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Lunes, 30 de enero de 2006
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COMO INCIDE EN LA PRODUCCION LITERARIA ARGENTINA LA CADA VEZ MAS MARCADA CONCENTRACION EDITORIAL

Hay que aprender a leer la globalización cultural

Los grandes grupos internacionales absorbieron en los últimos años a varios de los sellos más tradicionales de la Argentina. Escritores, editores y agentes literarios analizan el fenómeno y discrepan sobre el grado de autonomía que se puede mantener frente a las presiones para garantizar la tan ansiada rentabilidad.

Por Silvina Friera
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El negocio editorial cambió sus reglas en los últimos años: se vende de otra manera y se consume distinto.

La globalización no dejó títere con cabeza en el sector editorial del país. Los grupos multinacionales, en su alocada carrera por la expansión, consiguieron quebrar el liderazgo que la Argentina supo plasmar en el mundo de habla hispana entre los años ’30 y ’70 del siglo pasado.

¿Cómo inciden estos conglomerados editoriales sobre los títulos publicados en el país? ¿Hay autonomía o las presiones por obtener mayor rentabilidad borran del mapa a muchos escritores argentinos? Augusto Di Marco, responsable editorial y comercial de Ediciones Generales de Santillana (que pertenece al grupo español Prisa y que maneja cinco sellos: Alfaguara, Alfaguara infantil-juvenil, Taurus, Aguilar y Punto de lectura), dice a Página/12 que la globalización no afecta demasiado el plan de edición y publicación local. “Si bien somos un grupo que tiene la casa central en España, cada una de las casas en cada país tiene absoluta libertad para manejar su plan editorial. Hay autores considerados de presencia global que no hace falta ni que nos pregunten porque seguramente los vamos a querer lanzar en la Argentina, como José Saramago, Mario Vargas Llosa o Arturo Pérez-Reverte”, enumera Di Marco. “Así como el mercado editorial fue pensando más en regiones lingüísticas, los autores, poco a poco, también.” ¿Qué concesiones estéticas debe hacer el escritor que sueña con ampliar el horizonte de sus libros? “Nosotros no obligamos a neutralizar el lenguaje, mucho menos en literatura”, aclara. “En España, no en nuestro grupo, alguna editorial lo ha pedido, incluso he sabido de autores que se han autoimpuesto la neutralización, pensando que podrían ser publicados en varios países hispanohablantes.” En lo que influye la “bendita” globalización, según admite Di Marco, es en la aceleración de los tiempos de la difusión. “Hay tanta gente colgada a Internet que apenas sale un libro afuera y leen que la editorial en castellano va a ser tal o cual, ya lo están buscando aquí –comenta–. Eso genera tal expectativa que si demorás mucho la publicación, te perdés el impulso de esta promoción mundial.”

El ejemplo más reciente de la velocidad que se impone en estos tiempos fue el lanzamiento mundial de la última novela de José Saramago, Las intermitencias de la muerte, que apareció el 11 de noviembre pasado en simultáneo en todos los países de habla hispana y en cinco lenguas al mismo tiempo. “En la medida en que se pueda, y que las cuestiones de la producción lo permitan, se trata de sacar los libros lo antes posible. Nosotros somos muy rigurosos con la calidad; no se puede hacer un libro en 24 horas, aunque hay sectores de la industria editorial que quisieran que fuera así”, se queja Di Marco.

“La ventaja de estar integrado en un grupo consiste en acceder a contrataciones que se gestionan globalmente y que permiten que podamos tener, entre nuestros autores, a escritores internacionales”, asegura Pablo Avelluto, director editorial de Sudamericana, que pertenece al grupo alemán Bertelsmann. “Si fuéramos solamente una editorial argentina, nos resultaría más difícil porque esos escritores suelen vender los derechos de sus obras para toda la lengua”, precisa. “Hay más mitos y fantasías con respecto al funcionamiento de las editoriales transnacionales”, sugiere el director editorial. Pero la exigencia de la rentabilidad puede llevar a que los criterios de edición se unifiquen. No es lo que opina Avelluto, que subraya: “Hay libros que por la importancia de contar con ellos en nuestro catálogo quedan al margen de la exigencia de rentabilidad. Publicamos muchísima narrativa argentina y no siempre recuperamos los adelantos que pagamos, pero no nos preocupa porque se compensa con otros libros. Es un mito eso de que desde la casa central nos dicen lo que hay que publicar; la verdad es que eso no ocurre. Por supuesto que tenemos una responsabilidad sobre la gestión de un negocio y necesitamos rentabilidad para poder subsistir en el tiempo”. Según Avelluto, el rol del editor se ha vuelto más activo. “Ahora sale a buscar los proyectos de acuerdo a lo que estima que puede ser de interés para los distintos segmentos del público. No es que el editor está esperando que le lleguen los libros y elige, sino que también investiga qué se está escribiendo y decide lo que va a publicar.”

Un ejecutivo de una importante editorial transnacional le contó a Daniel Divinsky, de Ediciones de la Flor, que los grandes grupos editoriales son como pelotas en una caja. “Al ser esféricas, dejan espacio para que entren pelotitas más chicas, y si estas pelotitas no crecen demasiado, pueden seguir participando del juego”, recuerda Divinsky. “Los grandes grupos no se pueden permitir errores, les cuestan caros por la cantidad de ejemplares que tienen que tirar para cubrir todo el mercado. Un alemán, que fue representante del grupo Bertelsmann, me dijo que para un libro destinado al público masivo lanzaba 30.000 ejemplares en la época de Menem. Le pregunté qué hacía con los que no vendía. ‘Me los como’, me contestó. Lo primero que pensé es que yo no tengo una capacidad digestiva tan grande”, bromea el editor. Ediciones de la Flor es una editorial mediana en comparación con las multinacionales. Aunque la tirada promedio oscila entre los 2000 y 3000 ejemplares, hay algunas excepciones. El 15 de diciembre pasado salieron los 10.000 ejemplares del nuevo libro de cuentos de Roberto Fontanarrosa, El rey de la milonga. En menos de un mes se agotó y ya está en la calle la segunda, de 6000. La estrategia de supervivencia de las pelotitas chicas dentro de la caja tiene que ver, entonces, con “elegir con cuidado y tener un buen apoyo de la prensa escrita para que el público sepa que salen nuestros libros”, sintetiza Divinsky.

“Las exigencias de ventas son más elevadas en los grandes grupos porque tienen sistemas de promoción que alimentar, con títulos de mucha venta, y no pueden permitirse ninguna experimentación”, advierte el creador de Ediciones de la Flor. “Si un libro no se convierte en suceso en 40 días, muere, desaparece, nadie más se ocupa de él por el ritmo siniestro de publicación.” Divinsky asegura que las editoriales medianas –Adriana Hidalgo, Interzona, El Cuenco de Plata, Alción, Simurg y Beatriz Viterbo, entre otras– son las únicas puertas abiertas para los escritores inéditos. “Estamos abrumados por la cantidad de originales que recibimos, por lo menos en mi caso superan la cantidad de los que se pueden publicar ya no sólo por año sino que se pueden dar a leer”, confiesa el editor. “No estamos recibiendo originales porque tenemos cubierta la cantidad de obras de narrativa para todo el año. Igual llegan por debajo de la puerta, por correo o porque los manda un amigo de un amigo, no menos de dos por día”, concluye Divinsky, que conoce, por experiencia, ese otro circuito por donde circulan los libros, también en estos tiempos.

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