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Martes, 8 de diciembre de 2009
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Patricia Kolesnicov habla de su primera novela, No es amor

“Me propuse centrarme en la pasión”

Entre el fin de la ilusión democrática y el desencanto menemista, Kolesnicov narra una relación desesperada entre dos mujeres de distintas clases sociales. “Es un momento de cambio de paradigmas en la familia, las relaciones sexuales y la política.”

Por Silvina Friera
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Dónde quedó el país progre del ’84, se pregunta una joven periodista que milita en el radicalismo, mientras escucha al padre de la mujer de la que está enamorada, un empresario que le financia una revista. “No te estanques, Florencia. Los tiempos cambian. Se viene una mano brava, hay que cambiar.” Imposible soslayar esta advertencia, dejarla pasar como un desliz. En esta sutil “recomendación”, esbozada en abril del ’89, está el germen del reciclaje pragmático neoliberal menemista, avalado dócilmente por la mayoría de la sociedad, que celebraría la privatización más salvaje, “la cirugía sin anestesia”. No es amor (Suma de letras), la primera novela de Patricia Kolesnicov, explora cada uno de los pliegues y asimetrías de una pasión indudablemente “hija de su tiempo”, fines de los años ’80 y principios de los noventa. Es un momento bisagra, complejo –curiosamente poco tratado en la narrativa–, que la periodista y escritora semblantea con el microscopio de la intimidad calibrado y sintonizado para iluminar los detalles menos perceptibles, pero poniendo en un primerísimo plano el encuentro y desencuentro de dos mujeres, en un país que también se desencuentra.

Notable primera novela que no sobrevuela ligeramente una época –la que va de octubre del ’86 a marzo de 1991–, sino que hunde los pies hasta el fondo del barro, amasado primero por los vientos optimistas de la primavera democrática; dinamitado, posteriormente, por el escepticismo menemista. “El decorado se cae a cachos”, grafica Florencia, hacia el final, sintetizando el desencanto. María es rubia, largos cabellos lacios, lindo cuerpo, la niña bien, con casa con pileta y una billetera abultada; una pragmática de cabo a rabo, una científica que conjuga exclusivamente los tiempos verbales de la experimentación. La condición de clase establece la primera y notable asimetría de la historia. Florencia, en cambio, tiene el cuerpo tan tajeado que en algunas partes “parecía un garabato desquiciado, un cuadro de Jackson Pollock”. Es una mujer que convive con el dolor; su renguera y sus cicatrices son las marcas que le quedaron tras la operación que la separó de su hermana siamesa. Ella siente, a cada paso, el estigma de sobrevivir.

En el laboratorio, mientras analiza unas pastillitas adelgazantes, María piensa otra vez en Florencia. “¿Y si tengo que amar a una mujer? La duda me zumbaba en el oído desde hacía semanas. ¿Y si es una mujer? (...) ¿Si tengo que cambiar de paradigma?” El primer game de la novela, la esperada escena sexual entre estas mujeres, se hace rogar. Recién en la página 107 el lector se encontrará con la esperada narración que remite al emblemático capítulo siete de Rayuela. “María no cierra los ojos, me mira. Paso el dedo por sus dientes. Lo besa. Me acerco y la toco con los labios. Encuentro la boca. Me dedico a un beso lento explorador y toco su boca, con los nudillos, con la cara, con la punta de la lengua toco el borde de su boca.” La segunda asimetría se revela después del encuentro: María se vuelve esquiva; a Florencia la pasión la desborda por completo y se masoquea con Tormenta y Valeria Lynch; lee veinte mil veces el capítulo de la espera de Roland Barthes y agrega: “Cuando se espera no se puede hacer ninguna otra cosa. La espera inhabilita para leer, mirar por la ventana o escribir una carta”.

En un bar de San Telmo, Kolesnicov habla de los personajes de su primera novela como si aún convivieran con ella. A pesar de la publicación –no es un detalle menor que la novela esté dedicada a Florencia y María–, todavía madruga pensando en esas dos mujeres de las que por ahora no se quiere desprender. Esta familiaridad, que también sentirá el lector, es el resultado de veinte años de escritura. Empezó a tirar del piolín de esta pasión desesperada cuando era una estudiante de Letras que cabalgaba por las aulas de Puán entrenando su capacidad de observación, auscultando la flora y fauna universitaria, y afilando su sentido de la ironía. El cáncer de mama estableció un desvío hacia lo “real”; por ese atajo o grieta, ese antes y después de su vida, se filtró un libro formidable, Biografía de mi cáncer, hasta que volvió a transitar por el camino de la ficción. “El sueño terminó hace rato y encima era el sueño de otro”, escupe Florencia, para desatar el nudo de amargura de su garganta, una de las frases insignias y fundadora de la novela. “En los primeros años de escritura la historia tenía que ver con una idea de ficción personal; después, cuando retomé la novela, tenía en la mano eso que Florencia había sentido. Había un clima de decepción; el ’89 no era el ’84, aunque todavía no sabíamos lo que vendría, cuánto peor podría ser todo”, confiesa Kolesnicov en la entrevista con Página/12.

–¿Cómo influye el contexto político en la historia entre estas mujeres?

–Creo que es fundamental; cómo son estas mujeres y cómo se vinculan es una misma cosa, es inseparable. Cierto encandilamiento de María por Florencia, al principio, tiene que ver con una posición de poder de una clase que había heredado todas las luchas de la dictadura y que en ese momento se presentaba como la clase que iba a llevar adelante la transición; una clase media ni aristocrática ni demasiado brillosa que pensaba hacer de la democracia una forma de vida.

–¿Buscó deliberadamente ensamblar el momento de cambio de paradigma de las relaciones sexuales con el cambio de paradigma de lo político?

–Absolutamente, hay un cambio de paradigma en la manera de entender lo público con el que Florencia se involucra más al principio, pero también María empieza a tener ideas “más políticas”, a pesar de que a uno puede no gustarle hacia dónde va. Pero sí ha dejado de ser una niña que no se entera de nada, aunque quizás era mejor que estuviera en el frasquito (risas). Es un momento de cambio de paradigmas en la familia, en las relaciones sexuales y en la política en general. El menemismo no fue un rayo que nos cayó de afuera, fue algo que inventamos como sociedad. Cuando volvió la democracia, pensábamos la política de una manera muy tradicional; también hubo un cambio en la militancia, que al principio se llamaba despectivamente “militancia yogurt”. La ecología, los derechos civiles, los derechos de las minorías empezaron a cobrar una importancia en el terreno de la política que antes no tenían.

–¿Por qué en la novela las protagonistas nunca mencionan la palabra lesbianismo?

–No me interesaba una búsqueda de las identidades sexuales ni ningún tipo de reivindicación, sino que quería centrarme en la pasión. Por eso de alguna manera los personajes ignoran los problemas del exterior respecto de la sexualidad. En ningún momento se habla de qué va a pasar, qué va a ser de mi vida, me van a discriminar, y bla, bla, bla... No quería entrar en el closet; quería entrar en el tema de una pasión desesperada y un desencuentro. Me interesaba mucho el tema de la asimetría en un vínculo que puede pensarse en espejo, muy simétrico, como son dos mujeres. No es una novela de movimiento gay; no quería hablar de eso.

–¿Por qué es tan asimétrica la relación de estas mujeres?

–En el amor siempre hay asimetría, pero acá pasan varias cosas. Hay una posición social diferente, que no es poco; una manera de estar plantada en el mundo, porque una cosa es tener un respaldo infinito y otra cosa es tener tus propias manos; una asimetría que se compensa con el tema de cierto poder político, aunque luego se demuestra frágil. Hay ciertas posiciones frente al deseo que son asimétricas; que dos personas se sitúen equidistantes respecto del deseo es más difícil que ganar la lotería (risas). Es un amor que no tiene nunca un proyecto porque un proyecto te puede poner en la misma carrera.

–¿La asimetría se acentúa, además, porque hay una que no se quiere hacer cargo de lo que le pasa?

–Yo no sé si no se hace cargo de lo que le pasa o le pasa otra cosa. Le creemos mucho a Florencia porque es la que sufre, la que ama, pero a María le pasa algo distinto, más complejo; otra forma de ver el vínculo, el sexo y el amor. Si uno siguiera la línea de María, sin leer las partes de Florencia, vería que María es muy activa, que la busca a Florencia. María quiere otra cosa, aunque reconoce un deseo. Esa es la diferencia fundamental, aunque Florencia y yo tenemos en común que nos gusta María (risas).

–En enero del ’89 aparece otra palabra clave de la novela, el miedo, un miedo que tiene que ver con ese amar y no poder decirlo públicamente, justamente cuando comienza el declive de lo público.

–No, está prohibido decirlo dentro del vínculo, pero la novela dice cosas que se me escapan de las manos. También puede aludir al miedo de decirlo públicamente, aunque no lo pensé de esa manera. Tiene que ver más con el pacto que hacen entre ellas de no decir que es amor, aunque lo rompan todos los días. En algún punto, todas las parejas homosexuales son Montescos y Capulettos, porque todas las familias van a odiar al otro. No vas a escuchar que una madre diga: “¡No sabés qué suerte, mi hija se metió con una doctora”!, ¿te imaginás? (risas).

–Al final de la novela, María opta por lo que se podría definir como “una vida más convencional”, ¿es la que menos arriesga?

–Creo que quiere otra cosa, pero es mi interpretación. María, legítimamente, hace lo que quiere. Traté de escribir desde ahí y no desde una piba que no se anima. Por eso era difícil el personaje. A mí me gusta María, la defiendo porque es la menos querida. Quiere otra cosa y lo hace; no cede al deseo de Florencia.

Kolesnicov cuenta que no puede parar de pensar en cómo sigue. “Me imagino una trilogía de novelas. Mi vieja dice que a la segunda le ponga No es odio y a la tercera Qué carajo es –bromea–. Sé cómo empieza mi próxima novela: con Florencia en medio de una gran soledad. Hasta que llega un momento de cambio y la pasa espectacular sexualmente. Vamos a ver... recién empiezo.”

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