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Sábado, 10 de diciembre de 2005
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JORGE NEDICH

La cultura vivida desde los márgenes

En El aliento negro... el escritor busca saldar cuentas con su identidad gitana.

Por Silvina Friera
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En su novela, Nedich refleja prejuicios y estereotipos.
Cada novela de Jorge Nedich, el primer escritor gitano de la Argentina, busca saldar una cuenta pendiente con su identidad y con la mochila pesada de los estereotipos. Gitanos ladrones, mendigos y vivillos que desparraman maldiciones a diestra y siniestra. Estos prejuicios tan arraigados –hasta el genial pintor italiano Caravaggio los plasmó en ese cuadro-crónica de costumbres, La buena ventura, con la cíngara que mientras “lee” la mano de un joven le está sacando el anillo– están latentes en El aliento negro de los romaníes (Planeta). Maida y su esposo Petre deben echar raíces en un pueblo por la rotura del camión en el que deambulaban de acá para allá –los romaníes pueden andar libres por el mundo sin pagar impuestos, gracias a un pacto con Dios–. Ella vende baratijas y trabaja en la cosecha; él roba zinc y fabrica fuentones. “Los que están en los márgenes sociales siempre caen en el delito de supervivencia –explica el autor en la entrevista con Página/12–. Pero una vez que se sedentarizan, sufren las consecuencias políticas.” Nedich recuerda en la novela un episodio real: el primer incendio de carpas a manos de punteros políticos del peronismo, que prohibió el nomadismo y la vestimenta y persiguió a los gitanos por considerarlos “infieles”.
–¿Por qué para los gitanos la libertad es un valor absoluto?
–El sistema de vida nómade y oral hace que no tengan compromisos. Dentro de la oralidad no existen las palabras futuro ni pasado, es siempre presente. No se puede programar al gitano, porque no se ata ni a la historia ni a un porvenir. Esta falta de ligaduras los muestra absolutamente libres. Lo paradójico es que esa libertad absoluta de los gitanos es una forma de esclavitud. Cuando vos no querés hacer otra cosa que ser libre, terminás encapsulado en algo que decís que es la libertad.
–Uno de los personajes señala, refiriéndose a la religión, que están hechos de pedazos. ¿Cómo se dio esa mixtura religiosa?
–Cuando los gitanos salieron de la India y llegaron a Europa, entre el siglo XII y XIII, fueron tomados como esclavos, pero no querían trabajar para preservar su cultura. En ese peregrinaje tomaban préstamos de todas las religiones y culturas. Si en un lugar regía como religión oficial el catolicismo, ellos decían que eran católicos, pero mostraban mezclas de todas las religiones, y esto servía como excusa para condenarlos y asesinarlos, sin que ellos pudieran defenderse. El “ensayo general” sobre el holocausto gitano ocurrió en Medina del Campo (España), en 1499, cuando fueron apresados unos 25.000 gitanos. Allí se los tenía en una especie de ghetto para que no se reprodujeran, separaban a las esposas de los maridos, a los hijos los mandaban a casas de campesinos españoles, les prohibían la lengua, la vestimenta y tenían que aprender el catecismo. Esa suerte de desaparición por asimilación se llevó a cabo en muchísimos países.
–¿Cómo fue en el caso de sus antepasados?
–Eran esclavos en Rumania y fueron liberados en 1869. Nedich es yugoslavo, ellos vivían en Bosnia, que entonces estaba bajo el principado rumano. Mi apellido es yugoslavo, pero mi lengua es la rumana. Al ser liberados se expandieron por Europa, y cerca del 1900 llegó mi abuelo paterno, que había nacido en Francia. Cuando esos esclavos rumanos salieron, los que pudieron zafar de las cadenas psicológicas volvieron a sus costumbres.
–En las películas de Emir Kusturica siempre aparecen personajes gitanos. ¿Qué opina de la manera en que los presenta el cineasta bosnio?
–Me gustan mucho sus películas. El tiene una visión dislocada y alterada, la visión del gitano que, al ser nómade, no tiene esa organización mental de la cultura occidental. Mi abuelo, por ejemplo, no tenía conciencia geográfica, decía “otro gobierno”. Cuando ocurrió el terremoto en San Juan, que había afectado parte de Mendoza, él no entendía por qué no se le pedía ayuda a Chile, que estaba más cerca que Buenos Aires. En Tiempo de gitanos, Perhan entrega su hermana a un gitano que es corruptor y explotador de menores para que la lleve a un hospital. Perhan se da cuenta de que la hermana no fue operada, la sale a buscar y la encuentra en Roma, pidiendo limosna. Quiere matar al explotador, pero cuando lo ve en un bar, le ofrece manteca, mermelada, cigarrillo, y Perham, que sale a combatir contra eso, se convierte en explotador. Kusturica muestra el estereotipo, pero también la imposibilidad de romper el círculo. Ese pibe quiere progresar y no tiene posibilidades ni dentro ni fuera de la comunidad.
–Usted es el primero de su familia que sabe leer y escribir. ¿Qué problemas le generó esta diferencia y el deseo de ser escritor?
–Cuando me vieron leer por primera vez, mis viejos pensaron que estaba jugando; después comprobaron que realmente leía y fue una conmoción. Lo mismo les ocurrió cuando empecé a escribir a los 17 años. Sentían que era un delirio. ¿Cómo iba a ser escritor si ni había ido a la escuela? La primera dificultad que tuve fue la lectura. Yo aprendí a leer porque vendía historietas en los trenes. Cuando pasé al libro y me encontré con la puntuación y las oraciones con más de un sujeto, no entendía nada. Comencé a escribir claro porque los libros eran confusos. Esto determinó un estilo de escritura que me ayudó a profundizar en las cuestiones íntimas del ser humano.

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