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Lunes, 4 de agosto de 2008
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A los 89 años, murió el escritor e historiador Alexander Solzhenitsyn

La tristeza trágica de Rusia

Premio Nobel de Literatura en 1970 y autor de Archipiélago Gulag, sufrió persecuciones y exilio en tiempos del estalinismo. Recién fue “rehabilitado” el año pasado, cuando Putin le entregó el Premio Estatal de Rusia.

Por Silvina Friera
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Solzhenitsyn sirvió en el Ejército Rojo, pero fue despojado en su momento de la nacionalidad soviética.

Las arrugas surcaban de este a oeste su frente ancha; la barba tupida color ceniza se escapaba del mapa de esa cara de gestos adustos apuntando sus picos al sur de su cuello. En contraste, los ojos hundidos, chiquitos, acumulaban capas de cansancio, de una tristeza tan trágicamente rusa como sólo él podía atestiguar. Esos ojos que vieron y revelaron al mundo la realidad del sistema soviético de los campos de trabajo forzado se cerraron ayer en su casa de Moscú. El escritor e historiador ruso Alexander Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura en 1970 y autor de Archipiélago Gulag, murió a los 89 años. Hijo de un terrateniente cosaco muerto poco antes de que él naciera –el 11 de diciembre de 1918 en Kislovodsk (Rusia)– y de una maestra, a los 10 años comenzó a llenar de poemas y cuentos las hojas de sus cuadernos escolares de cubiertas estampadas con el retrato y los lemas de Stalin. Su primer relato, La flecha azul, es una historia de “policías y ladrones”, según comentó su biógrafa Liudmila Saráskina, que refleja “una colosal experiencia humana”. A los 16, había planeado sus obras completas y las había editado, manuscritas en cuadernos. “Comprendí que esa persona sólo podía ser escritor porque estaba infectado por la literatura”, señaló Saráskina.

En 1941, Solzhenitsyn, que estudió en la Universidad de Rostov matemática y física, sirvió en el Ejército Rojo y fue detenido en febrero de 1945 en el frente de Prusia Oriental. Condenado a ocho años de trabajos forzados y a destierro perpetuo por opiniones antiestalinistas que había escrito a un amigo, el escritor pasó sus años de cautiverio en varios campos. “Liberado” y rehabilitado en 1956, Solzhenitsyn pudo publicar Un día en la vida de Iván Denísovich (1962) gracias al deshielo provocado por la denuncia de Nikita Kruschov contra las purgas masivas y el culto a la personalidad del estalinismo. Pero la apertura duró poco y el escritor tuvo que poner a salvo de la KGB sus archivos y manuscritos, muchos de ellos difundidos por toda Rusia en samizdat, copias rudimentarias clandestinas. Un día en la vida de Iván Denísovich fue prohibida, y el original de El primer círculo, del que el autor había hecho varias versiones, fue confiscado, así como todos sus papeles.

En 1970 no acudió a la entrega del Premio Nobel de Literatura en Estocolmo por temor a que las autoridades soviéticas no le permitieran regresar y, también, para ultimar su obra más conocida, Archipiélago Gulag, en la que entrevistó a más de 200 sobrevivientes de los campos de trabajo soviéticos y en la que mezcló hechos históricos con testimonios personales. La primera parte fue publicada en diciembre de 1973 en París, después de que una copia del manuscrito se perdiera al caer en manos de la KGB y su portadora, secretaria del autor, se suicidara tras haber sido torturada. “Con el corazón oprimido –explicó en la primera página–, durante años me abstuve de publicar este libro ya terminado. El deber para los que aún vivían podía más que el deber para con los muertos. Pero ahora, cuando pese a todo ha caído en manos de la Seguridad del Estado, no me queda más remedio que publicarlo inmediatamente.” Acusado de traición y despojado de su nacionalidad soviética, en febrero de 1974 se lo expulsó de la URSS. Desde entonces vivió exiliado en Alemania, Suiza y Estados Unidos, antes de volver a Moscú en 1994, tras la caída de la URSS. “Al final de mi vida, me atrevo a esperar que el material histórico que he recogido en mis libros entre en las conciencias y la memoria de mis compatriotas”, dijo Solzhenitsyn el año pasado cuando el entonces presidente Vladimir Putin le entregó el Premio Estatal de Rusia. “La memoria era el único escondrijo donde se podía guardar lo escrito”, escribió en el tercer tomo de Archipiélago Gulag (1978), en donde, entre otros episodios, contó cómo burló a sus guardianes del campo de concentración para poder seguir escribiendo.

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