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Domingo, 3 de mayo de 2009
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ENTREVISTA CON BENJAMIN PRADO, AUTOR DE MALA GENTE QUE CAMINA

“España fue el laboratorio de horrores del siglo XX”

El escritor ilumina en su ficción temas inexplorados por la literatura ibérica. “Nadie quiere oír hablar de eso; España manda a enjuiciar a los militares argentinos y chilenos pero no deja que enjuicien al franquismo”, explica.

Por Silvina Friera
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Benjamín Prado dice que su visita a la Argentina pretende “quitar peso de encima”.

Cuando tenía dieciocho años, empezó a escribir imitando los poemas-canciones de Bob Dylan. Después trató de emular a Rafael Alberti, hasta que luego de un largo camino consiguió ser él mismo. Hay que subir por una delgadísima montaña para llegar hasta la cara de Benjamín Prado. Su aspecto tiene un aire de familia con su admirado compositor y poeta estadounidense. A pesar de que el escritor español tiene una semana agitada en Buenos Aires –ya participó del Festival Internacional de Poesía, pero le esperan un homenaje a María Teresa León y Alberti y el panel “Pensar la democracia”, entre otras actividades–, su mirada, tanteando y acomodándose al nuevo orden, intenta esquivar el cansancio del viaje y el cambio de horario. El autor de Mala gente que camina (Alfaguara), novela en la que un profesor de secundaria, Juan Urbano, investiga a una olvidada escritora de la posguerra española –una tal Dolores Serma, que parece tan auténtica que más de un lector desprevenido puede pensar que existió– que fue capaz de denunciar, desde la escritura de una novela titulada Oxido, el robo a los niños republicanos que fueron entregados a familias afines al régimen, confiesa que siempre supo que tendría que presentar esta novela en la Argentina. “Vengo para quitarles el peso de encima –dice con una mirada burlona—. España fue el laboratorio de todos los horrores del siglo XX: niños robados, campos de concentración, trabajos forzados, muertos en cunetas o lanzados al mar. En España hubo campos de concentración hasta 1962. Pero nadie quiere oír hablar de eso. España es un país que manda a enjuiciar a los militares argentinos y chilenos y no deja que enjuicien al franquismo”, subraya Prado en la entrevista con Página/12.

–Al principio creí que Dolores Serma era una novelista que realmente había existido, que mientras Carmen Laforet escribía “Nada”, Serma hacía lo mismo con su supuesta novela Oxido. Hasta busqué en Google. ¿Cómo se le ocurrió este personaje?

–Hasta ha habido editoriales que me han llamado para decirme que publicarían Oxido (risas) y estoy muy orgulloso... Casi todos los periodistas me han dicho que han buscado en Google; Caballero Bonald estaba tan extrañado que revisó sus memorias otra vez para comprobar que Dolores Serma no estaba, y a mí me pareció un gran piropo. Trabajé el personaje de Dolores Serma como en las novelas de Galdós. El metía un personaje de ficción en medio de la historia y se transformaba en una especie de gota de tinta que lo manchaba todo, y los personajes reales tenían que comportarse como seres de ficción y el personaje de ficción tenía que convivir con los personajes reales.

–¿Por qué decidió en cierto modo también hacerle un sentido homenaje a Carmen Laforet en la novela?

–En España, mientras vivía el “funeralísimo”, como lo llamaba Alberti a Franco, hubo mucha gente que juraba tener una novela genial en el cajón. Claro, no se podía publicar, pero el caso es que murió el dictador y las novelas no aparecieron. Pero con o sin dictador, Carmen Laforet publicó Nada; Sánchez Ferlosio El jarama; Martín-Santos Tiempo de silencio y Ana María Matute Los hijos muertos. Cuando un verdadero escritor siente la necesidad de escribir, escribe por encima de cualquier censor. En el caso de las mujeres, con el machismo que reinaba en la España franquista, había que tener mucho deseo de ser escritora para superar las vallas que les ponían.

Prado plantea que Dolores Serma, esa escritora de ficción que inventó, tiene muchas razones para escribir Oxido. “Escribe porque tiene que dejar fe de lo que vio. Cuando la palabra fe está dentro de una iglesia, me pone los pelos de punto, pero fuera me gusta mucho. Hay que tener fe para hacer las cosas, pero muchos no tuvieron fe o no tuvieron suerte o se tuvieron que dedicar a otro cosa. Dolores Serma tuvo que montar toda una vida falsa para conseguir rescatar al niño que le quitaron a su hermana –explica el escritor–. En la España de los años ’40 y ’50 estaba lleno de personajes ambiguos.”

–El profesor de Mala gente que camina, en vez de escribir el ensayo que tenía en mente, termina escribiendo una novela. ¿A usted también le pasó como al personaje, que escribir ficción lo salvó en cierto sentido de la abulia y el acartonamiento de la vida académica?

–A mí la ficción me salva de seguir tomando copas con mis amigos (risas). Antes de sentarme a escribir pienso mucho sobre el camino que seguirán los personajes. Con esta novela sabía que el camino sería muy largo, sería el camino que va del cinismo al civismo; quitas la ene por la ve y el cambio es brutal. Por eso al principio el tipo es tan cínico, un desencantado con la historia, con su vida sentimental, pero va evolucionando hasta darse cuenta de que hay cosas que hay que contar. Y en eso me parezco un poco a él.

–El personaje de la madre del profesor representa en la novela a la gran mayoría de la sociedad española, que bajo la palabra reconciliación ha hecho un pacto a favor del olvido. ¿Cómo trabajó a ese personaje que dice cosas que indignan al protagonista, pero al mismo tiempo es su madre, la quiere?

–Me fue muy fácil, más desde el punto de vista de la realidad que de la literatura. Mi madre es exactamente así; esa señora es mi madre, con la que siempre he tenido las discusiones que no pude tener con mi padre, que fue jefe de la escolta de motos de Franco. Para él, Franco era un tipo fantástico que nos salvó de todo, y ante cualquier otra argumentación que le pudieras hacer en contra te decía que Franco hizo carreteras y pacificó el país. Con mi madre siempre hablé mucho. Desde el lado de la literatura fue fácil también porque toda novela que se precie tiene que tener un Sancho Panza, y ella es el Sancho Panza de esta novela. Tú has dicho la palabra clave: olvido. En España se quiere hacer una historia a base de olvido. Y eso no puede ser. Las paradojas están muy bien dentro de la poesía, pero dentro de la política suelen ser incómodas. En el libro de la historia de España no es que se quieren pasar páginas, se quieren arrancar. A mí que se pasen páginas me parece perfecto, pero no que se arranquen. España es un país muy original para eso, un país donde hasta hace poco ha habido 45 mil cadáveres en cunetas, en cementerios, pozos y demás, cosa que no ocurre en ningún otro país de Europa. Es increíble que todavía las calles de España estén llenas de símbolos franquistas, estatuas a Franco y placas a militares golpistas. Hay que volver a poner en el libro de la historia de España esas páginas que se arrancaron, aunque haya que ponerlas desde la ficción.

–Hasta hace poco los argentinos pensábamos que cargábamos con el peso feroz de una originalidad: ser los únicos en el mundo que habían inventado la apropiación de menores durante la dictadura militar. ¿Cómo se enteró usted de la apropiación de los 31.000 chicos durante el franquismo?

–Un día vi el documental Los niños perdidos del franquismo y me quedé en estado de perplejidad absoluta. Porque pensé lo mismo que tú: los niños robados son de los años ’70, de las dictaduras de la Argentina y Uruguay. Nadie sabía nada en España. Cuando salió ese documental catalán, empecé a investigar. Estuve con gente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y fui a ver los archivos de las secciones femeninas en Alcalá de Henares. Esto para un novelista era como maná caído del cielo, una historia fuertísima, desconocida, y que no se ha tratado desde el punto de vista de la historia ni de la ficción. Cuando publiqué la novela, hubo gente que dijo que me lo había inventado, que era una exageración. España es un país en donde te dicen que no toques la monarquía, que no toques la transición... hombre, demasiadas cosas para estar bajo la tapadera de la democracia. No digo que España no sea un país democrático, naturalmente que es democrático y es un país que ha tenido cambios alucinantes, pero lo que digo es que no ha sido perfecto. A lo mejor la transición fue un triunfo de todos, pero tuvo sus perdedores, si vale la palabra. Hay gente que no puede desenterrar a su abuelo de una cuneta.

–¿Por qué la madre iguala la violencia republicana y franquista sin poder distinguir que no es lo mismo la violencia que se ejerce desde el Estado?

–Mira, en España el Partido Popular se ha negado a condenar el golpe de Franco, lo matizaron con ese “todos fueron iguales”. No se quiere dar a Franco la definición de genocida. Y aquello fue un genocidio porque Franco fue pueblo por pueblo exterminando a cada uno que no pensaba como él. Como no se le quiere dar la categoría de genocida a Franco, los delitos prescriben. Tampoco se logró que la apropiación de menores fuera considerada delito de lesa humanidad. Garzón pedía que se investigara y se hicieran pruebas de ADN. Aunque ahora la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha presentado un recurso. Más urgencia que la biología no existe, porque siempre va hacia delante, nunca hacia atrás. Los sobrevivientes que quedan tienen 100, 98, 95 años... Contra todo ese olvido, decidí escribir esta novela. España es un país muy cobarde. Los españoles son muy cobardes porque no han sido capaces de enfrentar su pasado. Les tienen miedo a cosas que ya no están. Además, si todo es mentira... si al final todo depende de la renta per cápita de un país. Cuando la renta per cápita de un país sube, inmediatamente desaparecen los dictadores y los intentos de golpe de Estado.

–¿España está demasiado asustada y se está derechizando?

–En las crisis se mira a la derecha. Pero lo que me preocupa es que España ha pasado demasiado rápido de ser un país de emigrantes a ser un país xenófobo. Ha pasado de ser un país de pobres a ser un país de propietarios. España es el país de más propietarios en toda Europa; en ningún país de Europa se es tan propietario como en España. Con la crisis económica, el gobierno ayudó inmediatamente a los bancos que han generado el problema. A la famosa frase, “es la economía, estúpido”, que ya no se molesten, que le quiten las tres primeras palabras y nos digan directamente “estúpidos”, ¡para qué gastar saliva! (risas).

–¿Por qué a un gobierno de izquierda como el de Zapatero le cuesta tanto tomar medidas más progresistas?

–La palabra miedo lo explica todo. No sé por qué pero le tienen miedo a la banca, a la iglesia, y yo tengo miedo de que ellos le tengan miedo a las mismas cosas que se temían en el año ’36. No es que piense que vaya a haber una guerra, porque es una cuestión de renta per cápita, y con la que hay en España no hay guerra. Pero es un temor intelectual: ¿por qué esta gente seguirá temiendo a lo mismo que se temió siempre? Lo que ha pasado es que hemos vivido muy bien durante muchos años y todo el tejido social y los movimientos civiles han desaparecido. En España ya no hay sindicalistas ni asociacionismo ni nada. Los jóvenes se han convertido en “anarco pijos” (risas), a los sindicalistas les ha ocurrido un poco lo mismo y la gente de izquierda se ha acomodado demasiado, se ha “hamburguesado” (risas). No sé en la Argentina, no sé si acá todavía existe la política, pero en España los políticos no creen en la política. Hace poco, cuando hubo unas elecciones autonómicas, escuché por la radio a un político del PP que se quejaba: “Están politizando las elecciones”. Pero yo sí creo en la política.

–Pero quien desacredita la política es la derecha.

–La izquierda también. Creo que no hay una conciencia de cuál es la función de la política. La función de la política no es ir de banco a banco sino de casa a casa, ésa es la gran diferencia...

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