Desde JesĂşs MarĂa, CĂłrdoba
En 1928, Ludwig Mies Van Der Rohe, el arquitecto alemán que diseñó el PabellĂłn de Barcelona, pronunciĂł una de las frases más lĂşcidas de alguien parido por ese arte: “Dios está en todos los detalles”. PodrĂa tomarse otro de sus aforismos clave (“Menos es más”), y algĂşn hilo conductor, por asociaciĂłn libre, enlazarĂa con la epopeya rockera del sábado, en CĂłrdoba. Pero aquella es suficiente y, sobre todo, más explicativa: el Indio Solari, en uno de esos temas que no reconocen el anclaje popular de muchos otros (“Flight nine five six”) se la apropia y le modifica el sentido, casi de raĂz: “Dios no está en los detalles, hoy”, canta, perdido en un laberinto sonoro. Concluyente y descriptiva. No puede estar Dios, al menos ese que no es YahvĂ©, en el cosmomundo de esos desangelados que un estado de cosas arrojĂł al mundo de hoy, casi como desplazados de todo. El, que está ahĂ arriba interpretando a la masa con su pluma cerebral y sus gafas negras, se eleva como si fuera un demiurgo terreno. Como intentando, tal vez, ocupar ese hueco inconsolable de la inexistencia... muy lejos de Rohe. Casi a contramano. Nada de esto, felizmente, parece cruzarse ni de lejos por las 50 mil personas que vibran ahĂ abajo, en el cĂ©sped del anfiteatro de JesĂşs MarĂa. En la tierra.
Es la presentaciĂłn oficial del segundo disco solista de Solari: Porco Rex. Hay una secuencia recurrente: Ricoteros de todos los puntos cardinales del paĂs –lo tĂpico– sitian un pueblo de las afueras y lo llenan de banderas inmensas, bombos, color, alegrĂa: fiesta popular. Hay alguien que los va a hacer felices esta noche. Algo que jamás olvidarán, ya lo saben de antemano y más allá de cĂłmo resulte al fin. Diez menos cuarto –45 minutos despuĂ©s de la hora anunciada– las luces se apagan y se encienden las almas. Un fuego apocalĂptico que el demiurgo y sus Fundamentalistas del Aire Acondicionado –asĂ se sigue llamando la banda– irán intensificando con dosis de mĂşsica y adrenalina. De otro estreno, “PedĂa siempre temas en la radio”, pasará a uno apenas más viejito –“Sopa de lágrimas”– e irá ratoneando, lentamente, con lo que todos esperan. La primera truena: es “La hija del fletero” y se encienden bengalas de todos los colores. Bengalas y morteros. El Indio no dice nada: Cromañón parece lejos. Nadie persigue a nadie. No hay boxeo, recuerdo, respeto ni compasiĂłn. ÂżRetroceso o licencia de coyuntura? ÂżDiscutible o directamente reprobable...? A nadie le importa. JesĂşs MarĂa parece parte de otro planeta. Atemporal, en el paĂs del todo pasa.
Importa, sà –lo Ăşnico– que el Indio siga desparramando sonidos de los nuevos, pero más de los viejos. Y entonces seduce con “Martinis y tafiroles” (en una brillante versiĂłn) pero directamente penetra con “El infierno está encantador”, y va más al fondo con la revisita de “Tarea fina”, cuya armĂłnica –inexistente– se reemplaza primero con el coro del gentĂo y luego, en la segunda vuelta, con un solo impecable de Baltasar Comotto, uno de los guitarristas. Y un break molesto: Solari sĂ se enoja porque alguien, de pifiarle al blanco, le acierta un zapatillazo. “Me están rompiendo mucho los huevos, loco. Si no dejan de tirar cosas me voy... esto es una fiesta, para bailar y cantar”, baja lĂnea. Nunca se va, claro, y regala, como jugando al papá arrepentido, nada menos que “El pibe de los astilleros” en un tempo más lento que el original. O que el que hace Skay, en su propia ruta. Y “Nueva Roma”. Y algĂşn tesoro de los inocentes. Y el final.
“Ji ji ji” repite otra secuencia irrepetible. Ni mil potros de los más chĂşcaros que ocupan este mismo lugar durante enero logran un torbellino similar. Desde lo alto se ven cĂrculos enormes, gente que llega al cenit del movimiento, energĂa en estado puro que eyecta de cada parte y conforma un todo difĂcil de olvidar. El demiurgo, una vez más, se deshace de Dios por un rato y transforma una de sus esporádicas presentaciones en una fiesta pagana. Exactamente desangelada. Pregunta del millĂłn: Âżes el Indio o es Skay el que se quedĂł con la esencia de los Redondos? La discusiĂłn podrĂa ser eterna. Tal vez sea el guitarrista quien transmita mejor el espĂritu clásico, el de los primeros discos y su consecuente sonido irritante. Pero es el frontman quien les dedica mucho más tiempo y lugar a los viejos temas y quien, a su vez, los transforma. Es su bĂşsqueda y su evoluciĂłn. Es quien se sube sobre los hombros de Patricio Rey para mirar más allá.
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