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Jueves, 24 de septiembre de 2009
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Claudia Piñeiro, ante el éxito de Las grietas de Jara

“Soy la primera sorprendida por la respuesta del público”

La autora de Las viudas de los jueves reflexiona que en sus historias es habitual la presencia de la muerte porque “trabajo con personajes comunes a los que llevo a un lugar de crisis, y quizá la muerte sea ese lugar paradigmático de la crisis”.

Por Silvina Friera
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“Con Las viudas... sentí que la gente estaba esperando que alguien le contara qué estaba pasando en este mundo.”

Cuántos hombres de cuarenta y pico, en plena crisis laboral y afectiva, están condenados a soñar en las cárceles de sus oficinas los mismos sueños de siempre. Esa ilusión de escapar del lugar donde vegetan aceita la rutina y posterga para un elástico mañana ese cambio que nunca se concreta. Tal vez el pánico al presente los lleva a apostar por un futuro que se desplaza por el trampolín de una colección de mentiras piadosas. Pablo Simó, arquitecto de 45 años que hace más de veinte trabaja en el mismo estudio de arquitectura, cifra exacta del tiempo que lleva casado con Laura y padre de una hija adolescente, dibuja en su tablero el perfil de un edificio, una torre de once pisos que mira al Norte, que algún día levantará cuando se decida a abandonar el estudio Borla y Asociados. Mientras esa torre está cada vez más lejos de ser otra cosa que trazos sobre una hoja de papel blanco, Simó fantasea con su compañera de trabajo, Marta Horvat. Pero Leonor, una joven mujer de no más de veinticinco años, llega al estudio y pregunta si alguno conoce a Nelson Jara. Aunque se hagan los distraídos y nieguen acordarse del fulano en cuestión, la invocación de ese vecino que reclamó hasta el cansancio por una rajadura en la pared de su departamento, desata los nudos de un “crimen” que todos necesitan ocultar. En Las grietas de Jara (Alfaguara), la nueva novela de Claudia Piñeiro, la escritora escarba en las fisuras de un matrimonio que se desmorona inexorablemente, hurga en las dudas existenciales de un hombre que está plantado en “la mitad de la vida” y explora ese escepticismo que inocula un mundo en el que tempranamente se comprende que los peces grandes imponen sus reglas y se devoran a los más pequeños, apelando a una trama aparentemente policial que se desliza por el andarivel del suspenso.

“La chica popular” desde que ganó el premio Clarín de Novela con Las viudas de los jueves, cuya versión cinematográfica dirigida por Marcelo Piñeyro se estrenó recientemente, “la dama del suspenso”, la escritora que no puede evitar que siempre haya un muerto en sus novelas, tiene una voz cristalina y amable que aniquila en el acto las fantasías de toparse con una mujer de tono sarcástico y un tanto retorcida. “Aunque hay una grieta real en una pared, la novela habla de las grietas de cada uno en un sentido positivo. Si no hay grieta, no puede salir lo que tiene que salir, sea bueno o malo. Si sale lo malo, después se podrá trabajar, pero si no sale, no hay solución”, señala Piñeiro en la entrevista con Página/12. “En La preparación de la novela, Barthes dice que después de los cuarenta se es escritor o no, que ya no queda más tiempo para perder el tiempo. Me parece que los 40 para muchos es una edad clave”.

–¿Los personajes de la novela logran capitalizar la crisis de “la mediana edad”?

–La crisis de Pablo Simó comienza no cuando aparece un muerto sino cuando se le presenta el amor, pero esa crisis hace que salga el muerto que tiene enterrado. La novela termina en un punto, lo que va a pasar con él después no está en el libro, aunque creo que es un final esperanzador. Una persona que descubre su grieta y empieza a trabajarla tiene la posibilidad de enamorarse y de hacer algo profesionalmente con su vida, a pesar de que a Simó se le ocurra una solución disparatada. Esa ilusión de estar mejor es más importante cuando Simó pasa a la acción, al final de la novela, que cuando solamente dibuja un edificio y piensa que “algún día lo hará”; cosa que muchos de nosotros que hemos trabajado en relación de dependencia hicimos pensando que “algún día me iré de acá”, “voy a poner mi negocio”, “mi propia empresa”. Ese “algún día” te lleva a hacer lo mismo todos los días. Pero en el final, Simó pasa a la acción.

–¿Por qué cree que la mujer de Simó resulta tan desagradable, al punto de producir mucho rechazo?

–Ese personaje está contado desde el punto de vista del marido; es lo que el marido ve en ella. Produce ese rechazo porque es lo que genera en Simó. Como la novela está narrada en tercera persona, pero desde el punto de vista de Simó, a lo mejor si yo contara desde el punto de vista de Laura, ella no sería eso que vemos y quizá tendría muchas cosas para contar y explicarnos por qué es así. Pero ciertamente es una mujer insoportable (risas).

–Y es más machista que el marido, lo ningunea cuando le dice que “menos mal que a esta altura de la vida no tenés que salir a ganar minas por ahí, porque no sabrías por dónde empezar”, no tiene una a su favor.

–Además de insoportable es cruel, ¡pobre Simó! Ese vínculo con su mujer no se puede recomponer, en cambio con su hija tiene chances de cambiar la relación.

La hija de Simó se llama Francisca, una adolescente atormentada por los gritos y las lágrimas de su madre, que la tilda de “torta” porque la vio besándose con una amiga. “Me gusta trabajar con personajes adolescentes porque miran distinto el mundo de los adultos y empiezan a pelearse con ese mundo”, subraya Piñeiro. “Pero me resulta muy inquietante esa situación del adolescente al que se le marcan las normas que debe seguir, pero el que marca las normas no vive en consecuencia. Uno de los temas que más preocupa es el problema del alcohol en los adolescentes, pero muchas veces las familias de esos chicos tienen alcohol por todos lados. Bajarle línea a un adolescente con este y otros temas, pero no vivir en consecuencia con eso que se pide es esquizofrénico. A veces me pregunto cómo resisten estos pibes a tanto discurso cruzado; ellos están buscando la verdad y los discursos son muy contradictorios”. Sobre el despertar sexual de Francisca, Piñeiro confiesa el impacto que le generó la lectura de los trabajos de la psicoanalista francesa Françoise Dolto. “Cuando se refiere a la homosexualidad, plantea que haber tenido sexo con una persona de tu mismo sexo no determina la homosexualidad; son búsquedas, son pruebas, es un camino. Me pareció absolutamente liberador para los chicos porque rompe con esa idea de que si te drogaste ‘sos adicto’, si chupaste, ‘sos borracho’, si tuviste sexo con una mujer ‘sos lesbiana’.”

–En la novela, las “trampas” de Nelson Jara resultan con el tiempo contagiosas. ¿El personaje es una representación contemporánea de la viveza criolla?

–Jara es el típico vivillo argentino, siempre intentando rapiñar un poquito más. En el contexto de la novela Jara comete un delito que es un chiquitaje al lado de otros delitos. Durante mucho tiempo nos hicieron creer que las sociedades se sostienen con los pequeños actos de cada uno de nosotros, pero ese discurso viene de arriba porque justamente necesitan de nuestros pequeños actos. Las reglas de este sistema son complicadas para los hombres comunes. No podés salir del sistema y decir: “Me voy y nunca más trabajo”, porque para sobrevivir hay que hacer algo. Lo primero que hay que entender para convertirse en un vivillo es reconocer que esas normas que te imponen son truchas. En este momento debe haber una infinidad de empleados que están haciendo cosas que no están bien solapadamente para los dueños de las empresas. Nadie va a robar o a matar a una persona, pero es muy común que se diga: “Esto lo sacamos de acá para pagar menos impuestos”, “esto lo hacemos así para que el cliente pague más de lo que tiene que pagar”. Son pequeños actos que benefician a unos pocos.

–Apenas se publican sus novelas pasan a estar primeras en el ranking de los libros más vendidos. ¿Se convirtió en una escritora masiva, popular?

–Parece que soy una chica popular (risas). Es muy llamativo, yo soy la primera sorprendida, me impresiona mucho. Es un orgullo que haya gente que quiera leer lo que escribo. Creo que hay una multiplicidad de cuestiones. Ojalá que la principal sea que la novela esté bien escrita, pero también que a la gente le interese lo que escribo. A veces incide el hecho de que el escritor le caiga simpático al lector. Me doy cuenta por cómo me trata la gente en las presentaciones, como si yo fuera de la familia. Me hablan de los problemas que tienen con sus hijos y pienso que algo debo producir para que me cuenten cosas tan íntimas. Trato de imaginarme a otros escritores en la misma situación y me parece que los lectores no les dirían nada porque temen que los muerdan (risas).

–Quizá también sea parte del efecto que generó Las viudas de los jueves, una novela que fue un espejo muy fuerte en el que se reflejó buena parte de la sociedad.

–Lo que sentí, quizá estoy equivocada, es que la gente estaba esperando que alguien le contara qué estaba pasando en este mundo.

–En Las grietas de Jara también aparece esta idea de contar lo que está pasando.

–Es la discusión de si los escritores se tienen que hacer cargo del tiempo en el que viven. Si pienso un personaje, les pasan las cosas que están pasando ahora, acá. Es impensable abstraerlo de un contexto, lo cual no quiere decir que no pueda ser universal. Hay muchas obras de teatro de Shakespeare que las hizo a pedido porque los reyes querían que hablara de determinado tema. Sin embargo, él logró hacer un universal que trascendió el momento histórico del pedido. Me resulta imposible no hacerme cargo de lo que pasa cuando pongo a los personajes en movimiento; necesito que en lo que escribo haya un vínculo muy fuerte con el tiempo en que vivo.

–En Las grietas... hay una conexión diferente con Buenos Aires, una ciudad que se la camina, se buscan edificios, se sacan fotos. ¿Por qué en esta novela aparece mucho más la ciudad?

–Me interesan los lugares por donde pasamos cotidianamente y que no vemos. Para escribir la novela me ayudó mucho el arquitecto Nelson Otero, profesor de la universidad a quien le pedí una lista de edificios que valiera la pena mirar y que uno no mira habitualmente. Yo también hice el recorrido que hace Pablo Simó por los edificios de la ciudad. Me parece que la ciudad habla mucho de nosotros.

–¿Por qué no puede evitar que haya un muerto en sus novelas?

–Lo que pasa es que trabajo con personajes comunes a los que llevo a un lugar de crisis donde se les mueven todas las estanterías. Quizá la muerte sea ese lugar paradigmático de la crisis. Ya no me hago más malasangre por la cuestión del muerto, pero antes, cada vez que me preguntaban, pensaba: “será que tengo un problemita” (risas). Como escritora necesito que mis personajes atraviesen una situación de crisis muy fuerte. Hay gente que se plantea el tema de la muerte más tarde, pero yo recuerdo que desde muy chica reflexionaba sobre la muerte.

–Todos tienen un muerto, aunque no lo quieran admitir.

–Para mí ésa es la metáfora de esta novela. Hay un muerto en Las grietas de Jara, pero el tema es preguntarse qué muerto tengo yo enterrado que cuando aparezca se pudre todo.

–¿Esta es una sociedad que vive tapando muertos?

–Sí, hay un momento en la novela donde se dice que sabemos que hay muertos en el río o en la autopista de Cacciatore. Hace poco me contaron que en Boulogne fueron a desarmar un puente que se estaba cayendo y encontraron restos óseos. Hay muertos que no han sido enterrados como corresponde y eso es imposible que no vuelva. Cuando violentás todo el ritual de la muerte, tarde o temprano los muertos regresan.

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