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Lunes, 12 de diciembre de 2005
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PEDRO MAIRAL HABLA DE “EL AÑO DEL DESIERTO”

“Me gustó trabajar con la paranoia de la clase media”

El escritor se refiere a su último libro, al que califica como “una novela antihistórica”. Utilizando el recurso del “tiempo al revés”, describe una Buenos Aires que se va borrando con los pastizales que avanzan sobre la ciudad.

Por Silvina Friera
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“El miedo es un material interesante”, dice Mairal, también autor de Una noche con Sabrina Love.
“¿Qué pasará con lo que escribo?”, se preguntó hace unos años un joven escritor argentino que ni siquiera soñaba con mirar los partidos desde el banco de suplentes. La respuesta excedió lo que él imaginaba. Su primera novela, Una noche con Sabrina Love, ganó el premio Clarín en 1998 y fue llevada al cine dos años después. “Si tenía un gran deseo de hacer ruido, ya está, lo hice y me sirvió para bajar la ansiedad”, confiesa Pedro Mairal con una sonrisa burlona, como si mirara de refilón los efectos colaterales de ese pasado no tan lejano. Eligió hacerle un caño a tanta exposición mediática y atrincherarse en la poesía “porque tenía mucho ruido en la cabeza”, que le impedía escribir. “Tuve que bajar la persiana porque me llamaban para opinar si a los argentinos les gustan rubias o morochas.” Y la bajó antes de convertirse en un opinólogo profesional, o en la “joven promesa” de la literatura argentina que pretende meter un gol de media cancha con un libro por año. “Imaginate lo que significaría eso –bromea en la entrevista con Página/12–. Te podés frustrar y amargar mucho. Yo quiero escribir mis cosas, si gustan bien y si no...” Mairal acaba de publicar El año del desierto (Interzona), novela que arranca con unos “disturbios” en una marcha contra la “intemperie” en Plaza de Mayo, narrados desde la perspectiva de una joven empleada, María Valdés Neylan, que trabaja en los últimos pisos de una torre, que se llama sugestivamente Garay, sobre la calle Reconquista.
La intemperie avanza, arrasa con las familias, las casas y disloca la vida de esa mujer que termina trabajando como prostituta, comete un crimen y escapa de una ciudad que cada vez se reduce más sobre un campo que se expande. María salta del vacío de la “civilización” hacia la “barbarie”, del 2001 a 1492. “El libro empieza con un episodio parecido a la crisis de diciembre de 2001, pero desplazado como en los sueños en donde las cosas son pero no son. Es como si esa especie de aceleración que hubo en esos días de cinco presidentes siguiera –subraya Mairal–. Me gustó trabajar con la paranoia de la clase media. El miedo es siempre un material interesante”.
–¿Por qué?
–El miedo es un gran generador de historias, especialmente la paranoia, que es como una usina de relatos. Sacarle un poco de ventaja al miedo es una manera de ganarle. Me parece que en 2001 hubo mucha paranoia provocada un poco por la desinformación y por una sensación de colapso muy grande, pero no creo que la novela se me haya ocurrido por esa crisis.
–¿Qué fue, entonces, lo que generó El año del desierto?
–En un momento tuve la chance de irme a vivir afuera y me di cuenta de que si me iba, una parte mía se moría. De algún modo, soy la ciudad en la que vivo; me producía una especie de extrañamiento irme a otro lugar en donde todo me iba a resultar ajeno. Esa posibilidad disparó esta historia de una Buenos Aires que se va borrando con los pastizales que avanzan sobre la ciudad. Después apareció la máquina de la historia: la lógica del tiempo al revés. A veces se me ocurren ideas que tengo que tirarlas de los hilos y que me dan mucho trabajo, pero esta idea del tiempo al revés apareció como un virus que se ramificaba en mi cerebro. Escribí una novela anti-histórica, una burla de la novela histórica; agarré la historia argentina como los chicos que rompen un juguete para ver cómo está hecho.
–Aunque sea una burla de la novela histórica, ¿intentó comprender el pasado argentino?
–No sé si traté de comprender el pasado o el tiempo en su totalidad, en un sentido poético, donde están presentes el pasado y el futuro. Estuve a punto de poner un epígrafe que dice: “el tiempo es la manera en que la naturaleza evita que todo suceda de golpe”. No quería tanto comprender el pasado como acumular el tiempo. Tuve que investigar mucho sobre cómocreció Buenos Aires. Trabajé con fotos viejas, fui al Archivo General de la Nación, y leí algunos libros de Adrián Gorelik en los que se refiere al crecimiento y a los proyectos en conflicto en la ciudad, que están cristalizados ahora en la arquitectura. Estudié el crecimiento de Buenos Aires para mostrar, en la novela, cómo se iba reduciendo la ciudad.
–En el recorte de los momentos históricos por los que atraviesa el personaje femenino, ¿prevalecieron los criterios literarios?
–Sí, pesaba más lo literario. A mí me interesaba mostrar una Buenos Aires sintáctica, donde si el personaje atravesaba Diagonal Norte y Suipacha, pasaba por el lugar donde lo mataron al rufián melancólico de Arlt en ese momento, como si existiera una Buenos Aires hecha de párrafos de la literatura argentina.
–Entre esos párrafos, en su libro hay un énfasis puesto en la literatura gauchesca. ¿Es algo que surgió a partir de la escritura o que le viene de antes?
–Siempre me interesó la literatura gauchesca. El personaje de El bonaerense, la película de (Pablo) Trapero, es como Martín Fierro. Para que no vaya preso lo meten en la policía, pero no puede salir de ese reclutamiento forzoso que lo aleja de su lugar. El Martín Fierro es una historia que puede suceder ahora. A un chico de 18 años lo meten en la policía; cuando regresa a su casa, quizá su novia ya no está, alguien le tomó la casilla, empieza a tomar vino en la esquina, se escapa de su trabajo de policía y no quiere volver, pero se queda con el arma, pasa a ser como un forajido y lo empiezan a perseguir. La persecución del Estado sobre el individuo es un tema eterno. El maltrato del Estado a las personas sigue estando muy presente. A mí me impresiona mucho la actualidad que tiene el Martín Fierro.
–¿Por qué optó por contar la historia desde la perspectiva de una mujer?
–Si hubiese sido un hombre (en el capítulo dos probablemente lo hubieran matado al insertarse en las guerras), tendría que haber sido un desertor que estuviera todo el tiempo escapándose. Desde la perspectiva de una mujer, que atraviesa la pesadilla de la historia argentina, podía contar la historia de la violencia como un telón de fondo en el que ella siente cómo repercute toda esa violencia sobre la vida privada.
–La novela se hace más fluida a medida que se interna en el pasado. ¿Es más complejo escribir sobre el presente?
–Sí, lo más difícil es hablar de tu propia época y mostrar tu cuadra porque tenés un filtro delante de los ojos que te impide ver realmente las cosas.

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