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Lunes, 27 de febrero de 2006
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ENCUENTRO EN QUEQUEN

Mar de fondo en la poesía argentina

La flamante editorial Sigamos Enamoradas eligió la localidad bonaerense para presentar su primera antología poética, Hotel Quequén. Hubo recital de poesía, lectura en la playa, mucho mate y camaradería cultural.

Por Silvina Friera
Desde Quequen
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Los poetas en un ámbito atípico de divulgación.

El sol todavía quema. En el parador del balneario Monte Pasubio circulan cervezas bien frías, licuados de banana, gaseosas y los termos con agua para el mate. “Acá es el recital, ¿no?”, pregunta una mujer, y cuando le dicen que sí, busca un poco de sombra y una silla. En la playa nadie parece estar apurado; los curiosos se acercan, despacio. No les importa que se acaben las ubicaciones privilegiadas, se sientan donde pueden, en la arena. El sonidista, “el Chapulín Colorado” –como lo llaman las organizadoras, por la remera que lleva puesta–, acaba de terminar de enchufar el micrófono. Marina Serrano, poeta que vive en Buenos Aires, pero que juega de local porque es quequense, anuncia que en unos minutos comenzarán las lecturas. Ella y dos poetas, Mercedes Araujo y Cecilia Romana, fundaron una editorial, Sigamos Enamoradas, y para presentar el primer libro, la antología Hotel Quequén, eligieron un escenario natural: el mar de fondo. “Voy a leer poquito, no se asusten”, bromea Pedro Mairal, y comienza con Un durazno, poema que pertenece a Consumidor final.

Como un aliado de los poetas, el sol comienza a retirarse. Manuel Alemián confiesa que le tiemblan las piernas, pero cuando termina de leer Liquidación, que integra la antología Hotel Quequén, recibe una ovación de los oyentes más alejados del parador. Después de las lecturas de Carolina Esses, Paula Jiménez, Consuelo Fraga y Elba Serafini, se presentó la novela El camino de las hormigas (Ediciones De la Flor), de la escritora platense María Laura Fernández Berro. El poeta quequense Oscar Afife no pudo resistir la tentación de cerrar la jornada, tomó el micrófono y recitó de memoria su poema Mi casa frente al mar. Un personaje entrañable que se ganó los aplausos finales de la tarde.

El pueblo estaba movilizado por los poetas y ellos por la cálida y cordial recepción de quequenses y necochenses, que dejaron atrás sus rencillas políticas –Quequén pretende la autonomía de la intendencia de Necochea– para sentarse todos juntos a escucharlos. “La poesía tiene una instancia distinta a la narrativa, que es la lectura en público”, subraya Araujo. “La poesía conserva ese resabio de que el poema hasta que no está leído por el que lo escribió, no es el poema en realidad”, añade Romana. “La idea de Marina de sacar el hecho literario de Buenos y trasladar a los poetas a Quequén fue buenísima porque implica acercar a personas, que a lo mejor no son lectores de poesía, al poeta, que es un tipo que está en la playa y que habla desde el mismo lugar, y no es un señor acartonado que está mirando la luna y pensando en el universo. Lo está haciendo, pero se lo puede contar a la gente”, compara Araujo.

Enamoradas de la poesía



Por uno de los parlantes del parador de Monte Pasubio se escucha reggae, nada menos que a Bob Marley. Las ideólogas de Sigamos Enamoradas, este nuevo emprendimiento editorial de auténtico carácter federal, a pesar de tener sede en Buenos Aires, disfrutan de la amistad, de la poesía y de los libros. Dos de estas jóvenes poetas, Romana y Serrano, se conocieron a las piñas, peleando en un campeonato de taekwondo. Los golpes –Romana dice que ella ganó– no impidieron que se hicieran amigas. “Siempre tuvimos la idea de hacer una editorial y nos juntábamos para hablar de los libros que nos gustaría publicar y que no estaban editados”, admite Romana. “Un día a Marina se le ocurrió la fantástica idea de lanzar la editorial con una antología de jóvenes poetas argentinos, consiguió el capital, editamos el libro y nos lanzamos a hacer esto.” El nombre de la editorial surgió de una dedicatoria que le hizo la poeta Karina Macció a Romana. Le dedicó un libro en el que le escribió “sigamos enamoradas”, y quedó el nombre y la actitud de ese título en la propuesta editorial. La antología Hotel Quequén reúne poemas de Carlos Battilana, Fabián Casas, Diego Muzzio, Damián Ríos, Andi Nachón, Pedro Mairal, Manuel Alemián, Washington Cucurto, Carolina Esses, Javier Foguet, Martín Rodríguez, Gabriela Milone, Cecilia Romana, Marina Serrano y Mercedes Araujo. Estos poetas nacieron entre 1964 y 1979, “franja holgada y compleja”, según las editoras. “La antología es caprichosa, son las cosas que nos gustan y que no se editan, y todos sabemos que los poetas se tienen que pagar sus ediciones, y en nuestro caso nadie paga nada”, señala Romana. “Elegimos a muchos poetas desconocidos, pero que tienen una obra muy contundente, con mucho compromiso con la poesía, como el caso de Gabriela Milone, que está fuera del circuito de Buenos Aires y escribe desde un lugar distinto –explica Araujo–. También el tucumano Javier Foguet tiene una obra de mucha madurez que no es tan conocida. El espíritu de la editorial es que los autores más conocidos nos permitan tener un libro que se abra a los escritores que no viven en Buenos Aires y que desarrollan una escritura más solitaria, sin pertenencias a grupos; son voces afirmadas, que se hacen cargo de una tradición poética, y escriben desde un lugar de mucha conciencia”.

Araujo opina que la vitalidad de cada una de las poéticas que aparece en el libro es lo primero que salta a la vista. “En una antología los poemas se van comunicando por vasos y encuentran posibilidades de diálogos, más allá de que a lo mejor los autores nunca se hayan visto y en este momento se estén conociendo”, aclara la poeta y editora. “A pesar de que no se lee poesía, no hacés plata y no podés vivir de la poesía, para los jóvenes, la poesía sigue estando totalmente viva”, agrega Romana. “Nuestro proyecto no tiene el planteo del espacio propio para aparecer en el escenario; más bien está relacionado con la preocupación de leer libros diversos que exploten por todos lados, que no sean homogéneos, que no respondan a un solo canon, que al que le gusta un poeta en particular tenga que acostumbrarse a leer a otro o tenerlo en el mismo volumen dentro de la biblioteca. Y eso produce un ruido. Nuestra voluntad es romper los ghettos y juntar gente que no sabe muy bien por qué no se junta entre sí”, advierte Araujo.

La hora de la fiesta



Muy cerca del balneario Monte Pasubio está la Universidad del Centro. Más de 100 personas esperan la presentación de Hotel Quequén. Hace calor y muchos aprovechan los folletos y los programas para apantallarse, o toman copas con vino blanco, que un puñado de mozos ofrecen a los que van llegando. Alicia Genovese señala –refiriéndose al título del libro y a los autores– que es “un hotel poco habitual, no son turistas los que aloja, son viajeros, caminantes reservados, observadores que proyectan mundos a través de las palabras, con la economía verbal propia de la poesía”. La poeta, crítica y docente define a Hotel Quequén como un libro de poesía “sin aspiraciones de mostrarse como relato totalizador de la poesía argentina”. De los poemas de Manuel Alemián, Genovese subraya “el registro de lo real podado de sentimentalidad”; sobre Carlos Battilana observa que “elige la actitud de quien mira y descubre cierta clase de belleza minimal”; en cambio, los poemas de Fabián Casas despliegan “un mundo de afectos que se desmorona, en medio de imágenes asociativas que van creando una atmósfera cerrada y asfixiante”; Gabriela Milone incluye una serie de poemas “donde los epígrafes bíblicos actúan como intertexto de su escritura” y Damián Ríos “pone en escena un poema que se está elaborando, un poema en proceso de escribirse y que es ese mismo que el que el lector está leyendo”. Hay que regresar a Buenos Aires. Los poetas van subiendo al micro, en silencio, como si costara volver.

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