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Martes, 18 de agosto de 2009
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11ª Feria del Libro Independiente y Alternativa

Lo que en La Rural no se consigue

Durante dos días, miles de personas se acercaron a la fábrica recuperada IMPA para conversar con los autores y asistir a diversas charlas. Hubo más de 300 puestos, donde se habló de “liberar el conocimiento e ir en contra de los cánones arbitrarios”.

Por Facundo García
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A falta de luz, se disfrutó de un clima intimista en la FLIA, que cerró anoche.

Quienes manejan los hilos de la industria editorial la hacen fácil: para ellos, lo que hay entre un libro y su lector es fundamentalmente una suma de dinero. La Onceava Feria del Libro Independiente y Alternativa (FLIA) plantó bandera en sentido contrario. Ya lo adelantaba el juego de palabras en el lema del encuentro –“a liberar el espacio público”–, y lo confirmaron las miles de personas que durante dos días se acercaron a la fábrica recuperada IMPA para bailar, conversar con los autores, asistir a charlas y hacer nuevos amigos entre vasos de cerveza. Algo se ha ido calentando de a poco en el mundo de las publicaciones, y la temperatura se ha vuelto más que evidente. Leer está dejando de ser lo que era.

El domingo a la noche no cabía un alfiler. Más de trescientos puestos con todo tipo de productos motivaban encuentros casuales y no tanto (ver recuadro). En una de las improvisadas galerías, firme junto a su mesita, estaba Diego Arbit. El escritor observaba la marea de visitantes y mantenía diálogos con los lectores. “Al principio vendía mis libros en facultades y en la plaza Cortázar, en Palermo. Así empecé a construir un público que me expresa sus opiniones cara a cara. Eso te aporta bastante, porque andar por ahí con tus novelas te ayuda a mantenerte en eje, a no creértela”, señaló el responsable de Empiezo a caminar en círculos y En las paredes de la fábrica de hombres, entre otros.

El entrevistado acertaba en uno de los blancos que definen el centro del fenómeno. En tiempos en que la Web 2.0 permite alejarse del consumo pasivo, la autogestión se erige como opción nítida. Y aunque en el ambiente “hágalo-usted-mismo” haya creadores para todos los gustos, hay tres o cuatro que se perfilan como referentes. Arbit es uno, y Guillermo de Pósfay podría acompañarlo en la lista: hace trece años que se autoedita, y once que vive del dinero que consigue transitando ferias, haciendo presentaciones y recorriendo festivales del país. “Ahora es una buena época –evaluó el autor de la novela Yerba mate libre–. Los encuentros como éste se están multiplicando. Hubo FLIA en Chile, habrá en La Plata, se viene una en Mendoza y hay otra en el Chaco. Eso te da un circuito.” Contra la cultura privatizada, Pósfay siente que lo independiente aporta unas gotas de humanidad a la edición, la venta y la distribución. “Hoy mismo vino un tipo y me dijo que se había cruzado con mis laburos en Portugal. Me han dicho que andan por posadas de Brasil, y en cabañas de la Patagonia. La gente los presta, los regala. Me atrae que recorran esos ámbitos, que no son las bibliotecas convencionales.”

Desde Chaco, los integrantes de Cospel Ediciones destacaban la necesidad de abrir paso a las literaturas del país profundo. Para el poeta Alejandro Schmid, los que se van subiendo a la ola indie comparten “una afinidad ideológica relacionada con la concepción de la cultura. Esa coincidencia tiene que ver con las ganas de liberar el conocimiento y de ir en contra de los cánones arbitrarios”. El Fondo Nacional de las Artes acaba de otorgar a Schmid una beca para mapear el estado de la edición autogestiva en cada provincia. “Vamos a ver qué se hace, cómo se hace, y vamos a debatir en Red nuestras prácticas, para que se puedan aprovechar los aportes positivos y crezcamos cooperando entre nosotros”, adelantó.

Claro que la pluralidad también se disparó en otros sentidos. Enmarcados por música afrobrasileña y unos cuantos bailarines, el colectivo Estación Alógena (www.estacionalogena.com.ar) se presentó como una cofradía de “experimentación con poesía, esoterismo, astrología, alquimia, psiconáutica y patafísica”, sin que ese listado agote las posibilidades que ofrece su “laboratorio”. Los barbudos Julio Azcoaga y Juan Salzano conversaban, interrumpiéndose cuando algún asistente les preguntaba acerca de Nosotros, los brujos, que es el último título que publicó el grupo. Azcoaga: “arrancamos en 2002, y elegimos el nombre ‘Alógena’ –así, sin hache– porque viene del griego ‘alos’, que es lo extranjero, lo otro. Nos interesa explorar sentidos en esa dirección”. A su lado Salzano asentía, y recordaba que en las reuniones que ellos organizan se dan búsquedas nada convencionales: “La brujería es la invocación a una otredad, un despertar de fuerzas dormidas. Para eso cada cual usa las herramientas que le interesan”.

Hasta ahí la lucubración sesuda, la palabra aventurera. La mesa gay le agregó a todo eso una actitud rutilante que fue un éxito las dos noches. La “Homo New School” –“Nueva Escuela Homo”– nació por la necesidad de hacer visible una “alternatividad dentro de la minoría”, es decir, por “reivindicarse distintos dentro de la diferencia”. “Buscamos una nueva forma de ser homo. Ser cabezas. Ser barriales”, evaluó Ioshua, poeta y cantautor nacido en Haedo. Hasta hace poco, Io-shua era conocido como “el puto de la FLIA”. Como estaba seguro de que “no podía ser el único puto en dos mil personas, ya que eso hubiera sido razonar como un fascista”, comenzó a barajar la idea de una herramienta de participación colectiva. ¿El resultado? Uno de los hits de la fiesta y una nueva arena de debate.

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