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Lunes, 8 de septiembre de 2008
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Entrevista a la escritora Hebe Uhart

“Los argentinos, en el exterior, queremos ser otros”

En Turistas, su flamante y brillante libro de cuentos, los personajes viajan y creen que tienen que comportarse como si todo fuera natural, pero no lo consiguen. La autora despliega, con humor sutil, un mapa que expone comportamientos y lenguajes corrientes.

Por Silvina Friera
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“Me gustan las ciudades, grandes o pequeñas, donde haya gente y cafés donde sentarme.”

Una escritora decide huir del calor de Buenos Aires hacia Mendoza, consciente de que está saliendo de una rutina para entrar en otra distinta. Escapar quizá sea la única alternativa para hacerle una zancadilla a ese verano que le sacaba la lengua como diciendo: “¿Qué estás haciendo, estúpida?”. Y para colmo escuchaba la voz de Nietzsche que le decía: “No administrar el tiempo, producir los acontecimientos”. Mejor cambiar agobio porteño por un calor seco cordillerano, que “pincha, pero no hace transpirar, no abate; por eso los mendocinos caminan erguidos como los álamos que vi por el camino y como los granaderos de San Martín”. En el viaje no sucede nada demasiado excepcional ni extraordinario. No hay ningún accidente; la protagonista no se pierde ni se enferma, pero ingresa en la lógica del turista llevado como borrego en las excursiones. Perpleja y un tanto incómoda ante los dibujos con nombres ya acuñados por otros que van apareciendo en la cordillera, piensa: “No quería ver formas que otros bautizaron, quería configurar los seres como a mí me parecía, quería darles nombres yo”. Ella parece necesitar, siguiendo a Nietzsche, “no depender del afuera, producir desde adentro”. Y aunque esta pretensión de “originalidad” también la irrita, no puede dejar de mirar, de escuchar y de configurar. Este berretín que consiste en entrenar la mirada, une a la narradora de este cuento, “La excursión larga”, incluido en Turistas (Adriana Hidalgo) con su autora, Hebe Uhart. Hay un modo de narrar que, como en el uruguayo Felisberto Hernández, se desliza siempre por las fronteras vinculantes de las metáforas, saltando sobre el lenguaje corriente, en detrimento del adjetivo, que siempre clausura el significado.

Una mujer no es “fea”; además cabría preguntarse qué tipo de fea es, qué “información” o imagen suministra al lector ese adjetivo tan vago como amplio. Uhart pinta esa fealdad, la describe, sin mencionarla, tratando de que se pueda ver. “Hubiera sido linda en el siglo XVI, con su cara blanca, sus dos rosetones que se le formaban en los cachetes y su frente amplia.” El hijo de la ama de casa del cuento “Turistas y viajeros” no es loco, “le falta un piolín” o “le falta un jugador”. En el relato “Reunión de consorcio”, Azucena tiene “cara de luna llena”; la paraguaya Bernardina recuerda a un hombre que “se alunaba muy mucho con el viento norte”, un vecino de Ibicuy que gritaba “la calle es mía”, o cuenta que su marido “no era dueño de su lengua”; en “Turismo urbano”, la joven narradora de veintiséis años recuerda cómo conoció a Ignacio, un poeta que “era maestro de introducciones porque no había pasado el primer año de Letras”, y a Felipe, “que tenía ojos como de ave, pero no de ave vigilante y serena: eran ojos llenos de tics, a veces reforzados por un movimiento de mandíbula”. En los nueve cuentos que integran Turistas, el nuevo libro de Uhart, casi todos los personajes viajan literalmente, creen que tienen que comportarse como si la situación fuera natural, tratan de no ser el típico turista con anteojeras, aunque no puedan evitarlo. Unos van a Europa –Nápoles–; otros rumbean por Florida, el Abasto, el Tortoni y la Avenida de Mayo; Bernardina se aventura a probar suerte limpiando casas de familia en Buenos Aires. Pero también hay desplazamientos más sutiles, del conurbano al centro o a la costa atlántica.

Desde el balcón del departamento de Uhart, un noveno piso del barrio de Almagro, se ve la cúpula de la brasileña Iglesia Universal del Reino de Dios, que ocupa el enorme galpón donde funcionó el Mercado de las Flores. “No sé si tendré toda la vida ganas de viajar. Ultimamente me gusta viajar con un objetivo; antes lo hacía de cualquier manera, iba al río o me tiraba en la playa. Ahora viajo cuando me piden alguna nota para el diario El País (Uruguay), como el viaje que hice a Ecuador. Me gustan las ciudades, grandes o pequeñas, donde haya gente y cafés para sentarme”, dice la escritora a PáginaI12. Como si fuera la barra de un pequeño bar donde la anfitriona agasaja a sus invitados, sobre la mesa del living hay gaseosas, agua, café, masitas de coco y alfajores de chocolate. Cuando alguien se sienta a charlar con Hebe, ingresa a otra dimensión. El tiempo queda entre paréntesis y las anécdotas se van por las ramas y vuelven al tronco de los cuentos de su último libro. “Para algunos personajes he investigado mucho, como con Bernardina. Primero leí a (Augusto) Roa Bastos para tomar el idioma paraguayo, después me compré una guía para situarla donde yo quería, en Ibicuy. Y me traje una señora que trabaja en casa y como me gustó lo que me contó, la usé como base. Pero también usé mucho lo que leí en los diarios de Asunción. Porque en el castellano de Paraguay hay una cadencia guaraní. Ellos dicen: ‘Mar-che una pit-za para la o-cho’. Es decir cortan, pero no solamente importa la cadencia sino las expresiones –explica Uhart–. En los diarios se puede leer ‘apresaron a la roba-coches’, no a la ladrona, forman una palabra con dos. Una mujer misteriosa, una mujer que no le tomás el punto, es una mujer-tiniebla, esa expresión es muy linda, es preciosa. Como me gustan mucho los paraguayos, al principio pensé hacer un cuento sobre una fiesta de la colectividad paraguaya, pero después me mi cuenta de que era mejor escribir sobre una inmigrante; era más complicado, pero más lindo. Así que leí mucho para escribir ese cuento.”

–El personaje de Bernardina tiene un aire de familia con otra entrañable protagonista de sus cuentos, Leonor. ¿Por qué le gustan tanto las vidas y las historias de las empleadas domésticas?

–La afinidad tiene que ver con el temple: Leonor o Bernardina son personas optimistas, y a mí me gustan esas personas que se construyen la casa, que van de acá para allá, que no se quejan porque el padre las castigaba. Cuando contaba que el padre de Bernardina tenía diecisiete hijos y que los castigaba, que trenzaba un látigo para fajarlos, mis alumnas del taller decían: “¡Qué cacique inmundo!”, y todas esas cosas que dicen los sectores medios. Pero vos imaginate, ponete en el lugar de él, si no castiga un poco, si no baja línea, con nueve mujeres, en cuatro años tiene cuarenta nietos (risas). Mi vinculación parte del temple, de que son personas optimistas. El inmigrante ve todo con ojos nuevos.

–En el cuento “Turistas y viajeros” establece una diferencia entre el turista y el viajero...

–Pero esa diferencia después se anula. Tengo un libro de viajeros italianos a Nápoles y terminan todos en la Vía Toledo. Los turistas a la larga terminan en la calle principal. Porque la calle principal es como tu casa, a lo mejor está cerca del hotel o algo así. Acá también pasa lo mismo, ¿por qué deambulan por Florida o Avenida de Mayo? Sí, pueden recorrer otros lugares, pero hay vías obligadas y van ahí.

–Pero si el viajero es alguien que se mueve más por su cuenta, ¿usted parece ser mucho más viajera que turista, aunque también se comporte como turista?

–Sí, hay lugares donde no podría ser otra cosa que turista. Si fuera a la India, iría como turista porque como viajera me perdería y no entendería nada. Como viajera me muevo con suerte diversa (risas). Este año estuve en Quito y Cuenca (Ecuador), fui por mi cuenta, pero me conecté con gente de allá y di una charla en Flacso, y me gustó mucho. Es un país muy trabajador, como Bolivia. Siembran en la sierra, donde no entra un arado.

–¿Por qué a los argentinos no nos gusta que nos reconozcan cuando estamos en otros países?

–Es muy raro porque los argentinos en el exterior dicen que si ven a otro argentino, cruzan para la vereda de enfrente, como si fuera un enemigo (risas). Los argentinos, que somos tan veleidosos, sobre todos los porteños, cuando vamos al exterior queremos ser otros, nos convertimos en otra persona. Mucha gente que va a Brasil se disfraza de brasileño con collares y pulseras, cambia su look y se pone cosas que acá no se pondría. Hay un deseo de convertirse en otra persona, en ciudadano del mundo, vaya a saber. El porteño, viniendo de tantas etnias, es una mezcla rara. Si va a Europa, va con la idea de buscar los orígenes. Fijate que nosotros decimos: “Argentina y el exterior”, como si fuera un espacio ilimitado, ¿o no? Lo mismo pasa cuando decimos “Buenos Aires y el interior”, pero el interior es tan distinto. De acá a cuarenta kilómetros es una cosa, de acá a ciento cincuenta kilómetros es otra, y ni hablemos del sur o del norte. Pero decimos “Buenos Aires y el interior”; no especificamos, más bien pensamos de manera muy amplia. Y el mundo es tan grande y tan diverso, y el interior también. Se da también un fenómeno opuesto: los exiliados se han pegado mucho, se ven entre ellos, toman mate y tienen nostalgia. ¡Qué sé yo, los argentinos somos muy raros! (risas).

–Quizá no queremos que nos reconozcan porque anhelamos mimetizarnos con los españoles o los italianos.

–Sí, también, la capacidad de mímesis es muy grande. Acá en general hablamos muy mal los idiomas; en muchos lugares de América latina hablan mucho mejor en inglés o en otros idiomas. Pero nosotros creemos que hablamos portugués o italiano, como la mujer del cuento que dice: “¿Cuánto costi?” o “un cortato”, es como si el italiano o el portugués fueran un castellano dado vuelta y ya está. Pero esto se corresponde con la fantasía de que es fácil hablar otros idiomas, entonces nos largamos a hablar portugués o italiano. No creemos que haya que hacer un esfuerzo. Y si vos creés que hablás italiano, hablás (risas).

–En el cuento “Turismo urbano” vuelve a aparecer, sólo mencionada, la tía demente. ¿Por qué esa joven, tan disconforme con su vida, no puede alejarse de esos poetas borrachos, marginales y resentidos?

–Ya le hice la autopsia a mi tía la loca, la usé tanto, pobrecita. Esa chica no se podía ir porque quizá quería seguir aprendiendo de ese mundo fuerte y raro. Yo tuve un novio muy marginal, y las mujeres jóvenes siempre tienen la fantasía de redimir a los hombres, de volverlos otros. Yo creía que el alcohol era una cosa que se tomaba un poquito y después se dejaba.

–También parece que se queda porque se siente eficiente, importante.

–En mi casa eran muy eficientes, mi mamá no dejaba que los chicos entraran en la cocina para que no hicieran lío. Con ellos yo me sentía eficiente. Igual me hinchaba que me mandaran a comprar bebidas. La verdad que la ventaja era que me sentía muy práctica porque él no podía hacer nada. Sólo me miraba como si yo fuera una sabia atómica que le resolvía todos los problemas.

La sabia atómica, acaso la mejor cuentista argentina, exhala el humo de su cigarrillo, achica los ojos casi hasta cerrarlos como si estuviera pensando “qué disparates que estoy diciendo”. El que solo se ríe, de sus picardías se acuerda.

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