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Lunes, 2 de junio de 2008
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Entrevista al escritor español Carlos Ruiz Zafón

“La mejor narrativa está en la tele”

En su último libro, El juego del ángel, jugó con el género fantástico y con la novela negra. “Es quizá la decisión menos comercial que podía tomar”, señala, al tiempo que castiga sin piedad las capillas literarias de su país.

Por Carles Geli *
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Ruiz Zafón vendió diez millones de ejemplares de La sombra del viento.

Desde Barcelona

El rojo terciopelo del sofá, la estética modernista del local, el cuerpo en semipenumbra tras la gran lámpara circular y su bigote con perilla confieren a Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964) un aire mefistofélico que encaja a la perfección con el dramatis personae de su última novela, El juego del ángel (Planeta). Nadie diría viéndolo picotear con parsimonia unos frutos secos, u oyéndole hablar de sociobiología, que ahí está uno de los autores españoles más vendidos: 10 millones de La sombra del viento y un millón en apenas 43 días. Sin duda, ha habido algún tipo de pacto con el diablo.

–La presión con la que debió escribir esta novela tras el éxito de la anterior debe haber sido insoportable...

–La presión estaba, claro, pero sólo la noté cuando me acercaba al final y además provenía del proceso mismo de escribir. En verdad, he sufrido más en otros libros que en éste por tener la sensación de que no eran exactamente lo que yo buscaba. La presión me la puse yo. El resto son factores que estaban fuera de mí. En cualquier caso, el ruido posterior no tiene nada que ver conmigo sino con la percepción de un personaje público que se ha fabricado de mí y que tiene poco que ver con la realidad.

–¿No le gusta la imagen que se da de usted?

–Bueno, es que se han dicho cosas tan dispares que tampoco hay un retrato fijo: que si soy distante, arrogante, raro... Después, que quizá no soy tan antipático como parecía y entonces se me perdona la vida. ¿Pero de dónde lo sacan? Me genera perplejidad que una persona que no sabes ni que existe te odie a muerte.

–¿El éxito como motor?

–Sin duda. Por eso no creo que sea un problema personal: es el problema de un trabajo que ha tenido un gran impacto, lo que genera respuestas de tipo emocional, muchas interesadas. En realidad, si hubiera otro señor en mis zapatos se dirían las mismas cosas. Esto es muy español: de mi trabajo se habla más bien poco.

–El protagonista de la novela, David Martín, medita sobre el mundo literario: “No has querido ser uno de ellos, te encierras en tu caserón”. ¿Es su voz?

–No hay nada en ese mundo que pueda interesarme, para mí es exactamente como la Asociación de Amigos de la Zarzuela; no tengo un interés particular, ni para mal ni para bien, en hacer capillitas o tomar cafés... eso es mucho de aquí. Se participa en estas cosas por necesidad, no por gusto, los autores se involucran porque así sobreviven: un trabajito por aquí o por allí; todo lo que se dice en esos ámbitos es por intereses disfrazados de principios. He tenido la buena fortuna de poder pasar de lado de todo eso. El supuesto mundillo literario es 1 por ciento literario y 99 por ciento mundillo. Uno entra en él, insisto, porque no tiene más remedio, porque quien tiene remedio, no entra.

–¿Qué hay de David en usted?

–En La sombra del viento me interesaba el punto de vista de la gente que escribe de libros pero que tiene una visión mágica, sentimental de los mismos. En El juego... he buscado el punto de vista de la trastienda, de la cocina de ese mundo; ahora la magia ha desaparecido, la gente se pelea, está la función teatral de toda esta industria, las vanidades, sus inseguridades, la falta de honestidad del sector. David Martín es un homenaje al autor folletinesco del siglo XIX. Pero de mí, no sé... Quizá el descreimiento, ese punto de escepticismo.

–En El juego del ángel pesan mucho más el thriller, la intriga, lo gótico, que en La sombra del viento. En ese sentido, parece menos literaria. ¿Fue una salida inconsciente para asegurarse el éxito y sacarse la presión?

–En el contexto español, haberme decidido tras La sombra... a hacer un libro donde se juega con el género fantástico, lo negro y todo eso es quizá la decisión menos comercial que podía tomar. Sólo me estoy atrayendo problemas: que qué es esto, que qué hacen esos fantasmas ahí... Sé que todo lo que viene de los géneros está mal visto en este país. La literatura comercial en España no es la que llamamos literatura comercial sino la que se presenta a sí misma como no comercial. El prototipo de best-seller español es el que sale diciendo en portada: “Yo no soy un best-seller”, es un producto concebido para ir a una demografía que dice: “Yo no leo best-sellers”; los bestsellers aquí son Saramago y todo eso. No, perdonen: tanto El Quijote, como La Biblia o El código Da Vinci pueden serlo.

–Leyendo su obra, se nota el peso de su experiencia como publicitario y como guionista de cine.

–De guionista, mucho; de publicitario, mucho menos. Lo de la publicidad fue mi primer trabajo, tenía 19 o 20 años y sí, empecé de copy y acabé de director creativo; aprendí mucho y me ganaba muy bien la vida... Muchos escritores, como Don De Lillo, han trabajo en publicidad porque está tocando a la literatura. Ahí aprendes a ver el lenguaje, las palabras como imágenes. Es igual que los novelistas que han sido periodistas. Michael Connelly, un tipo que me interesa mucho, fue periodista de tribunales en Los Angeles y sin esa formación su literatura sería muy distinta, sin duda. Pero lo que sí impacta en mi obra y nunca se dice es mi trabajo dentro del cine, mis referencias y lo que tiene más que ver en mí sobre cómo pienso; el mundo de la gente con la que hablo y me relaciono es más ése que el literario.

–Quizás eso explica la fluidez de su prosa y de sus diálogos y el dibujo de unos personajes que se describen hablando...

–Exacto. Los personajes deben definirse a través de sus acciones y sus palabras, no echando un rollo patatero en un párrafo inmenso. Eso es básico en la construcción dramática. Y aquí estamos tan acostumbrados a que esto no se haga... Lo triste es que la narrativa profesional y con decoro esté ahora en las series de televisión. Y estos mediocres de aquí que supuestamente hacen la narrativa que ha de cambiar el mundo no se enteran...

–¿Alta literatura en televisión?

–El 99 por ciento de la mejor narrativa que se hace hoy, de la literatura de calidad, de la gente profesional sin pretensiones ni pedantería ni pose, de la que de verdad sabe construir personajes e historias, o sea, de los que de verdad saben escribir, está en la televisión o en el cine, pero sobre todo en la primera. Y eso es un giro que se dio hace apenas siete u ocho años, cuando mucha gente frustrada porque en el mundo del cine no podían controlar su producto acabaron en lugares como la cadena HBO. Gente con ambición, oficio y talento ya prácticamente no está trabajando en literatura. Esta se ha convertido en un gueto de mediocridad, de aburrimiento, de pretensión, de pose y de exquisitez que es inversamente proporcional al nivel de su eficacia y dignidad literaria.

–Quién iba a decir que la buena literatura acabaría en la tele...

–Sí, la televisión es hoy el equivalente a las cuadras de Shakespeare. La caracterización viene a partir del diálogo: un personaje hay que poder visualizarlo, sentirlo, sus palabras han de connotar siempre acción, la escena te está proyectando un movimiento, ves como un personaje se mueve por una sala sin descripción alguna, todo viene de lo que dice. En fin...

–¿Y de eso el lector se percata?

–Claro, todo esto los lectores lo perciben rápidamente porque están muy por delante del comentario oficial de la crítica, ese bunker de los años ’70 que se ha quedado clavado y al que la gente le ha pasado por encima. Los lectores de hoy tienen unos referentes, están acostumbrados, hay un mestizaje que en literatura ahora ya se puede hacer. Cualquier lector tiene ahora una cultura cinematográfica, televisiva, del cómic o de la fotografía... hay tantas cosas que sabemos leer y que ya son referentes inconscientes... Estamos codificados para todo esto y de alguna manera la novela ha de incorporarlo ya. Si se sigue tratando al lector como cuando lo era de la novela de hace dos siglos...

–¿Cuándo se rompió esa evolución?

–Hasta los modernistas de los años ’30 del siglo pasado la literatura cogía lo que necesitaba de donde fuera, como Victor Hugo de la prensa, para enriquecer el lenguaje narrativo. Y eso se hace hasta Dos Passos y se acaba aquí porque emerge el cine como nueva narrativa. La gramática del cine viene de la novela del XIX, es un subproducto del drama y de la literatura del XIX. Toma su relevo y desarrolla una gramática más avanzada, ágil e inteligente que la literatura, que se va reduciendo: “No haremos eso porque lo hace el periodismo; esto tampoco porque ya lo hace el cine...Y entonces, explíqueme, ¿qué hace usted, literato? No, es que yo soy muy exquisito...”. Eso ha acabado haciendo una auténtica caricatura de la ficción autodenominada literaria. Mientras, esa sapiencia narrativa se ha quedado sólo en la novela de género, especialmente el policíaco y de ahí su eclosión en las últimas tres décadas.

–¿Qué tipo de cine le influyó como escritor?

–El que vi de niño y que llegaba entonces de EE.UU., esa nueva generación formada por Spielberg, Lucas, Brian de Palma, Scorsese, Coppola. Todo eso me pilló con 10-12 años. Yo a los cuatro años quería ser escritor ya, pero cuando vi Tiburón aluciné. Yo ya me inventaba historias, organizaba obras de teatro en el colegio y escribía historias que vendíamos entre cuatro niños sobre marcianos y vampiros, mezclas y refritos de lo que habíamos visto. Pero cuando vi eso fui más consciente de la construcción, de la visualización, y empecé a preguntarme: “¿Cómo lo cuento?”.

–¿Cuántas veces reescribe una obra?

–Muchas. Hasta que funcione, pero no de principio a fin. Me pregunto: ¿Ese personaje o esa escena hace lo que quiero que haga? ¿No? Pues, a reescribirlo. Pero nunca dejo rastros de papel. Escribo con ordenador desde hace muchos años y eso hace que reescriba constantemente. No lo imprimo, eso sólo lo hago muy al final. Yo trabajaba ya hace 20 años con los primeros procesadores de textos, que en realidad funcionan como el cerebro. Para nuestra generación, el texto es una cosa viva.

–Cada personaje tiene en sus novelas un doble, un contraespejo. Es algo tan literario como inquietante.

–Me interesa mucho narrativamente. Siempre he pensado que cada uno de nosotros acaba siendo una versión de lo que hubiéramos podido ser. Uno es la consecuencia de muchas cosas, somos versiones de algo. En otras circunstancias hubiéramos sido personas similares; y en circunstancias extremas, personas radicalmente distintas. En parte, lo que acabamos siendo depende de nosotros y en otra muy importante, no. Casi un 50-50 por ciento.

–Un porcentaje muy alto, ¿no?

–No somos conscientes, pero creo que es así. Es muy interesante explorar por qué la gente ha acabado siendo como es. Y eso me intriga tanto en la literatura como en la vida real. ¿Por qué es así, por qué cree y actúa así? Narrativamente es fascinante jugar con personajes que tienen dobles y reflejos, donde se pueden mirar y decir: “Yo hubiese podido acabar así”. Por eso es un leitmotiv desde que empecé a escribir... Algo en mi persona hace que me fije. Stephen King habla de la metáfora del filtro en el cerebro: en él se nos atascan una serie de cosas a unos o a otros y por eso escribimos de ellas.

–Lo que somos y lo que pudimos ser o aparentamos, un tema de rabiosa actualidad.

–Vivimos el espejismo continuo, todo es mentira y somos conscientes de que todo lo es, pero no sabemos explicarlo o no sabemos donde están exactamente los agujeros. Aún así, somos concientes de que la vida y las relaciones que tenemos, incluidas las instituciones, los valores, todo es una farsa y un juego en el que aceptamos en función de nuestra situación de fuerza. Pero de eso somos conscientes como nunca, lo que ocurre es que tampoco nunca lo verbalizamos y nunca actuamos como si fuera verdad. Cuando introduces esas cosas, el lector de hoy lo entiende, a nivel emocional ni que sea.

–El libro es un objeto muy poderoso en sus novelas: la gente mata, odia y quiere por ellos. Parece la antítesis de la vida real.

–El libro para mí es una metáfora del mundo de las ideas, del pensamiento, del lenguaje, de la imaginación, de la narrativa alrededor de ese Cementerio de los Libros Olvidados, que es una metáfora de la memoria. Pero hoy hay muchos valores que ya no están en los libros o muchos libros que están glorificados que ya no tienen ninguno de esos valores. Muchos de esos atributos están ya en series de TV, donde no teníamos que encontrarlos porque la tele es para tontos, ¿no? Que una cosa esté impresa en un papel y esté grapado por un lado es sólo un medio. El libro será importante y glorioso en la medida en que se lo merezca, no se puede defender porque sí. “O, es que en España no se lee”, se quejan algunos. No, perdone, cada vez se lee más, el problema es que no le leen a usted, eso se lo ha de ganar. Hay cosas muy interesantes en el mundo y personas que trabajan muy duro para ganar la atención de ese señor. Y la gente dice: “En vez de leerme eso, me miraré un capítulo de Los Soprano. Y es que está muy bien parido. “O es que los niños se ponen con la playstation”, pues mire qué hay detrás de esos juegos. ¿Qué quieren que lean los críos? Pues a currárselo.

–El libro cada vez se vende más en las grandes superficies y tiene una vida más corta en las librerías. ¿Es preocupante eso?

–El modelo económico afecta todo y pensar que el sector cultural va a quedar indemne es ridículo. Pero que conste que ese modelo económico lo hacemos entre todos: si el lector fuera a la librería... Se vota también con la cartera.

–Claro que usted siempre estará en los dos sitios.

–Cuidado, yo no estaba en la gran superficie: he llegado después. Durante el primer año y medio de vida de La sombra... me harté de oír que era uno de los libros menos comerciales que se podían hacer en el panorama editorial español. Ahora el tópico es todo lo contrario. Esta situación, en EE.UU. ya ha sucedido, y allí lo que ha acabado ocurriendo es una depuración del mercado, que ha dejado unos independientes muy fuertes que les dan una caña brutal a los grandes superficies comerciales y que saben de verdad de libros sin tonterías. El que ha desaparecido es el librero independiente pequeño muy esnob. Pasa en todo y pensar que eso no tocará a los libros es de ilusos.

* De El País de Madrid, especial para PáginaI12.

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