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Miércoles, 16 de noviembre de 2005
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RICARDO COLER Y SU INVESTIGACION SOBRE EL MATRIARCADO

Un reino en el que mandan ellas

Por Angel Berlanga
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Coler sigue viajando en busca de matriarcados.
En este lugar los hombres no saben quiénes son sus hijos y a los hijos no les interesa establecer quiénes son sus padres. Aquí los hombres no tienen casa propia, trabajan poco y juegan mucho a las cartas, viven con sus mamás toda la vida, reciben con naturalidad las órdenes de las damas y, por las noches, suelen visitar las habitaciones de sus amantes que, depende de temporadas y grados de enamoramiento, pueden ser muchas, o puede ser una. A unos cuantos tipos –y a unas cuantas señoritas también– este sitio podría parecerles el paraíso, pero no: es más acá. Aunque no tanto: Moshui, provincia de Yunnan, China. Hasta ahí fue un par de veces Ricardo Coler –director de la revista Lamujerdemivida, periodista, médico y fotógrafo–, quien convirtió parte de esa experiencia en El reino de las mujeres - El último matriarcado, un libro que narra el segundo de sus viajes y da cuenta de la historia y del curioso funcionamiento de la sociedad Mosuo, en la que “lo normal” va bastante más allá del extrañamiento que de por sí produce lo chino a un occidental.
“Esto es parte de un estudio bien amplio, que empezó hace varios años”, dice Coler, que explica que su interés abarca también a sociedades poligámicas y poliándricas, y cuenta que anduvo visitando culturas matriarcales por India y por México, y que ahora está gestionando un permiso para irse hasta cerca de Papúa Nueva Guinea. “Hay mucha fantasía con esto de los matriarcados –advierte–. Basándome incluso en textos de gente seria, me ha tocado ir a buscar algunas sociedades, viajar un montón de días, llegar y ver que era todo verso.” Coler anota que son muy pocas las culturas de este tipo que quedan sobre la tierra, que están seriamente amenazadas, que los Mosuo son “la más pura” entre las que existen y que allí “se ve a las claras qué pasa cuando las mujeres mandan”. “En otras hay legislación, la herencia y el apellido van por vía de la mujer y la propiedad es de ella, pero si uno se acerca a preguntarles, el que contesta, interviene, es el hombre –explica–. Las Mosuo no sólo tienen muchas prerrogativas, o una estructura que las sostiene: cuando hablan gritan, levantan la voz. Es lo que nosotros llamaríamos una mujer de cuidado. En cuanto al carácter, es una sociedad de hombres débiles y mujeres fuertes.”
Acompañado por un traductor chino, Coler hizo decenas de entrevistas, indagó sobre el modo de vida de los Mosuo (una comunidad de 25.000 miembros, distribuidos en un puñado de aldeas pequeñas, dedicados especialmente a la agricultura), sacó fotos y filmó. Narrada en primera persona, esta crónica de viajero muestra con un estilo ágil (muy alejado, en consecuencia, del intrincado lenguaje que abunda en los textos que refieren a lo antropológico) y agudo a la vez, con toques de humor, su visión y su experiencia de este pueblo en el que, a eso de las seis de la mañana, se cruzan por la calle los hombres que van desde los cuartos de sus amantes hasta las casas de sus mamás. “Vaya uno a saber por qué, pero los matriarcados me interesan especialmente –dice–. En esta sociedad una mujer nunca queda abandonada y jamás va a quejarse de que la educación prevalece en el hombre.”
–“Vaya uno a saber por qué”, dice. ¿Por qué estos viajes y este libro?
–Yo puedo dar una respuesta que tiene que ver con la curiosidad, con las ganas de investigar, que para mí es fuerte, me mueve, me hace ir al culo del mundo, a lugares con malas condiciones de alimento, frío, higiene. Pero no sé realmente por qué uno está en una cosa y no en otra.
–Pero tendrá alguna idea.
–Cuando hago las investigaciones y estoy frente a alguien que no tiene nada que ver conmigo, soy un tipo feliz. Y no sólo por lo que veo sino por cómo me conmueve internamente. Un ejemplo: hay unas comunidades que dicen que son matriarcales en Meghalaya, India, donde tienen una religión que incluye la historia que sigue. De siete pueblos, cuatro vivían en las copas de los árboles y tres abajo. Y una vez vino un tigre y convenció a los humanos para cortar el tronco. Cuando pasó esto se perdió la comunicación entre las aldeas de arriba y las de abajo y sobrevino una gran tristeza, la separación de las siete hermanas. Y los tipos tienen una serie de preceptos, ritos, destinados a que se encuentren. Puede decirse “bueno, una cultura primitiva”. El problema es cuando me preguntan cómo son las religiones en Occidente. “Bueno, a los judíos les circundan...” “¿¡Que les cortan qué!?”, preguntan (se ríe). “Y otra opción es el cristianismo: la inmaculada concepción de la Virgen...” “¿¡Cómo es que tuvo el hijo!?” (se ríe un poco más). Ahora, que haya sinagogas e iglesias es respetable y “normal” –yo no soy creyente, pero entiendo–. Pero puesto en otra coordenada cultural, lo que para uno es tan seguro, tan cierto, se hace pelota.
–¿A nadie le interesa casarse en ese lugar?
–No, y no es una pequeñez. A nosotros la historia del amor nos lleva mucho tiempo: si encontrás al hombre o la mujer de tu vida, si estás enamorado o no, si tu pareja realmente te gusta, si seguirán juntos o no. Esa idea del amor, hacer “uno” de dos, insume mucho. Ellos lo resuelven de otra manera, tienen otro sistema; yo les preguntaba a las minas “si conocés a un hombre, ¿no te dan ganas de irte a vivir con él, tener hijos y una familia?”. “Sí, tener relaciones y estar con ellos sí, pero una familia no, porque nosotros somos gente seria”, me decían. A nadie que pertenezca a una familia se le ocurre ir a vivir con alguien de otra, y el casamiento es eso. En Occidente nosotros tratamos de juntar en la misma persona la sexualidad, el amor, la amistad, la convivencia, los hijos, la familia, la producción económica y la perdurabilidad. Todo esto pedido a una sola persona. Es una mezcla que termina siendo altamente inestable.
–En el libro subyace un tono del tipo “qué bien funciona esto”. ¿No tienen problemas?
–Sí, subyace ese tono, pero tampoco es para idealizar: es difícil que a una mujer de acá le guste un hombre de aquéllos, calladitos, sumisos. La mujer tiene el poder, pero ellos la pasan bastante bien. Hay sometimiento, pero también tienen un trato maternal hacia los hombres. Yo creo que hay dos o tres temas que vienen de la mano del varón; uno es la violencia, que ahí es mucho menos explícita: no es que sea castigada o reprimida sino que da vergüenza. Ahí no le gustás a nadie si sos violento. Pero sí, hay problemas: algunos tienen dificultades económicas, y también sufren por amor.

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