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Sábado, 4 de octubre de 2008
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Marcelo Birmajer y las historias de Tres hombres elegantes

“Mossen va a contramano de la época”

El escritor reflexiona sobre el peculiar carácter de su criatura, que en su nuevo libro sufre una crisis que atravesará su relación con los demás personajes. “Es alguien sin utopías, muy escéptico, sin grandes teorías sobre la vida”, detalla.

Por Silvina Friera
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“Utilizo muchos elementos de la realidad para mis personajes, pero los combino de tal manera que queda algo distinto.”

En su estudio, sobre la calle Valentín Gómez, Marcelo Birmajer transita el epílogo de su jornada laboral aislado de la algarabía caótica del barrio de Once, el más cosmopolita de Buenos Aires. El creador de Javier Mossen, el escritor y antihéroe protagonista de varios de sus libros que acaba de regresar en las páginas de Tres hombres elegantes (Seix Barral), toma yerba mate con café y estira las piernas, las relaja, con un gesto en la cara con el que parece sugerir “misión cumplida”. Falta poco para las siete de la tarde; en una hora caminará las cuadras que lo separan de su casa. Sólo el sonido insistente del teléfono le recuerda que aún no terminó de trabajar. Atiende con una desganada resignación, como aquel que no tiene más remedio que cumplir con rituales ajenos al oficio de escribir. Habla poco, en un tono que se resbala por el precipicio de la afonía, confirma la fecha de una charla y la anota en su agenda. El padre de la criatura, que apareció por primera vez en Historias de hombres casados, admite que nunca fue muy descriptivo a la hora de presentar en sociedad a Mossen. “No hay ninguna descripción física, se deduce de sus acciones, si es que se deduce. Lo único que va cambiando en algunos momentos es la edad. No muy conscientemente planteo cierta vaguedad respecto de las características vitales del personaje”, dice Birmajer a PáginaI12.

En Tres hombres elegantes, Mossen conoce al primer hombre elegante en Tel Aviv (Israel), adonde viajó para escribir el guión de una comedia sobre una familia argentina que emigró a Israel después de la crisis de 2001. Es Tzvi Merlitz, un viejo escritor de fama internacional, aunque no sea un best seller –personaje inspirado en el escritor israelí Aarón Appelfeld–, cuya historia de amor tendrá resonancias en el guión que compone el alter ego de Birmajer. A pesar de que Mossen puede escribir cualquier historia a cambio de dinero y confort, se enfrenta con su productor porque no quiere que la esposa de esa familia emigrante sea infiel.

–¿Por qué Mossen se siente más viejo de los 37 años que tiene en el primer relato?

–Se suele decir que la vejez es una cuestión de espíritu, y es así, pero no de un modo ventajoso. Yo nunca me sentí más joven de la edad que tengo, creo que no se puede. No voy a escribir un libro de autoayuda en el que anuncie a la humanidad que nadie puede ser más joven de los años que tiene (risas). No voy a proponer una teoría, pero estoy convencido de que no se puede ser más joven. En cambio, sí se puede ser más viejo de la edad que se tiene, y eso es lo que le ocurre a mi personaje. Esa vejez prematura es producto de un tremendo desencanto respecto de las posibilidades de la condición humana. Es un personaje sin utopías, muy escéptico, sin grandes teorías respecto de la vida. La energía está relacionada con la utopía, con un sueño, un proyecto, y éste es un personaje que vive en el desconcierto, que no planifica, que se siente viejo.

–¿Se siente más viejo por el modo en que vive o porque el desencanto es más intenso?

–El desencanto es más intenso. El gran evento que vivimos los argentinos de mi generación fue el retorno de la democracia, ése fue un evento histórico poderoso, pero nosotros no fuimos protagonistas activos de ese retorno que, afortunadamente, fue incruento. Las cosas que se logran incruentamente suelen ser mejores en perspectivas que aquellas que necesitan de muertes para conseguirse. Mossen va a contramano de la época. En un momento en que todo el mundo se jacta de ser más joven de lo que es, él reconoce que se siente más viejo.

–La elegancia de estos hombres no tiene que ver con una apariencia sino que pasa por algo más íntimo, acaso menos visible. ¿Asocia la elegancia con los ideales?

–Sí. La elegancia está vinculada, por lo menos, con un comportamiento honesto. Si una persona es deshonesta o corrupta, como se vio en tantos funcionarios menemistas, toda la vestimenta del mundo no sirve para nada. La elegancia está muy relacionada con la intuición y con el alma. La elegancia es animal, en el sentido de que es una cualidad atávica, que viene de las entrañas de la persona, que no se puede impostar. Es muy difícil definir la elegancia, pero lo importante para un escritor es que pueda sentir la elegancia, aunque no pueda definirla con palabras.

–¿Usted se considera un hombre elegante?

–Ni Mossen ni yo somos personas elegantes; muy por el contrario, estamos afuera de la cancha, mirando. Mossen puede ser perfectamente honesto, pero no es elegante. No sabe cómo pararse frente a la vida, no tiene swing. Es un luchador, un tipo que está en la popular, y mira y trata de aprender, pero no sale de ahí. La elegancia requiere cierta levedad, surfear el mundo, tomar distancia...

–En el tercer relato lo que sorprende es que Mossen sea jurado de un concurso literario en el que participan ancianos. ¿Es una ironía que los viejos también escriban?

–Siempre son los jóvenes los que van a los bares, los que están en las vanguardias, ¿por qué no puede haber una vanguardia de ancianos? Alguna vez lo dijo mi amigo Pablo De Santis: “Todo cambia, menos las vanguardias”. Yo hago todo tipo de trabajos y una vez me ofrecieron ser jurado de un concurso de gente mayor, ya no me acuerdo cuándo ni dónde, pero no acepté. Y me quedó el germen de ese cuento. Me parecía bonito y gracioso que los viejos defiendan al Che Guevara y Mossen lo cuestione. Mossen es políticamente incorrecto porque se siente más viejo que todos los viejos. Debo confesar que comparto muchas de sus ideas. Mossen es lo que debería ser el progresismo: apoyar los sistemas democráticos, la libertad de expresión, las relaciones pacíficas, los derechos civiles. En ese aspecto, creo que no tiene grandes contradicciones.

–Pero parece contradictoriamente reaccionario cuando cuestiona al Che Guevara...

–No, no estoy de acuerdo porque yo creo que el Che era reaccionario. El Che no defendía la libertad de expresión ni los derechos civiles; era un actor político autoritario, que auspiciaba no luchar de forma armada contra las democracias, aunque sus seguidores no siempre respetaron ese principio. Cuando luchaba contra una dictadura como la de Barrientos, no era para reemplazarla por un sistema democrático sino por un sistema autoritario. Y en ese aspecto es más reaccionario que Alfonsín, que reemplazó una dictadura por una democracia. El Che Guevara está a la derecha de Alfonsín o de Kirchner.

–Pero la democracia, en los ’60, no era un valor, o al menos no tenía la importancia que tiene desde Alfonsín hasta nuestros días.

–Lo sé perfectamente, tengo toda mi biblioteca repleta de estudios sobre los años ’60 donde se sostiene que la democracia entonces no era un valor. Desconfío de esa afirmación, creo que existían dentro del peronismo y del radicalismo muchas voces que criticaban la violencia. Yo no escucho que se defiendan acciones armadas concretas; se defienden a las agrupaciones, a los ideales que tenían, pero no escucho que digan que Monte Chingolo o la toma del cuartel de Azul fue un acierto, por mencionar dos acciones del ERP; que el asesinato de Rucci fue un gran acierto, en el caso de Montoneros; no escucho grandes apologías de estos hechos. Uno tiene derecho a luchar en forma armada contra una dictadura, pero eso no garantiza que cualquier lucha armada contra una dictadura sea en pos de una democracia. Se puede luchar contra una dictadura para reemplazarla por otra dictadura. Eso ocurre y ha ocurrido.

–Cuando Mossen visita a la anciana, le ruega que no crea todo lo que él escribe en los cuentos. ¿Por qué los lectores son tan crédulos respecto de lo que leen?

–Yo utilizo muchos elementos de la realidad para construir mis personajes, pero los combino de tal manera que queda algo totalmente distinto. Pero el lector ve los elementos de la realidad y olvida la combinación. Se da un mecanismo muy sofisticado: estoy leyendo algo que parece real, el autor está causando en mí un efecto de realidad con algo que no lo es. A la vez, como lector voy a procesar esto de tal manera que haga que lo que lea realmente ocurra. Luego este mecanismo se olvida y al encontrarse con el escritor se le pregunta si la magia es realmente así. Esto se puede graficar con las cámaras ocultas de Tinelli. Después de dos años de cámaras ocultas, todos éramos conscientes de que estaban acordadas con las víctimas. Pero nos reíamos. Si nos hubieran dicho concretamente “esto es un sketch”, no nos hubiéramos reído porque se presentaba como una ficción. Había un sobreentendido de que era una ficción que debía ser entendida como una realidad. Los seres humanos sentimos una gran sed por el chisme. La literatura es chisme de calidad, es chisme que no hace daño. Por eso cuando aparece un libro literario que revela de forma vil, canallesca, la vida íntima de una persona real, no disfrutamos de ese cuento como cuando disfrutamos de una ficción pura, y la disfrutamos hasta tal punto que queremos confirmar si es realidad. Tenemos sed de chisme y sed de verdad. Queremos encontrar la verdad cuando hay un enigma, y queremos que algo sea verdad cuando nos fascina.

–Es curioso que justo cuando Mossen tiene un montón de originales para leer del concurso literario está bloqueado y hace meses que no escribe nada.

–Mossen es un personaje que vive de crisis en crisis y hasta ese momento nunca había dejado de escribir. Cuando los escritores revelan que no pueden escribir, o que sufren escribiendo, se están jactando. Un escritor o un actor que se retira, ¿para qué anuncia que se retira? Es el operativo clamor, está queriendo que le digan que siga escribiendo, que vuelva... nunca hay que buscar el operativo clamor (risas). Si no escribís, no escribas y no lo digas. Anunciar un retiro es un ademán. No creo que Mossen no escriba por la cantidad de cuentos que recibe. Pero es cierto: hay un contraste entre su incapacidad para producir y las letras que lo abruman. Pareciera que si él no produce, la producción ajena lo sepultará.

–Pero además Mossen es un escritor que no escribe; los viejos no son escritores, pero escriben.

–Eso es interesante. Si ser escritor es algo que se refrenda en la práctica, de algún modo Mossen asume que no es solamente un tipo que escribe, que no es una máquina de escribir. Es un escritor que no está cumpliendo su rol y esa catarata de manuscritos viene a confirmárselo. También es interesante que no haya ningún tipo de terapia, ni de solución para salir de la impasse. Sólo se logra superar ese bloqueo con el tiempo y el azar.

–Pero la visita a la casa de la anciana parece operar como catarsis, ¿no?

–Sí, es cierto, pero no lo había pensado. Cuando recibe la estrella de David y le dice a la anciana que va a cerrar su historia, vuelve a escribir y a encontrar el sentido profundo de la literatura. No son 300 originales que no dicen nada sino que, dentro de esos 300 originales, hay una historia que no sólo vale la pena sino que sostiene el mundo.

–Aunque esa historia no esté bien escrita...

–Sí, por supuesto, pero la historia está. Todos tenemos historias, pero no todos pueden escribir esas historias. Los que la viven no son necesariamente los que la escriben.

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