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Viernes, 10 de octubre de 2008
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EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA FUE PARA EL FRANCES JEAN-MARIE LE CLEZIO

Escuchar el ruido del mundo

Esa es la divisa del autor de Urania y El africano, que en palabras de la Academia Sueca es “el escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante”.

Por Silvina Friera
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“No me gustan las murallas geográficas, pero mi patria es la lengua francesa”, afirmó Le Clézio.

Europa sigue siendo el centro del universo literario mundial, ya lo había anticipado el polémico secretario permanente de la Academia Sueca, Horace Engdhal. Igual, por izquierda o por derecha, a los académicos suecos siempre les gusta sorprender. El teléfono sonó ayer en una de las casas del incorregible nómade Jean-Marie Le Clézio, considerado por algunos críticos el mejor escritor vivo en lengua francesa, autor de una obra variada y vastísima, aunque recién el año pasado comenzó a ser traducida y publicada (desde y) en la Argentina. Le Clézio no atendió; estaba leyendo en su estudio parisiense, un poco cansado por la diferencia horaria, en tránsito, entre Corea del Sur y Canadá. Fue su mujer la que se enteró de que su marido era el nuevo premio Nobel de Literatura. “Escribir no es sólo estar sentado a tu mesa contigo mismo, es escuchar el ruido del mundo. Cuando estás en la posición del escritor se percibe mejor el ruido del mundo, vas al encuentro del mundo”, dijo ayer, emocionado pero todavía sorprendido, el flamante ganador en una multitudinaria rueda de prensa en París. “Leer novelas es una buena forma de interrogar al mundo actual sin que el resultado sean respuestas demasiado esquemáticas. El novelista no es un filósofo, no es un técnico de la lengua, es alguien que hace preguntas y si hay un mensaje que quiero enviar es que hay que hacerse preguntas”, agregó.

Al margen de escuelas, clanes literarios y modas, con una obra tan ubicua como inasible, Le Clézio ganó el Nobel a los 68 años por ser “el escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante”, según la argumentación de la Academia. En el fallo, los académicos explicaron que, partiendo de los últimos estertores del existencialismo y del “nouveau roman”, el escritor francés ha conseguido “rescatar las palabras del estado degenerado del lenguaje cotidiano y devolverles la fuerza para invocar una realidad existencial”. Cuando Le Clézio estuvo el año pasado en la Feria del Libro de Buenos Aires, presentando la novela Urania (traducida por Ariel Dilon y publicada por Cuenco de Plata) y El africano (con traducción de la poeta Juana Bignozzi, publicada en Adriana Hidalgo), un volumen de memorias sobre su infancia en ese continente, el escritor francés reconoció que no le molestaba ser inclasificable. “Es difícil clasificar a los seres humanos, quizá con los insectos sea posible”, bromeaba Le Clézio, que ha vivido en más países de los que se puede contar con los dedos de la mano –México, Panamá y Estados Unidos, por mencionar sólo los más importantes para el escritor–, pero muy poco en donde nació (en Niza, Francia, el 13 de abril de 1940, descendiente de una familia de origen bretón radicada en la isla de Mauricio, hijo de madre francesa y padre británico). “Quizá por eso me he sentido siempre como una ‘pieza importada’ en Francia. No me gustan las murallas geográficas, pero mi patria es la lengua y la literatura francesa”, afirmó el escritor.

El mito de Le Clézio escritor comenzó a los 8 años, cuando escribió su primera novela. Durante un mes viajó en un barco hacia Nigeria para conocer a su padre, que estuvo veinte años asignado como médico a las órdenes de la armada británica en Nigeria y Senegal. Mientras imaginaba cómo sería ese encuentro, el niño lo escribía. “La meta de conocerse a sí mismo es lo más esencial para un escritor. El acto de escribir es una manera de entender lo que soy y de percibir a los demás. No se trata tanto de expresar ‘ideas’, sino que busco entender lo que soy y en las cosas que creo –aclaró el escritor a PáginaI12–. Escribo para traducir mi relación con lo cotidiano.” A los 23 años, en 1963, Le Clézio recibió el prestigioso premio Renaudot por su primera novela publicada, Le procès-verbal (El atestado). En su obra, que incluye más de 40 títulos, se pueden distinguir dos períodos: de 1963 a 1975, sus novelas y ensayos abordan los temas de la locura, el lenguaje y la escritura, con la voluntad de explorar ciertas posibilidades formales y tipográficas, en la línea de otros escritores contemporáneos como Georges Perec o Michel Butor. Entonces Le Clézio era considerado un escritor innovador y rebelde, que contaba con la admiración de Michel Foucault y Gilles Deleuze, entre otros. Hacia fines de los años ’70, su escritura se serena y comienza a evocar los años de la infancia y los viajes.

Nómade por naturaleza, sin posibilidad de encontrar anclaje en ningún país, Le Clézio es un narrador atípico que ha hecho que hasta el agua y las piedras contaran su propia historia. Sus novelas son grandes reservorios de microrrelatos, de historias dentro de historias, de voces dentro de voces, de mitos encarnados. Es tan movedizo que no le sientan bien las categorías de “viajero”, ni la del abúlico “turista literario” francés en busca de experiencias, ni la del turista sexual (hace cuarenta años fue expulsado de Tailandia por denunciar la prostitución infantil). El modo de viajar del escritor francés, según plantea Ariel Dilon, uno de sus recientes traductores al español, no se parece al de Houellebecq sino al de Artaud, al de Segalen. “Las historias que cuenta distan tanto de la experiencia cotidiana del europeo medio como de las del etnógrafo que registra y empaqueta inteligentemente mundos que ni comprende ni ama –explica Dilon–. Su obra recupera lo intuitivo, aspira a una inocencia que no peca de ingenuidad, alienta una vocación de niñez que no tiene nada de infantil.”

La circulación de Le Clézio en español se ha debido a impulsos erráticos, que escasamente llegaron a las librerías porteñas: primero fue Barral que publicó El atestado (1964) (del que hay otra edición de Cátedra, 1994), El diluvio (1969) y La guerra (1970). Después fue el turno de Versal, que en 1987 editó El buscador de oro y Viaje a Rodrigues, y el de Debate: Desierto (1991), Onitsha (1992). Y, por último, Tusquets editó La cuarentena (1998) y El pez dorado (1999). En México, donde Le Clézio ha vivido durante décadas, se publicó su retrato de la pareja de pintores mexicanos Frida Kahlo y Diego Rivera, Diego y Frida (editorial Diana, 1995), y El sueño mexicano (FCE, 1988). En el Río de la Plata hubo dos emprendimientos solitarios, casi heroicos: Viajes del otro lado (1995, editorial Trilce, de Montevideo) y Luz mondo y otras historias (1997, Eudeba), hasta que el año pasado se editaron El africano y Urania.

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