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Viernes, 30 de mayo de 2008
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MEMPO GIARDINELLI Y LOS RELATOS DE SU LIBRO SOÑARIO

“El sueño es perplejidad”

Para Giardinelli, aquello que produce la mente al dormir “te permite visitar lugares que sólo conocés por la literatura”. Así, el escritor orgullosamente siestero despliega un amplísimo abanico de lugares, personajes y vivencias.

Por Silvina Friera
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“Hay muchas cosas que no son conscientes, y eso es muy bueno. Cuando los escritores saben todo lo que escriben, pongo caras.”

Mempo Giardinelli tiene el don de una intensa vida onírica, favorecida, según conjetura, por la fertilidad tropical de las siestas en el Chaco. Sueña mucho y aclara, por las dudas, que se echa sus buenas siestas todos los días. Por el tono orgulloso y un tanto amenazante con el que se define siestero, mejor no pensar lo que podría suceder si alguien se atreviera a interrumpir ese culto sagrado que practica cotidianamente. Hace treinta años que el escritor chaqueño “agarra de las patas” esos sueños y en el “pinche” momento en que se despierta –mexicanismo que le quedó de sus nueve años de exilio en el DF– los anota en papelitos. En las viñas de este prolífico soñador hay de todo: sueños con el padre y la madre, con la primera novia, Vilma, que asombrosamente se parece a la escritora Carson McCullers; con cucarachas (¿por qué extraña cualidad estos insectos están más emparentados con la pesadilla?), con la muerte, con músicos de jazz entre los que se confunde tocando el banjo; sueños asociados con personajes literarios o con escritores, como la Glenda de Cortázar, o con Juan José Manauta, Osvaldo Soriano, Juan Carlos Onetti, Abelardo Castillo, con quien juega una partida de ajedrez que nunca jugó despierto; sueños que transcurren en hospitales, en diversas ciudades como Nueva York, México, Moscú, París, Dublín, Montevideo, Caracas, La Habana, Quito; sueños eróticos y hasta un sueño-homenaje al maestro Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio huyó despavorido”. En el prólogo de Soñario (Edhasa), Giardinelli cuenta que estos sueños se acumularon en su taller de costuras literarias y que, como “voz autorizada” en esta práctica, puede establecer que “los sueños son la principal fuente de la literatura”.

En una de las oficinas de la editorial, Giardinelli firma ejemplares de su último libro y recibe a PáginaI12. El mediodía comienza a despedirse y la tarde lo encuentra al escritor desmenuzando sueños y tomando café. Esta vez el preludio de su impostergable siesta será en el taxi que lo llevará a Aeroparque y la siesta, con todas las letras, tendrá lugar en el avión en el que regresará al Chaco. “Nunca pensé escribir un libro sobre mis sueños, pero por alguna extraña razón hace treinta años que guardo papelitos con anotaciones. Algunos colegas son más ordenados y tienen libretas; siempre recuerdo a Isidoro Blaisten que tenía esas preciosas libretas de almacenero... ¿Por qué guardé esos papelitos durante tantos años en unas carpetas amarillas? Hasta viajaron conmigo a México y volvieron de México”, recuerda el escritor.

“Muchas veces cuando escribía otros textos, alguna novela, recurría a esos papelitos. Algunos eran apenas ideas, otros estaban más narrados, tenían más cuerpo. Hace cuatro años que estoy trancado con una novela. Aunque desde entonces he publicado un libro de cuentos y mi ensayo Volver a leer, en realidad son todos atajos para no entrar a lo que me está esperando, estoy esquivando el bulto de esa novela. Cuando uno escribe, lo más fácil es encontrar excusas para no escribir”, explica Giardinelli. “Trabajo un cuento con el mismo rigor que una novela, pero quizá la novela por su volumen, por su extensión, se me plantea como un problema simplemente más grande. Como decía Marco Denevi, finalmente lo único que tiene la novela es más páginas. En este contexto, en los últimos dos años, empecé a encontrar los huecos para revisar esos papelitos. No sabía bien qué iba a hacer, pensé que muchos serían cuentos breves, pero empecé a perfilar la idea de un Soñario, como un neologismo, como un diccionario de sueños. Me di cuenta de que estos relatos son pequeños artefactos independientes que se pueden leer salteados, y que tienen esa libertad ontológica de los sueños.”

Lo que no había

–¿Cómo fue reencontrarse con esos sueños y reescribirlos, hacer literatura con esas anotaciones?

–Cuando volví a esos sueños, se resignificaron y pasaron a tener un estatuto diferente, que es el estatuto literario. En cierto modo fue un salto al vacío porque cuando escribía estos textos no sabía cuál era la forma correcta. Me doy cuenta de que muchos tienen una forma poemática o de la narración breve, la microficción convencional; otros pueden parecer como parte de otro todo. La verdad es que no lo tengo tan claro. En la literatura puedo ser un poco más consciente porque estoy buscando cómo resolver el problema desde el punto de vista de la técnica literaria. En el campo del sueño, hay una perplejidad permanente.

–Pero más allá de esa perplejidad, ¿la idea fue darles un status diferente a los sueños?

–Ojalá pudiera decir que mi libro les da un status diferente a los sueños. Sólo sé que me preocupé por trabajarlos con la bandera de la literatura. Traté de hacer literatura a partir de la evocación de sueños que no fueron evocados tal cual están escritos. Lo que está escrito es literatura; los sueños, en todo caso, fueron disparadores. Casi todos los sueños que se me dan y que tienen alguna necesidad de supervivencia están vinculados con lecturas, encuentros, amistades, a relaciones que me regaló la literatura. Lo que fue un impulso o un estímulo, por eso este libro me agrada y me convence dentro de mi propio contexto, es que estaba escribiendo un libro que no estaba, y eso a todos los escritores nos agrada mucho, no porque uno tenga que ser original por la originalidad misma. El estar trabajando un género que no había en nuestra literatura fue un desafío. Bueno, ahora veremos lo que dicen los lectores.

–¿Por qué hay tantos sueños que transcurren en México o que aluden a la literatura mexicana?

–Viví nueve años en México, que fueron de una etapa formativa; estuve entre mis 30 años y los 40. Yo era un joven escritor y mi inclusión en la literatura mexicana, varios de cuyos maestros me aceptaron con mucha generosidad, marcó una línea no sólo afectiva o de tipo moral sino estética. Para mí, la estética de la literatura breve mexicana es extraordinaria. Tuve la fortuna de trabajar con Edmundo Valadés, con Juan Rulfo, con Tito Monterroso, maestros de la forma breve. Haberme formado en esa línea fue un regalo del cielo. No hay novela mía que no tenga un personaje mexicano, lenguaje mexicano, nostalgia de México, y obviamente la presencia de ese linaje literario ha sido muy fuerte. Me alegra que se note, quise que se notara.

–¿Cómo explicaría el hecho de sentir nostalgia por lugares donde nunca estuvo?

–Supongo que son cualidades de los sueños, porque los sueños te permiten visitar lugares que sólo conocés por la literatura. Yo en mi vida vi un cosaco, pero sé como son los cosacos gracias a la literatura rusa. Nunca estuve en Japón, pero sé cómo son los japoneses gracias a Kawataba y Akutagawa. En los sueños podés revisitar esos lugares, incluso con alguna trama argumental, que uno no conoce, pero los conoce; es un conocer sin haber estado porque has estado de otra manera. Si la literatura permite este tipo de visita ensoñada, entonces la literatura de sueños necesariamente también.

La presencia de la muerte

Suena el celular. Mempo pide disculpas y lo atiende porque puede ser el taxi que lo llevará a Aeroparque. De pronto al oírlo hablar, resulta imposible no recordar uno de los relatos de Soñario, “Papá en el teléfono”. En el sueño, la mamá le pasa el teléfono y el narrador oye la voz de su papá, que se despide de él. “Han pasado varios años desde su muerte y soy ya un adolescente. Aun en la lógica interna del sueño, sé perfectamente que no puede ser la voz de él, pero es su voz la que oigo, y me habla”, revela el narrador. Aunque está soñando, siente que lo extraña, que necesita verlo. Cuando despierta, recuerda cómo su papá lo sentaba en el lugar del copiloto y juntos se lanzaban a recorrer los imposibles caminos del Chaco, “él conduciendo, orgulloso, su enorme Ford negro de ocho cilindros y yo, pequeño y fiel devoto de sólo nueve años, mirándolo como cualquiera de nosotros miraría a Dios, si Dios anduviera al volante de un Ford”.

–¿Por qué aparece tanto la muerte o muertos como su padre o su madre que pareciera que tienen algo que decir?

–(Silencio, piensa.) Debe ser terrible haberse muerto sin decir muchas cosas... La presencia de mi papá fue muy fundante de mi literatura. También la de mi vieja. El murió cuando yo tenía 11 años y mi mamá murió cuatro años después. A los 15 me quedé huérfano. Mis padres son dos figuras muy fuertes, muy evocadas y convocadas en los sueños. La muerte aparece en mi vida personal, empezando por las muertes de mis padres, por las muertes en mi generación, por la tragedia argentina. Soy un tipo muy vital y optimista, pero la muerte es como una sombra que me persigue. Tengo muchos años de diván, el psicoanálisis me ayudó a sacar muchas cosas...

–¿Qué diferencia habría entre los sueños de la siesta con los que sueña de noche?

–No lo sé, sospecho que algunos textos que tienen mayor desarrollo posiblemente fueron de alguna noche más pesadillesca, pero nunca anoté el momento del sueño en los papelitos. Me da la impresión de que para la literatura el sueño siempre es de noche. Culturalmente tenemos la idea de que cuando soñamos es de noche, aunque haya luz de día y de repente tengas la ventana abierta; hay un mundo onírico que genera una tiniebla y uno asocia la tiniebla con la noche, con la oscuridad, con lo que está sumergido, con lo subterráneo. Hay muchas cosas que no son conscientes, y eso es muy bueno. Cuando los escritores saben todo lo que escriben, pongo caras. Creo que la literatura debe ser un camino inseguro, de ir viendo qué pasa, y en ese sentido el sueño es fantástico.

–¿Por qué está más presente el jazz que el tango? ¿Hubiera querido ser músico de jazz?

–Me hubiera encantado, pero no me dio el cuero (risas). El jazz, como un ritmo más sincopado, se adecuaba mejor a este libro; quizás inconscientemente busqué esa adecuación. Me encantaría poder decir, y que no suene mal, que éste es un libro que tiene ritmo de jazz. Adoro el tango, he bailado y cantado mucho tango, pero por alguna razón Buenos Aires apareció poco en mis sueños. Es una ciudad que quiero, pero no es mi ciudad. Se me podrá decir que tampoco Nueva Orleans es mi ciudad, pero estuve tres o cuatro veces y me subyugó. No sé por qué razón hay poco tango y Buenos Aires en este libro... Lo voy a hablar con mi analista (risas).

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