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Martes, 4 de noviembre de 2008
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Leonardo Oyola y su trabajo Siete & el tigre harapiento

La nueva voz de la novela negra

El autor, ganador con Chamamé del Premio Hammett a la mejor historia policial de 2007, se consolida como una de las voces más originales del género, narrando a ritmo vertiginoso y con acento en el manejo del lenguaje.

Por Silvina Friera
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Leonardo Oyola se tatúa en su propio cuerpo los títulos de sus novelas.

Lo primero que entra al bar de Palermo es la gorra con visera. Los ojos de Leonardo Oyola, como vampiros que se protegen de la excesiva luz de la tarde, van asomando poco a poco, como tanteando el terreno por donde se mueven. Su mirada se empantana cuando recuerda lo paradójico que han sido los dos últimos años de su vida. Después de la publicación de su primera novela, Siete & el tigre harapiento, protagonizó una película de terror en la que, por un siniestro efecto bola de nieve, arrastraba pérdida tras pérdida. Se murió un amigo, se separó de su mujer, se quedó sin el trabajo en la biblioteca de una escuela del barrio de Belgrano, se quedó sin casa. “La noche me respiró en la cara”, podría haber dicho, como uno de los personajes de su última novela, Hacé que la noche venga (Mondadori). Gracias a su hijo Ramón, a la terapia, que empezó por primera vez, y a la escritura, pudo mantenerse a flote. Y despegar. Con Chamamé ganó el Premio Hammett a la mejor novela policial de 2007 en el marco de la Semana Negra de Gijón. “Antes de viajar a España estuve casi un mes tumbado en cama por una neumonía virósica. Creo que caí recién porque bajé la guardia, me relajé, se dieron todas las cosas, había conseguido un lugar donde vivir y el premio”, cuenta Oyola a PáginaI12.

En Hacé que la noche venga, el escritor narra la historia de cuatro tipos que en el gélido invierno de 1939 se sumergen en el submundo de la antigua estación Canning del subte de la línea D para buscar y enfrentarse a “una oscuridad” que está matando a linyeras y a obreros durante las madrugadas. Tres, un atorrante de buena cuna –su abuelo habría sido el fabricante de caños, el inglés A. Torrent–, se empeña en encontrar al responsable de la muerte de uno de sus compañeros, Villeguitas, otro atorrante más. Esa oscuridad puede ser el mismísimo demonio, según Tres, o un mensaje mafioso para el ingeniero Pablo Manzotti. El episodio, por cierto, es confuso. No queda claro quién fue el/la asesino/a, pero el atorrante no será la única víctima. Los obreros de la empresa Chadopyf, encargada de extender el ramal D del subterráneo, desde Plaza Italia a la futura estación Palermo, comenzarán una huelga, exigiendo el esclarecimiento de las circunstancias en que perdió la vida el obrero Leopoldo Arenas.

Western, policial, novela fantástica, de terror; los géneros encogen la textura de una trama y una historia que suma y se potencia con la cintura que fue adquiriendo Oyola para narrar a un ritmo frenético, vertiginoso, con un deliberado acento en el lenguaje. Si en Siete & el tigre harapiento, tercera mención en el concurso Clarín de Novela 2004, mixturaba la violencia pulp fiction a lo Quentin Tarantino con títulos de discos y fragmentos de letras de Duran Duran, ahora, en Hacé que la noche venga, el guiño pop está dirigido hacia las series y películas paradigmáticas del western, como El Gran Chaparral, Bonanza y La rosa amarilla, entre otras, con las que titula cada capítulo de la novela. Oyola señala que una de las obsesiones que tuvo mientras escribía Hacé que la noche venga fue la voz narrativa. “Para diferenciarla del Tigre harapiento decidí narrarla en primera persona, y fue un gran desafío porque el personaje es más grande y habla un poco como podría hablar mi abuelo”, explica el escritor. “Pensaba mucho en el maestro Alberto Laiseca, en cómo narra, y veía al Tres como si fuera un Laiseca pretérito.”

–Tres se define como un atorrante, no quiere que le digan vago, ni ciruja. ¿Cuál sería la diferencia?

–Si vos te movés en un determinado ámbito, cuando llegás a un peldaño querés que se te respete. Todo se va repitiendo en escala. Nunca sabemos si es verdad que el Tres vino de una cuna entre algodones o son todos mambos de él, pero no es lo mismo un príncipe que un duque y esas distinciones son válidas. No es lo mismo el atorrante que el ciruja, no es lo mismo quién es el gato hoy en un pabellón a quién es el capanga, el poronga o el mascapito. Estar constantemente en la calle, como el Tres, hace que estés un poco perdido. La calle enajena. Nunca se sabe bien cómo fue que murió el hermanito del Tres, ni sobre las peleas con el padre, ni cómo fue que está en la calle. Lo más embromado es cuando terminás en la calle de la noche a la mañana. Vos te levantaste, iba a ser un día más de tu rutina, que es aparentemente inalterable, pero no sabés por qué lado viene el tiro y cambió todo. Perdiste lo que estabas acostumbrado a que fuera tu reino, entonces lo único que te queda es la calle. Para algunos debe ser un pesar, sobre todo por las condiciones climáticas; pero si la podés pilotear y aceptás que sólo sos responsable de tu persona, y te llevás bien con eso, la calle puede ser una cierta liberación. Igual creo que son casos excepcionales. La mayoría sufre mucho en la calle.

–¿Vivió alguna vez en la calle?

–Es muy loco porque Hacé que la noche venga fue medio anticipatorio, fue como jugar a la copa y llamar al diablo porque después, por motivos personales, terminé varias noches aguantando en distintos lugares para ir a ver a mi nene. Y de hecho todo eso se paga físicamente. Cuando murió el papá de Juan Terranova, un 27 de septiembre de 2006, fui al velorio. Yo no sabía que acá, a diferencia del conurbano, las casas velatorias cierran a las doce de la noche y después vuelven a abrir a la mañana siguiente. Yo había ido con la intención de hacerle el aguante a Juan toda la noche. Me quedé igual, aguantando para ir al entierro, y esa noche se largó una tormenta que me fusiló. Ahí me agarré un principio de bronquitis y una neumonía. No había nada abierto, tampoco tenía mucha plata y al otro día quería ir a buscarlo a mi nene, entonces estuve sateliteando de un lado a otro, empapado. Eso me jorobó. El cuerpo te pasa facturas.

Los brazos del escritor están marcados por diversos tatuajes. “El primero que me hice fue en 1993, me tatué ‘La luna de Méliès’, cuando me enteré de que había sido un mago y un padre del cine de la ciencia ficción. A la persona que me hizo el tatuaje la mataron en un asalto y por eso no me lo toqué, pero quedó muy rudimentario al lado de los que me terminaron haciendo después –compara Oyola–. Cuando estaba en la mala y me puse a laburar con Chamamé, escribí el primer capítulo, pero el segundo me costó, estaba muy disperso. Entonces me tatué la palabra ‘Chamamé’ en el pecho para jurarme que la iba a terminar. Cada día que me levantaba y me miraba al espejo, aparte de mirarme la cara de amargado, me decía: ‘La puta madre, tengo que ponerme a escribir’.” También tiene tatuadas, en distintas partes de su cuerpo, otras de sus novelas: Siete & el tigre harapiento, Gólgota y anuncia que se está por hacer el de Hacé que la noche venga.

Oyola admite que lo que más le gusta de sus personajes es que tienen un aire de familia, que son reconocibles, “que es gente con la que a uno le tocó cruzarse, compartir y vivir cosas”. Hace poco le preguntaron cuál fue su novela negra inicial, pero Oyola, después de repasar su itinerario lector, optó por responder fuera del canon del género al elegir La naranja mecánica. “Cuando la leí, en la adolescencia, me gustó mucho el idioma que había craneado Burgess, el nadsat.” Abocado a terminar Sacrificio, que se publicará el próximo año en el sello Negro Absoluto, el segundo libro de la saga La víbora blanca, que empezó este año con Santería (cuatro entregas que se completarán con Aquelarre y Amén), Oyola anticipa que hay un director de cine italiano interesado en filmar Chamamé. ¿A qué actores imagina para interpretar el rol de Manuel Ovejero, el Perro y el Pastor Noé, los protagonistas de la novela galardonada con el Hammett? “Si el tipo pone los dólares que me prometió y dice que quiere que la película la protagonice Benjamín Rojas, yo declaro que pensaba en Benjamín Rojas como el Perro”, bromea el escritor.

“De todo lo que escribí, Hacé que la noche venga es lo más luminoso, tiene muchas cosas ingenuas, pero no creo que sean adrede. Todos los personajes que mato en mis novelas son los putos que no me dejaron jugar a la pelota cuando era adolescente, porque me decían: ‘Vos sos de madera’ –confiesa el escritor–. El ’88, para mí, fue un año fatal por la crisis energética. ¿Vos sabés lo que era ser adolescente y no poder ver la televisión, que en esa época eran cuatro canales, tener los cortes de luz programados de ocho horas y tampoco poder escuchar música, ni jugar a la pelota? Eso era una pesadilla. Me dedico al género policial para vengarme.”

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