios su condición de cadete. “Al primer año me sacaron la guitarra eléctrica que me había regalado mi abuela, porque me habían hecho tres fojas grossas por mala conducta. Me la pasaba a salto de rana, dando 200 vueltas por la plaza de armas, o en cana. Tenía buenas notas, pero era un descontrol, un pibe jodido.” Algo parecido ocurre cuando evoca retazos de su infancia. “Iba a un colegio pupilo, doble turno y de nivel. Llegaba a casa, hacía los deberes, practicaba piano... era tremendo. Una vez le pregunté a mi vieja, muy en serio, ‘má, ¿y yo cuándo juego?’”
–¿Tan brava fue su infancia?
–(Risas.) No para tanto. A mis viejos también les debo haberme metido en la música. Les gustaban el tango, el jazz y la música clásica. Cuando tenía 5 años había un tipo al lado de casa que tocaba el piano. Un día estábamos en el jardín, y mi viejo me dice “¿viste este tipo que practica piano todo el tiempo?”. Pensé que lo decía onda “cómo rompe las pelotas”, pero no... me consiguió una cita para que fuera a aprender con él.
–Y cuando empezó a jugar, entonces, ¿fue con el rock?
–Lo descubrí de más grande, pero pongamos que sí. Fue con los Stones, Los Beatles y el soul: Rufus Thomas, Wilson Pickett, Otis Rush. Cuando entré al Liceo, a los 12 años, recién había llegado de un viaje por Estados Unidos, donde habían mandado a mi viejo a hacer un curso de no sé qué mierda. Tengo un registro en Súper 8 de esos viajes surcando la ruta 66. En el auto escuchábamos Elvis, Jan and Dean, Beach Boys y Tony Bennett... ¿quién escuchaba de pendejo a Bennett?
Peyronel pone voz de whisky y confiesa que aquellas reminiscencias musicales se vinculan con su devenir. No sólo como músico, sino también como conductor y director de radio. Después de desarmar Tarzen, a fines de los ’80, el rubio se entregó al mundo del éter y aquel background –dice– de algo le sirvió. Primero, como cabeza de la exitosa FM Tango, después como director de Nostalgie, más tarde de KSK, donde terminó “peleado con todos” y ahora como conductor de El lounge on blue, “programa glam” que va los sábados de 21 a 24 por FM Blue. “El programa es menos light de lo que parece, tiene espíritu de jazz, pero hay música electrónica, bossa nova y crooners como los que yo escuchaba de chico, pero modernos.”
–Un lounge ecléctico.
–Es que la segmentación por estilos musicales no va más, hay que pensar en todo tipo de gente. A mí me cierran muchas facetas del jazz, pero no sé si escucharía Miles Davis todo el día. Como decía Woody Allen, la música es lo más divertido que se puede hacer con la ropa puesta.
–¿Por qué se metió en la radio? ¿Fue por el naufragio de Tarzen?
–Tal vez, pero también porque engloba cosas que me gustan: la música, la palabra, diseño, comunicación.
–Usted comenzó registrando la marca FM Tango, después dirigió Nostalgie, KSK, en fin: ¿se cansó de ser empresario?
–Exacto. No me interesa más la faceta empresarial, distrae mi inventiva. Además, soy un pésimo administrador.
Promediando la charla, Peyronel retoma su paso por el Liceo para destacar que allí conoció a Pappo. En 1968, el entonces joven, talentoso y mal trazado guitarrista fue a tocar a una fiesta que había organizado el colegio como parte de Conexión Número 5, el grupo de Carlos Bisso, y colisionó en buenos términos con el hermano de Michel, Danny, que después tocaría en Riff. “Se hicieron amigos y ahí arrancamos... lo primero grosso que vivimos fue en París.”
–¿Podría congelar el momento?
–Fue inolvidable. En 1974, mi hermano, que era soltero, tenía un bulo a todo trapo. Un día llamó Pappo, que también andaba por Francia, y me dijo “eh, boludo, por qué no armamos una banda”. El tipo quería tocar y no le importaba nada más. Cuando le pregunté dónde vivía, me señaló un Volkswagen estacionado en la vereda (risas). Mi hermano le dijo que tenía un placard y el loco agarró viaje: “me quedo en el placard”.
–¿¡En el placard!?
–Sí, por unos días, porque después mi hermano se fue de gira con su banda y me dejó a mí para cuidar que Pappo no hiciera mierda el departamento. Fue peor el remedio que la enfermedad.. ¡los quilombos que hicimos con Pappo en ese depto!
–Al tiempo llegó Riff.
–Yo venía de tocar en bandas punk francesas, que iban contra los viejos dinosaurios. Cuando vuelvo a Buenos Aires y me dicen que la escena de rock eran Porchetto y Seru Giran, me pongo loco y Pappo, claro, coincide. Yo despotricaba contra eso, e incorporé el look negro, que era romper con lo establecido. Riff era un grito de rebelión, porque si el rock no es un grito de rebelión, no es. Todavía conservo los titulares de aquella época: “Riff, un fenómeno social”.
–¿Con o sin violencia?
–Nosotros nunca dijimos “rompan todo”, “hagan quilombo” ni nada. Lo máximo que le escuché decir a Pappo fue “Acá está lo peor de Buenos Aires”. Pero jamás impulsó al quilombo, más bien al revés, porque al principio nos pasábamos bancando butacas. La cuenta siempre daba más que el cachet. Fuimos los primeros en hacer Obras sin butacas...
Tras el primer distanciamiento de Riff, Michel grabó un disco solista (A toda mákina, 1984) y luego emigró a España para formar Tarzen con su hermano Danny, el bajista inglés Ralph Hood y un español, Salvador Domínguez, en guitarra. Editaron el primer disco en 1985 en los estudios de Jimmy Page (contratados por Atlantic) y encararon una gira internacional inconclusa como teloneros de Twisted Sister. Después, sin Hood, retornaron a la Argentina, pero la suerte les fue esquiva. “El segundo disco –Es una selva ahí afuera, 1989– estuvo desfasado, la banda había perdido el espíritu. Ahí decidí meterme en la radio.”
–Poco después, Riff editó Zona de nadie, que se acaba de relanzar junto al DVD con la historia. ¿Por qué no lo presentaron en vivo?
–Porque lo sacamos a las patadas. Nos peleamos mucho durante el disco, un bardo... vino Mundy (Epifanio), lo rescató y lo editó.
–¿Las idas y vueltas posteriores fueron caprichos de Pappo?
–Para nada, teníamos que coincidir tres personalidades fuertes –Boff era más tranqui– y no era fácil. Discutíamos cuando Pappo quería hacer esos solos de 45 minutos... para mí era un embole, ¡si hacía cosas increíbles a nivel musical! Pappo no tenía medida del tiempo en la música ni en la vida: o no te veía nunca o quería instalarse a vivir con vos.
–Y ahora, el vacío.
–Increíble. Lo extraño mucho como amigo, hasta sus últimos días venía a casa. Tiraba la Chevy en la vereda, le gritaba a mi mujer, “cuchi-cuchi, ábreme la puerta” y se quedaba a tomar la leche con nosotros.

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